Discurso de Despedida de Dwight D. Eisenhower
Martes
17 de Enero de 1961.
Buenas Noches Compatriotas…
"En primer lugar,
quisiera expresar mi gratitud a la radio y televisión por las oportunidades que
durante años me brindaron para transmitir mis informes y mensajes a nuestra
Nación. Mi especial agradecimiento a todos ellos por la oportunidad de
dirigirme a ustedes esta noche
Dentro
de tres días, después de medio siglo al servicio de nuestro País, abandonaré
las responsabilidades públicas transfiriendo a mi sucesor la autoridad
presidencial en una ceremonia tradicional y solemne.
Esta
noche vengo a transmitirles un mensaje de despedida y adiós y a compartir
algunas reflexiones finales con ustedes, mis compatriotas.
Al
igual que cualquier otro ciudadano, anhelo para el nuevo Presidente, y para
todos los que trabajarán con él, la bendición de Dios. Rezo para que los
próximos años traigan la bendición de la paz y prosperidad para todos.
Nuestro
pueblo espera que su Presidente y el Congreso logren acuerdos esenciales en las
cuestiones de importancia fundamental, cuya sabia resolución perfilará un mejor
futuro para la Nación. Mis relaciones con el Congreso comenzaron sobre bases
remotas y tenues hace mucho tiempo, cuando un miembro del Senado me designó en
West Point. Se volvieron íntimas luego durante la guerra y en el período
inmediatamente posterior y finalmente, mutuamente interdependientes durante
estos últimos ocho años.
En
esta última fase, el Congreso y la Administración han cooperado adecuadamente
en las cuestiones más vitales para el bienestar nacional, superando el mero
partidismo y asegurando así que la empresa de la Nación siga adelante. Así, mi
relación oficial con el Congreso concluye, en lo que a mí respecta,
agradeciendo que hayamos sido capaces de muchos logros conjuntos.
Vivimos
ahora diez años después de una mitad de siglo que fue testigo de cuatro grandes
guerras entre grandes naciones. En tres de estas participó nuestro propio país.
A
pesar de estos holocaustos, Estados Unidos es hoy la más fuerte, la más
influyente y la más productiva nación del mundo. Comprensiblemente orgullosos
de esta preeminencia, nos damos cuenta sin embargo que el liderazgo y prestigio
de los Estados Unidos no dependen meramente de nuestro progreso material sin
precedentes, de nuestras riquezas y poderío militar, sino de cómo hagamos uso
de nuestro poderío en aras de la paz mundial y el mejoramiento humano.
Todo
a lo largo de la aventura estadounidense de gobierno libre, nuestros propósitos
básicos fueron mantener la paz, fomentar el progreso del desarrollo humano y
acrecentar la libertad, la dignidad y la integridad entre los pueblos y entre
las naciones. Perseguir menos no sería digno de un pueblo libre y religioso.
Cualquier fracaso atribuible a la arrogancia o a nuestra falta de comprensión o
de voluntad de sacrificio nos infligiría un daño grave, tanto localmente como
en el extranjero.
El
progreso hacia estas nobles metas se ve persistentemente amenazado por el
conflicto que envuelve ahora al mundo, que acapara toda nuestra atención, que
absorbe nuestro propio ser. Estamos enfrentados a una ideología hostil, de
alcance mundial, atea, de despiadado propósito e insidioso método.
Por desgracia, el peligro
que representa promete ser de duración indefinida. Para enfrentarla con éxito
son necesarios, no tanto los sacrificios emocionales y transitorios de una
crisis, sino aquellos que nos permitan llevar adelante de manera constante,
segura y sin lamentos las cargas de una lucha prolongada y compleja donde la
libertad está en juego. Sólo así vamos a poder permanecer, a pesar de todas las
provocaciones, en nuestro trazado camino hacia la paz permanente y el
mejoramiento humano.
Las
crisis continuarán existiendo. Para enfrentarlas, sean extranjeras o
nacionales, grandes o pequeñas, existe la recurrente tentación de creer que alguna acción espectacular y
costosa podría llegar a ser la solución milagrosa de todas las dificultades
actuales. Un masivo incremento en nuevos elementos de defensa;
el desarrollo de programas no realistas para solucionar todos los males de la
agricultura; una expansión dramática de la investigación fundamental y
aplicada; estas y muchas otras alternativas, cada una probablemente prometedora
en sí misma, pueden llegar a ser sugeridas como la única vía para la ruta en la
que queremos permanecer.
Pero
cada propuesta debe ser ponderada a la luz de un examen más amplio: la
necesidad de mantener el equilibrio dentro de y entre los programas nacionales,
el equilibrio entre la economía privada y la pública, el equilibrio entre los
costos y las ventajas esperadas, el equilibrio entre los que es claramente
necesario y lo deseable por comodidad, el equilibrio entre los requerimientos
esenciales en tanto que Nación y los deberes impuestos por la nación sobre el
individuo, el equilibrio entre las acciones del momento y el bienestar nacional
futuro.
El
buen juicio busca el equilibrio y el progreso. Su ausencia, implica a la larga
desequilibrio y frustración. Los datos de muchas décadas prueban que nuestro
pueblo y su gobierno comprendieron en general estas verdades y se conformaron a
ellas frente a la amenaza y al estrés.
Pero
las amenazas, nuevas en tipo o magnitud, surgen constantemente. De éstas, sólo
mencionaré dos.
Un
elemento vital para mantener la paz es nuestra institución militar. Nuestras
armas deben ser poderosas, listas para la acción inmediata, de tal modo que
ningún agresor potencial se sienta tentado a arriesgar su propia destrucción.
Nuestra organización militar actual guarda poca relación con la conocida por cualquiera
de mis predecesores en tiempos de paz o en efecto, por los combatientes de la
Segunda Guerra Mundial o Corea.
Hasta
el último conflicto mundial los Estados Unidos no tenían una industria
armamentista. Fabricantes americanos de arados podían, en el momento y caso
necesarios, fabricar también espadas. Pero ya no podemos más asumir el riesgo
de improvisaciones de emergencia en materia de defensa nacional. Nos hemos visto obligados a crear una
industria armamentista permanente de vastas proporciones.
Sumado a esto, tres millones y medio de hombres y mujeres están directamente
empleados en el sector de la defensa. Anualmente gastamos en seguridad militar por sí
sola más que los ingresos netos de todas las corporaciones de los Estados
Unidos.
Ahora
bien, esta conjunción
entre un inmenso sector militar y una gran industria de armamentos es nueva en
la experiencia americana. Su influencia total: económica,
política, incluso espiritual, se siente en cada ciudad, en cada Estado, en cada
oficina del gobierno federal. Reconocemos la necesidad imperativa de este
desarrollo. Sin embargo,
no podemos dejar de comprender sus graves implicaciones. Nuestro trabajo,
nuestros recursos y medios de vida están, todos ellos, involucrados. También lo
está la estructura misma de nuestra sociedad.
En
los consejos de gobierno, debemos protegernos de la adquisición de influencia
injustificada, deseada o no, por parte del complejo militar-industrial. El
potencial de un desastroso incremento de poder fuera de lugar existe y persistirá.
No debemos dejar que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras
libertades o procesos democráticos. No debemos tomar nada por sentado. Sólo una
ciudadanía alerta y bien informada puede compeler la combinación adecuada de la
gigantesca maquinaria de defensa industrial y militar con nuestros métodos y
objetivos pacíficos, de modo tal que seguridad y libertad puedan prosperar
juntas.
La
revolución tecnológica en las últimas décadas está relacionada con y es en gran
parte responsable, de los cambios radicales de nuestra posición
militar-industrial. En esta revolución, la investigación asumió un rol central.
También se volvió más formal, compleja y costosa. Una proporción cada vez mayor se lleva
a cabo para, por, o bajo la dirección del gobierno federal.
Hoy
en día, el inventor solitario chapuceando en su taller, ha sido opacado por los
equipos de científicos trabajando en laboratorios y campos de prueba. De la
misma manera, la universidad libre, fuente histórica de ideas libres y
descubrimientos científicos, ha experimentado una revolución en la manera de
conducir sus investigaciones.
En
parte debido a los enormes costos implicados, el contrato estatal se convirtió
prácticamente en el sustituto de la curiosidad intelectual. Por cada viejo pizarrón existen
actualmente cientos de computadoras electrónicas. La perspectiva del control de
los investigadores por parte del empleo federal, de las asignaciones de
proyectos y del poder del dinero está siempre presente y debe ser seriamente considerada.
Sin
embargo, con todo el respeto que merece y debe tener la investigación
científica, también
debemos estar alerta frente al peligro igual y opuesto de que la política
pública pueda caer cautiva de una élite científico-tecnológica.
Es
la labor de los estadistas de moldear, de equilibrar e integrar a estas y otras
fuerzas, nuevas y viejas, dentro de los principios de nuestro sistema
democrático, siempre encaminados hacia los objetivos supremos de nuestra
sociedad libre.
Otro
factor en el mantenimiento del equilibrio tiene que ver con el elemento tiempo.
Cuando escrutamos el futuro de la sociedad (usted, yo, y nuestro gobierno)
debemos evitar la tentación de vivir sólo para el presente, saqueando en aras
de nuestra propia comodidad y conveniencia los preciosos recursos del mañana.
No podemos hipotecar el bienestar material de nuestros nietos sin arriesgar al
mismo tiempo también la pérdida de su herencia política y espiritual. Queremos que la democracia sobreviva
para todas las generaciones por venir, no que se convierta en el fantasma
insolvente del mañana.
Durante
el largo camino de la historia que aún queda por escribir, América sabe que
este mundo nuestro, cada vez más pequeño, no debe convertirse en una comunidad de terror y odio,
sino llegar a ser, una orgullosa confederación de respeto y confianza mutuos.
Debe ser una confederación de iguales. Los más débiles deben poder sentarse en
la mesa de discusiones con la misma confianza que nosotros, protegidos como lo
estamos por nuestra moral y nuestro poderío económico y militar. Dicha mesa,
aunque marcada por muchas frustraciones pasadas, no puede ser abandonada por la
rápida (por la segura) agonía del desarme del campo de batalla.
Ese
desarme, con honor y confianza mutuos, es un imperativo constante. Juntos
tenemos que aprender a solucionar las diferencias, no con las armas, sino con
inteligencia y propósito decente. Debido a que esta necesidad es tan aguda y
evidente, debo confesar en este aspecto que abandono mis responsabilidades
oficiales con un neto sentimiento de decepción. En tanto que alguien que ha
sido testigo del horror y la tristeza persistente de la guerra, como alguien
que sabe que otra guerra podría destruir totalmente esta civilización, lenta y
dolorosamente construida durante miles de años, anhelaría poder decir esta
noche que una paz duradera está a la vista.
Afortunadamente,
puedo decir que la guerra ha sido evitada. Se hicieron progresos constantes
hacia nuestro objetivo final. Pero mucho queda por hacer. En tanto que
ciudadano ordinario, nunca dejaré de hacer cuánto pueda para ayudar a que el
mundo avance en esa dirección.
Así,
en esta última agradable noche como vuestro Presidente, quiero agradecerles las
muchas oportunidades que me brindaron durante mi servicio público en la guerra
y en la paz. Confío en que encontrarán en tal servicio algunas cosas de valor.
Y por lo que quede, sé que encontrarán maneras de mejorar los resultados
futuros.
Ustedes
y yo, mis conciudadanos, necesitamos tener la firme convicción que todas las
naciones, bajo la guía de Dios, alcanzarán la meta de la paz con justicia. Qué
podamos siempre mantenernos inquebrantables en la devoción a los principios,
confiados pero humildes con el poder y diligentes en la prosecución de los
grandes objetivos de las Nación.
A
todos los pueblos del mundo, quiero una vez más expresar la continua y
reverente aspiración americana: Oramos para que los pueblos de todos los
credos, de todas las razas, de todas las naciones, pueden satisfacer sus
mayores necesidades humanas, para que aquellos a quienes esta oportunidad les
es ahora denegada, lleguen a disfrutarla al máximo, para que todos los
que anhelan la libertad pueden gozar de sus bendiciones espirituales. Aquellos
que tienen libertad comprenderán, en efecto, la gran responsabilidad que conlleva.
Que todos los insensibles a las necesidades de los demás aprendan la caridad y
que los flagelos de la pobreza, de la enfermedad y la ignorancia desaparezcan
de la faz de la tierra. Que con la generosidad del tiempo, todos los pueblos
puedan convivir en una paz garantizada por la fuerza vinculante del respeto
mutuo y del amor.
Ahora,
el viernes por la tarde, voy a convertirme en un ciudadano ordinario. Me siento
orgulloso de hacerlo. Lo espero con ansias."
Gracias
y buenas noches.
Lo
cuentan las voces de los que se resisten.
“Por una
conciencia Socialista, dejémonos de guardar ese silencio estúpido”