sábado, 28 de diciembre de 2013

Los Reyes Magos en estos tiempos



“Lo cuentan las voces de los que se resisten”

DE TODO UN POCO
 
Los cuentos navideños de Alberto Morán

(Los Reyes Magos en estos tiempos y el Espíritu de la Navidad).

Los Reyes Magos en estos tiempos

                Los Tres Reyes Magos entraron en una discusión estéril. Melchor quería ir a buscar al Niño Jesús en los camellos, porque las calles estaban llenas de baches y no quería exponer su camioneta último modelo a los embates de tantos huecos, pero Gaspar y Baltazar dijeron tajantes que con semejante calor ellos no se movían de no ser en aire acondicionado. Además, en estos tiempos modernos contaban con la ventaja de que ya no tenían que guiarse por la estrella, sino por los “ojos de gato” de la avenida. No había pérdida. En el sector era la única vía con delineadores reflectivos y donde se terminaban debía estar la casa con el grupo de gente que no paraba de echarse “palos” desde el Nacimiento.

                Melchor refunfuñando no tuvo más remedio que aceptar, se caló su gorra de pelotero hasta las cejas con la visera levantada y cogió la tablet que acababa de comprar. Gaspar tomó un Ipod de última generación e introdujeron los costosos aparatos en el bolso de los regalos. Baltazar se los quedó mirando y les dijo:

                -Pero es que él está muy chiquito pa’eso todavía.

                -Ajá ¿y no va a crecer?, vos lo que sois es tremendo pichirre, muchacho –dijo Melchor-. Yo quedé limpio ¡pero ese es el Rey de los Judíos!…

                -No chico, qué pichirre, yo le llevo una maraca que tiene luces, colores y todo, eso lo entretiene más así como está de chiquito.

                -¡Que molleja ‘e caballo! Estáis bonito pues, no te saquéis ese alacrán del bolsillo… –dijo Gaspar-. Yo  creía que le ibas a llevar un Iphone.

                -Un regalo es un regalo, ahora a mi me parece que ustedes lo que quieren es echar la “jalaíta de mecate”. ¿Qué puede hacer un recién nacido con una tablet y un Ipod? Ya cuando los venga a usar están obsoletos– se defendió Baltazar.

                -Suponé que no sirvan, hermano, pero ese es el “Papá de los Helados”, ¿qué vas a hacer? -dijo Melchor.

                Los Reyes, en medio de la discusión, tomaron una bolsa con dos pollos, dos kilos de leche completa, tres paquetes de harina precocida, tres de arroz, dos de caraotas, dos de azúcar, uno de café, uno de fororo, cuatro latas de sardina y abordaron la camioneta y se marcharon. Al llegar a la vía indicada continuaron guiados por los “ojos de gato” que dividían la calle en dos canales. Le dieron derecho y en el próximo semáforo cruzaron a la izquierda.

                -¡Cuidado!, que por aquí pasan los carros esmollejaos – advirtió Baltazar ocupando el cojín trasero cuando se aproximaban a una esquina peligrosa.

                Melchor recogió y cuando aceleró de nuevo cayó en un hueco y la camioneta se estremeció.

                -¡Se fijan! Lo primero que les dije.

                -Dale muchacho, vos si te quejáis, ¡que molleja! –dijo Gaspar.

                -No, no, no; no es que me quejo, sino que si se rompe ustedes no me van a dar los cobres de componela –protestó Melchor-. Y como son tan baratos los repuestos de esta bicha.

                -Bueno, eso te pasa por estar comprando carro de ricos -le advirtió Gaspar.

                -Estas calles ninguna sirve, pareciera que les hubiesen caídos esos aviones Drone que lanzan los gringos y siempre caen donde no es matando un poco de inocentes– intervino Baltazar.

                Los Tres Reyes Magos siguieron y al terminar los “ojos de gato”, justo al frente de una casa de porche y patio amplio que tenía un carro en el garaje, aparcaron a la derecha. Bajaron de la lujosa unidad y se pararon en el portón. Observaron que estaba abierto.

                ¿Pasamos? –preguntó Melchor.

                -No yo no paso si no veo a nadie, como están las cosas ahorita son capaces de que nos pegan un tiro –dijo Gaspar.

                -No yo tampoco paso – expresó Baltazar.

                -Yo sí, esto es aquí, no hay pele –se resteó Melchor.

                -Me extraña que no haya nadie, a nosotros nos dijeron que había una “palazón” del otro mundo -comentó Gaspar.

                -No, pero si se han echado el “palo” parejo–dedujo Baltazar-. Fíjense en el pocotón de botellas echas cadáveres.

                Melchor entró y al observar la sala de la residencia desde la ventana vio la cama cuna vacía. Continuó cauteloso, se asomó en la cocina y vio un plato con hallacas encima del microondas, y en el juego de comedor un pedazo de panetón y una botella familiar de refresco a la mitad; un gato que se comía una porción de majarete con dulce de lechosa al tiempo que le metía la lengua a una taza de sopa de gallina, al percatarse del Rey asomado por la ventana, pegó un brinco y se perdió en el interior de la vivienda.

                Melchor siguió por el patio. Llegó a la parte posterior de la casa y encontró a  un hombre sin camisa y de jeans con unas botas de plástico a las rodillas, que estaba de guantes entretenido con un machete quitándole la concha a unos cocos y descuartizando dos hicoteas, para hacer un arroz de maíz encima de un mesón de concreto revestido de mármol. Viendo el tobogán y unos aparatos de hacer gimnasia alrededor de la piscina, hablo con el señor y regresó de inmediato.

                -Perdimos el viaje – gritó caminando hacia el portón.

                -Y tantas ganas que tenía yo de echarme un “palo” de whisky -se lamentó Gaspar.

                -¿Y yo? Tengo la jeta como si me hubiesen dado un cotizazo – señaló Baltazar.

                Bien temprano, al Niño Jesús le cambiaron el pañal, le pusieron un cocoliso y se lo llevaron al pediatra para que le cambiara la leche; a cada rato vomitaba el tetero. Y cómo el carro dañó el sistema de inyección y la computadora, la familia entera se marchó en taxis. Todos están atentos al bebé, es el consentido, la “cocha pechocha” de la casa.

El Espíritu de la Navidad

                La noche del 24 avanzaba, se acercaba la hora de la cena. En la calle estallaban los fuegos de artificios en luces multicolores y ensordecedores explosiones. Se escuchaba al mismo tiempo la mezcolanza de diferentes canciones sonando a todo volumen y la algarabía propia de la gente sobria y ebria celebrando la víspera del Nacimiento de Jesús. Sólo faltaban los muchachos que decidieron irse a dormir temprano, convencidos de que así el Niño Dios llegaría más rápido. El Espíritu de la Navidad vestía impecable, de punta en blanco, sin embargo, se veía a leguas que no estrenaba; el cuello de la camisa por dentro y los ruedos de sus pantalones se comenzaban a deshilachar por el tiempo y el lavado; sus zapatos lustrosos parecían cubiertos por una placa de vidrio debido al pulimiento del betún, y los tacones de un lado habían perdido la goma protectora de tanto trajín. El Espíritu de la Navidad estaba con la mirada fija en la mesa repleta de hallacas, pan de jamón, pernil, gallina rellena, pollo y pavo ahumado, queso blanco y amarillo, quesillo, manjar, majarete, huevos chimbos, dulce de lechosa, de limonsón, uvas, vino, ponche crema, whisky y unas latas de cerveza. Creo que ni siquiera escuchaba el estruendo de los “Matasuegra”, los “Súper King kong” y los “Bin Laden”. Tenía una expresión tan confusa en sus labios que a veces parecía una ligera sonrisa de felicidad y otras el reflejo de una amargura llameante que le achicharraba pavorosamente la alegría del alma. Había momentos en que tragaba grueso, algo comprensible tomando en cuenta la saliva fina debajo de la lengua ante la suculenta y extravagante comida navideña. Las horas transcurrían y el Espíritu de la Navidad seguía imperturbable, estático, embebido en una soporosa abstracción, cuando observó a su esposa con la boca llena, hablándole al hijo que tomó antes de tiempo el camión a control remoto que le pidió en una emotiva carta al Niño Jesús. El Espíritu de la Navidad los veía sonrientes, envuelto en una niebla sutil y luciendo cabellos verdes adornados con guirnaldas y lucecitas intermitentes. En ese momento alguien lo tropezó y volviendo de su largo enajenamiento con la cartera sin plata en la mano, observó la hora y viendo que se le había hecho tarde y no tenía dinero con que comprar nada, se marchó de la tienda corriendo a su casa sin cena y sin el regalo del hijo, para terminar de pasar la NOCHEBUENA en familia.

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@AlberMoran
 
“Por una conciencia Socialista, dejémonos de guardar silencio”