Es comunista que horror
Muchas veces utilizamos esta expresión cuando oímos a alguien hablar de socialismo, esto nos causa escozor, y hasta nos desencajamos, pero hemos pensado por un momento que significa comunismo.
La mayoría de las personas consideran que comunismo es una forma de gobernar, el diccionario de la Real Academia Española lo define como:
(De común). m. Doctrina que propugna una organización social en que los bienes son propiedad común.
Wikipedia dice:
El comunismo es un movimiento político cuyos principales objetivos son el establecimiento de una sociedad sin clases sociales, basado en la propiedad social de los medios de producción, la abolición de la propiedad privada de los mismos, y busca llevar a la clase trabajadora al poder, logrando así la abolición del estado al asumir la clase trabajadora todas sus funciones.
Ahora bien la real academia española nos habla de doctrina y de propiedad común, y Wikipedia de movimiento político y clase trabajadora en el poder.
También hemos oído hablar del Comunismo Primitivo y este es conceptuado por la R.A.E. como:
m. Según el marxismo, organización propia de las primeras comunidades humanas.
Wikipedia dice:
Se entiende, en la teoría marxista, una etapa del desarrollo de las formaciones económico-sociales, caracterizadas por el bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, la propiedad colectiva de los instrumentos de producción (rudimentarios) y la distribución igualitaria de los productos.
Como podemos ver se reconoce universalmente que hubo un comunismo primitivo, y también se reconoce que en esos tiempos no existían medios de producción, esto nos hace entender que no se podía bajo ningún concepto aplicarse la explotación del hombre por el hombre.
Pero ¿Cómo subsistían estas comunidades?
En esos tiempos las comunidades se organizaban en bandas, para poder dedicarse a la caza, a la pesca y a la recolección, es decir su capacidad de subsistencia se basaba en la colaboración mutua, o sea, sus relaciones sociales eran comunitarias.
En el comunismo primitivo no existía la desigualdad de bienes, como consecuencia, el hombre primitivo no concebía la posibilidad de una propiedad privada, sólo algunos instrumentos que les servían para defenderse de las fieras, les pertenecían en propiedad personal.
Por lo tanto al no existir la desigualdad de bienes, existía entonces el bien común.
Pero ¿Qué es eso?
Tengo entendido que es el conjunto de condiciones sociales que permiten y favorecen el desarrollo integral de las personas de una misma comunidad.
Entendiendo por comunidad a un grupo de personas que viven cerca unas de otras, con intereses compartidos, experiencias y valores. En donde además interactúan y se preocupan por el bienestar colectivo.
Y ¿Qué entiendo por bienestar colectivo?
Creo que el mismo satisface una serie de factores fundamentales, que nos permite reconocer quienes somos, y en consecuencia nos ayuda a relacionarnos, a compartir, a respetarnos en fin nos conlleva a mantener el equilibrio del contexto en el que vivimos, el mismo fortalece el amor asía la familia y los buenos amigos, que en resumida son quienes se preocupan por nosotros y además quienes nos ayudan a crecer, a tomar conciencia de la realidad y a actuar de forma positiva.
Ahora bien, una fiesta, presenciar un evento deportivo, asistir a un conversatorio vecinal, intercambiar platos de comida o recetas culinarias, hacerse intercambios de regalos, prestarse prendas de vestir, acompañarse para ir de compras, y muchas otras cosas mas son actividades que hacemos a diario y en todo el mundo, nadie se escapa de esto.
O sea estas actividades son propias de la colaboración mutua, que bien se pudiera entender salvando las distancias, que son actividades primitivas, o que las mismas se vienen practicando desde la antigüedad.
Pero en la antigüedad no existían los gobiernos ni los estados, ni el capitalismo, que quiero decir, que no había adoctrinamiento, ni propiedad privada, ni movimiento político y mucho menos clase trabajadora en el poder, sin embargo existía la colaboración mutua. Ahora bien, cuando se habla de colaboración mutua de la antigüedad se habla de Comunismo Primitivo.
Yo me pregunto ¿Será que aun estamos viviendo en el comunismo primitivo?
Más bien creo, que el comunismo es una forma de vivir, de la cual hacemos uso hoy en día en todo el mundo, y no, una forma de gobernar o un adoctrinamiento político, pienso que esto nos lo ha hecho creer el sistema capitalista, a trabes de la educación, de los medios de producción, de divulgación, de información, de todas las herramientas de que pueda valerse para mantenernos automatizados e individualizados, por lo tanto separados ya que el mismo se nutre y fortalece de esta particularidad (Divide y vencerás).
Es decir, en la medida que pensemos que el comunismo es un sistema o una forma de gobernar que destruye a las comunidades, mas fortalecemos al capitalismo, mas bien es todo lo contrario, el comunismo se basa en la colaboración mutua en todos los niveles de la vida. Yo creo que la forma de gobierno que mas protege al comunismo es el socialismo.
Wikipedia dice:
El socialismo es una ideología de economía política que defiende principalmente un sistema social, económico y político basado en la socialización de los medios de producción, o control administrativo colectivista, que puede ser no-estatal (propiedad comunitaria) o estatal (nacionalización), así como puede ser democrático u otro tipo de régimen .
Por ello al socialismo se lo asocia desde las ideas de búsqueda del bien común e igualdad social hasta los proyectos de Estado socialista o al intervencionismo, definiciones de socialismo o de sus métodos que pueden variar drásticamente según el interlocutor.
En resumen apoderar a quienes realizan la vida social y economía de una sociedad en lugar de darle poder sólo a aquellos que las puedan comprar o concentrar el control de ella… de ahí su carácter originalmente anticapitalista, aunque no se puede definir como opuesto al capitalismo ya que el mismo es un modo de producción, no una forma de gobierno o de política como el socialismo.
En principio es a esto a lo que en el siglo XIX, en el contexto de un proceso de proletarización masivo producido por el ascenso del capitalismo industrial, se denominó movimiento socialista y en algunos lugares movimiento de reforma del trabajo.
Es un término político, que permanece fuertemente vinculado con el establecimiento de una clase trabajadora organizada, creada ya sea mediante revolución o evolución social o mediante reformas institucionales, con el propósito de construir una sociedad sin clases estratificadas o subordinadas unas a otras. La radicalidad del socialismo no se refiere tanto a los métodos para lograrlo sino más bien a los principios que se persiguen.
Publicado por ROMULO PEREZ “por una conciencia Socialista”
« ... Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez...»
viernes, 16 de abril de 2010
domingo, 4 de abril de 2010
CONTRIBUCIÓN DEL ORO DE BRASIL AL PROGRESO DE INGLATERRA
CONTRIBUCIÓN DEL ORO DE BRASIL AL PROGRESO DE INGLATERRA
El oro había empezado a fluir en el preciso momento en que Portugal firmaba el tratado de Methuen, en 1703, con Inglaterra. Esta fue la coronación de una larga serie de privilegios conseguidos por los comerciantes británicos en Portugal.
A cambio de algunas ventajas para sus vinos en el mercado inglés, Portugal abría su propio mercado, y el de sus colonias, a las manufacturas británicas. Dado el desnivel de desarrollo industrial ya por entonces existente, la medida implicaba una condenación a la ruina para las manufacturas locales. No era con vino como se pagarían los tejidos ingleses, sino con oro, con el oro de Brasil, y por el camino quedarían paralíticos los telares de Portugal. Portugal no se limitó a matar en el huevo a su propia industria, sino que, de paso, aniquiló también los gérmenes de cualquier tipo de desarrollo manufacturero en el Brasil. El reino prohibió el funcionamiento de refinerías de azúcar en 1715; en 1729, declaró crimen la apertura de nuevas vías de comunicación en la región minera; en 1785, ordenó incendiar los telares y las hilanderías brasileñas.
Inglaterra y Holanda, campeonas del contrabando del oro y los esclavos, que amasaron grandes fortunas en el tráfico ilegal de carne negra, atrapaban por medios ilícitos, según se estima, más de la mitad del metal que correspondía al impuesto del «quinto real» que debía recibir, de Brasil, la corona portuguesa. Pero Inglaterra no recurría solamente al comercio prohibido para canalizar el oro brasileño en dirección a Londres. Las vías legales también le pertenecían.
El auge del oro, que implicó el flujo de grandes contingentes de población portuguesa hacía Minas Gerais, estimuló agudamente la demanda colonial de productos industriales y proporcionó, a la vez, medios para pagarlos. De la misma manera que la plata de Potosí rebotaba en el suelo de España, el oro de Minas Gerais sólo pasaba en tránsito por Portugal. La metrópoli se convirtió en simple intermediaria.
En 1755, el marqués de Pombal, primer ministro portugués, intentó la resurrección de una política proteccionista, pero ya era tarde: denunció que los ingleses habían conquistado Portugal sin los inconvenientes de una conquista, que abastecían las dos terceras partes de sus necesidades y que los agentes británicos eran dueños de la totalidad del comercio portugués.
Portugal no producía prácticamente nada y tan ficticia resultaba la riqueza del oro que hasta los esclavos negros que trabajaban las minas de la colonia eran vestidos por los ingleses.
Celso Furtado ha hecho notar que Inglaterra, que seguía una política clarividente en materia de desarrollo industrial, utilizó el oro de Brasil para pagar importaciones esenciales de otros países y pudo concentrar sus inversiones en el sector manufacturero. Rápidas y eficaces innovaciones tecnológicas pudieron ser aplicadas gracias a esta gentileza histórica de Portugal. El centro financiero de Europa se trasladó de Amsterdam a Londres.
Según las fuentes británicas, las entradas de oro brasileño en Londres alcanzaban a cincuenta mil libras por semana en algunos períodos. Sin esta tremenda acumulación de reservas metálicas, Inglaterra no hubiera podido enfrentar, posteriormente, a Napoleón.
Nada quedó, en suelo brasileño, del impulso dinámico del oro, salvo los templos y las obras de arte. A fines del siglo XVIII, aunque todavía no se habían agotado los diamantes, el país estaba postrado. El ingreso per capita de los tres millones largos de brasileños no superaba los cincuenta dólares anuales al actual poder adquisitivo, según los cálculos de Furtado, y éste era el nivel más bajo de todo el período colonial.
Minas Gerais cayó a pique en un abismo de decadencia y ruina. Increíblemente, un autor brasileño, agradece el favor y sostiene que el capital inglés que salió de Minas Gerais «sirvió para la inmensa red bancaria que propició el comercio entre las naciones y tornó posible levantar el nivel de vida de los pueblos capaces de progreso». Condenados inflexiblemente a la pobreza en función del progreso ajeno, los pueblos mineros «incapaces» quedaron aislados y tuvieron que resignarse a arrancar sus alimentos de las pobres tierras ya despojadas de metales y piedras preciosas.
La agricultura de subsistencia ocupó el lugar de la economía minera. En nuestros días, los campos de Minas Gerais son, como los del nordeste, reinos del latifundio y de los «coroneles de hacienda», impertérritos bastiones del atraso. La venta de trabajadores mineiros a las haciendas de otros estados es casi tan frecuente como el tráfico de esclavos que los nordestinos padecen.
Franklin de Oliveira recorrió Minas Gerais hace poco tiempo. Encontró casas de palo a pique, pueblitos sin agua ni luz, prostitutas con una edad media de trece años en la ruta al valle de Jequitinhonha, locos y famélicos a la vera de los caminos. Lo cuenta en su reciente libro A tragédia da renovaçao brasileira.
Henri Gorceix había dicho, con razón, que Minas Gerais tenía un corazón de oro en un pecho de hierro pero la explotación de su fabuloso quadrilátero ferrífero corre por cuenta, en nuestros días, de la Hanna Mining Co. y la Bethlehem Steel, asociadas al efecto: los yacimientos fueron entregados en 1964, al cabo de una siniestra historia. El hierro, en manos extranjeras, no dejará más de lo que el oro dejó.
Sólo la explosión del talento había quedado como recuerdo del vértigo del oro, por no mencionar los agujeros de las excavaciones y las pequeñas ciudades abandonadas. Portugal no pudo, tampoco, rescatar otra fuerza creadora que no fuera la revolución estética.
El convento de Mafra, orgullo de Dom Joáo V, levantó a Portugal de la decadencia artística: en sus carillones de treinta y siete campanas, sus vasos y sus candelabros de oro macizo, centellea todavía el oro de Minas Gerais.
Las iglesias de Minas han sido bastante saqueadas y son raros los objetos sacros, de tamaño portátil, que en ellas perduran, pero para siempre quedaron, alzadas sobre las ruinas coloniales, las monumentales obras barrocas, los frontispicios y los púlpitos, los retablos, las tribunas, las figuras humanas, que diseñó, talló o esculpió Antonio Francisco Lisboa, el «Aleijadinho», el «Tullidito», el hijo genial de una esclava y un artesano. Ya agonizaba el siglo XVIII cuando el «Aleijadinho» comenzó a modelar en piedra un conjunto de grandes figuras sagradas, al pie del santuario de Bom Jesus de Matosinhos, en Congonhas do Campo. La euforia del oro era cosa del pasado: la obra se llamaba Los profetas, pero ya no había ninguna gloria por profetizar.
Toda la pompa y la alegría se habían desvanecido y no quedaba sitio para ninguna esperanza. El testimonio final, grandioso como un entierro para aquella fugaz civilización del oro nacida para morir, fue dejado a los siglos siguientes por el artista más talentoso de toda la historia de Brasil. El «Aleijadinho», desfigurado y mutilado por la lepra, realizó su obra maestra amarrándose el cincel y el martillo a las manos sin dedos y arrastrándose de rodillas, cada madrugada, rumbo a su taller
La leyenda asegura que en la iglesia de Nossa Senhora das Mercés e Misericordia, de Minas Gerais, los mineros muertos celebran todavía misa en las frías noches de lluvia. Cuando el sacerdote se vuelve, alzando las manos desde el altar mayor, se le ven los huesos de la cara.
Lo cuentan las voces de los vencidos.
Extractos del libro “Las venas abiertas de América Latina”
de Eduardo Galeano
Publicado por ROMULO PEREZ “por una conciencia Socialista”
« ... Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez...»
El oro había empezado a fluir en el preciso momento en que Portugal firmaba el tratado de Methuen, en 1703, con Inglaterra. Esta fue la coronación de una larga serie de privilegios conseguidos por los comerciantes británicos en Portugal.
A cambio de algunas ventajas para sus vinos en el mercado inglés, Portugal abría su propio mercado, y el de sus colonias, a las manufacturas británicas. Dado el desnivel de desarrollo industrial ya por entonces existente, la medida implicaba una condenación a la ruina para las manufacturas locales. No era con vino como se pagarían los tejidos ingleses, sino con oro, con el oro de Brasil, y por el camino quedarían paralíticos los telares de Portugal. Portugal no se limitó a matar en el huevo a su propia industria, sino que, de paso, aniquiló también los gérmenes de cualquier tipo de desarrollo manufacturero en el Brasil. El reino prohibió el funcionamiento de refinerías de azúcar en 1715; en 1729, declaró crimen la apertura de nuevas vías de comunicación en la región minera; en 1785, ordenó incendiar los telares y las hilanderías brasileñas.
Inglaterra y Holanda, campeonas del contrabando del oro y los esclavos, que amasaron grandes fortunas en el tráfico ilegal de carne negra, atrapaban por medios ilícitos, según se estima, más de la mitad del metal que correspondía al impuesto del «quinto real» que debía recibir, de Brasil, la corona portuguesa. Pero Inglaterra no recurría solamente al comercio prohibido para canalizar el oro brasileño en dirección a Londres. Las vías legales también le pertenecían.
El auge del oro, que implicó el flujo de grandes contingentes de población portuguesa hacía Minas Gerais, estimuló agudamente la demanda colonial de productos industriales y proporcionó, a la vez, medios para pagarlos. De la misma manera que la plata de Potosí rebotaba en el suelo de España, el oro de Minas Gerais sólo pasaba en tránsito por Portugal. La metrópoli se convirtió en simple intermediaria.
En 1755, el marqués de Pombal, primer ministro portugués, intentó la resurrección de una política proteccionista, pero ya era tarde: denunció que los ingleses habían conquistado Portugal sin los inconvenientes de una conquista, que abastecían las dos terceras partes de sus necesidades y que los agentes británicos eran dueños de la totalidad del comercio portugués.
Portugal no producía prácticamente nada y tan ficticia resultaba la riqueza del oro que hasta los esclavos negros que trabajaban las minas de la colonia eran vestidos por los ingleses.
Celso Furtado ha hecho notar que Inglaterra, que seguía una política clarividente en materia de desarrollo industrial, utilizó el oro de Brasil para pagar importaciones esenciales de otros países y pudo concentrar sus inversiones en el sector manufacturero. Rápidas y eficaces innovaciones tecnológicas pudieron ser aplicadas gracias a esta gentileza histórica de Portugal. El centro financiero de Europa se trasladó de Amsterdam a Londres.
Según las fuentes británicas, las entradas de oro brasileño en Londres alcanzaban a cincuenta mil libras por semana en algunos períodos. Sin esta tremenda acumulación de reservas metálicas, Inglaterra no hubiera podido enfrentar, posteriormente, a Napoleón.
Nada quedó, en suelo brasileño, del impulso dinámico del oro, salvo los templos y las obras de arte. A fines del siglo XVIII, aunque todavía no se habían agotado los diamantes, el país estaba postrado. El ingreso per capita de los tres millones largos de brasileños no superaba los cincuenta dólares anuales al actual poder adquisitivo, según los cálculos de Furtado, y éste era el nivel más bajo de todo el período colonial.
Minas Gerais cayó a pique en un abismo de decadencia y ruina. Increíblemente, un autor brasileño, agradece el favor y sostiene que el capital inglés que salió de Minas Gerais «sirvió para la inmensa red bancaria que propició el comercio entre las naciones y tornó posible levantar el nivel de vida de los pueblos capaces de progreso». Condenados inflexiblemente a la pobreza en función del progreso ajeno, los pueblos mineros «incapaces» quedaron aislados y tuvieron que resignarse a arrancar sus alimentos de las pobres tierras ya despojadas de metales y piedras preciosas.
La agricultura de subsistencia ocupó el lugar de la economía minera. En nuestros días, los campos de Minas Gerais son, como los del nordeste, reinos del latifundio y de los «coroneles de hacienda», impertérritos bastiones del atraso. La venta de trabajadores mineiros a las haciendas de otros estados es casi tan frecuente como el tráfico de esclavos que los nordestinos padecen.
Franklin de Oliveira recorrió Minas Gerais hace poco tiempo. Encontró casas de palo a pique, pueblitos sin agua ni luz, prostitutas con una edad media de trece años en la ruta al valle de Jequitinhonha, locos y famélicos a la vera de los caminos. Lo cuenta en su reciente libro A tragédia da renovaçao brasileira.
Henri Gorceix había dicho, con razón, que Minas Gerais tenía un corazón de oro en un pecho de hierro pero la explotación de su fabuloso quadrilátero ferrífero corre por cuenta, en nuestros días, de la Hanna Mining Co. y la Bethlehem Steel, asociadas al efecto: los yacimientos fueron entregados en 1964, al cabo de una siniestra historia. El hierro, en manos extranjeras, no dejará más de lo que el oro dejó.
Sólo la explosión del talento había quedado como recuerdo del vértigo del oro, por no mencionar los agujeros de las excavaciones y las pequeñas ciudades abandonadas. Portugal no pudo, tampoco, rescatar otra fuerza creadora que no fuera la revolución estética.
El convento de Mafra, orgullo de Dom Joáo V, levantó a Portugal de la decadencia artística: en sus carillones de treinta y siete campanas, sus vasos y sus candelabros de oro macizo, centellea todavía el oro de Minas Gerais.
Las iglesias de Minas han sido bastante saqueadas y son raros los objetos sacros, de tamaño portátil, que en ellas perduran, pero para siempre quedaron, alzadas sobre las ruinas coloniales, las monumentales obras barrocas, los frontispicios y los púlpitos, los retablos, las tribunas, las figuras humanas, que diseñó, talló o esculpió Antonio Francisco Lisboa, el «Aleijadinho», el «Tullidito», el hijo genial de una esclava y un artesano. Ya agonizaba el siglo XVIII cuando el «Aleijadinho» comenzó a modelar en piedra un conjunto de grandes figuras sagradas, al pie del santuario de Bom Jesus de Matosinhos, en Congonhas do Campo. La euforia del oro era cosa del pasado: la obra se llamaba Los profetas, pero ya no había ninguna gloria por profetizar.
Toda la pompa y la alegría se habían desvanecido y no quedaba sitio para ninguna esperanza. El testimonio final, grandioso como un entierro para aquella fugaz civilización del oro nacida para morir, fue dejado a los siglos siguientes por el artista más talentoso de toda la historia de Brasil. El «Aleijadinho», desfigurado y mutilado por la lepra, realizó su obra maestra amarrándose el cincel y el martillo a las manos sin dedos y arrastrándose de rodillas, cada madrugada, rumbo a su taller
La leyenda asegura que en la iglesia de Nossa Senhora das Mercés e Misericordia, de Minas Gerais, los mineros muertos celebran todavía misa en las frías noches de lluvia. Cuando el sacerdote se vuelve, alzando las manos desde el altar mayor, se le ven los huesos de la cara.
Lo cuentan las voces de los vencidos.
Extractos del libro “Las venas abiertas de América Latina”
de Eduardo Galeano
Publicado por ROMULO PEREZ “por una conciencia Socialista”
« ... Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez...»
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