lunes, 31 de enero de 2011

LA CRISIS DE LOS AÑOS TREINTA:

EL REY AZÚCAR Y OTROS MONARCAS AGRÍCOLAS

LA CRISIS DE LOS AÑOS TREINTA:

«ES UN CRIMEN MÁS GRANDE MATAR Á UNA HORMIGA QUE A UN HOMBRE»

El café dependía del mercado norteamericano, de su capacidad de consumo y de sus precios; las bananas eran un negocio norteamericano y para norteamericanos. Y estalló, de golpe, la crisis de 1929. El crack de la Bolsa de Nueva York, que hizo crujir los cimientos del capitalismo mundial, cayó en el Caribe como un gigantesco bloque de piedra en un charquito. Bajaron verticalmente los precios del café y de las bananas, y no menos verticalmente descendió el volumen de las ventas.

Los desalojos campesinos recrudecieron con violencia febril, el desempleo cundió en el campo y en las ciudades, se levantó una oleada de huelgas; se abatieron bruscamente los créditos, las inversiones y los gastos públicos, los sueldos de los funcionarios del Estado se redujeron casi a la mitad en Honduras, Guatemala y Nicaragua.

El equipo de dictadores llegó sin demora para aplastar las tapas de las marmitas; se abría la época de la política de la Buena Vecindad en Washington, pero era preciso contener a sangre y fuego la agitación social que por todas partes hervía. Alrededor de veinte años -unos más, otros menos- permanecieron en el poder Jorge Ubico en Guatemala, Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador, Tiburcio Carias en Honduras y Anastasio Somoza en Nicaragua.

La epopeya de Augusto César Sandino conmovía al mundo. La larga lucha del jefe guerrillero de Nicaragua había derivado a la reivindicación de la tierra y levantaba en vilo la ira campesina. Durante siete años, su pequeño ejército en harapos peleó, a la vez, contra los doce mil invasores norte-americanos y contra los miembros de la guardia nacional. Las granadas se hacían con latas de sardinas llenas de piedras, los fusiles Springfield se arrebataban al enemigo y no faltaban machetes; el asta de la bandera era un palo sin descortezar y en vez de botas los campesinos usaban, para moverse en las montañas enmarañadas, una tira de cuero llamada caite. Con música de Adelita, los guerrilleros cantaban:

En Nicaragua, señores,
le pega el ratón al gato.

Ni el poder de fuego de la Infantería de Marina ni las bombas que arrojaban los aviones resultaban suficientes para aplastar a los rebeldes de Las Segovias.

Tampoco las calumnias que derramaban por el mundo entero las agencias informativas Associated Press y United Press, cuyos corresponsales en Nicaragua eran dos norteamericanos que tenían en sus manos la aduana del país.

En 1932, Sandino presentía: «Yo no viviré mucho tiempo». Un año después, al influjo de la política norteamericana de la Buena Vecindad, se celebraba la paz. El jefe guerrillero fue invitado por el presidente a una reunión decisiva en Managua. Por el camino cayó muerto en una emboscada. El asesino, Anastasio Somoza, sugirió después que la ejecución había sido ordenada por el embajador norteamericano Arthur Bliss Lañe. Somoza, por entonces jefe militar, no demoró mucho en instalarse en el poder. Gobernó Nicaragua durante un cuarto de siglo y luego sus hijos recibieron, en herencia, el cargo.

Antes de cruzarse el pecho con la banda presidencial, Somoza se había condecorado a sí mismo con la Cruz del Valor, la Medalla de Distinción y la Medalla Presidencial al Mérito. Ya en el poder, organizó varias matanzas y grandes celebraciones, para las cuales disfrazaba de romanos, con sandalias y cascos, a sus soldados; se convirtió en el mayor productor de café del país, con 46 fincas, y también se dedicó a la cría de ganado en otras 51 haciendas. Nunca le faltó tiempo, sin embargo, para sembrar también el terror. Durante su larga gestión de gobierno, no pasó, la verdad sea dicha, mayores necesidades, y recordaba con cierta tristeza los años juveniles, cuando debía falsificar monedas de oro para poder divertirse.

También en El Salvador estallaron las tensiones como consecuencia de la crisis. Casi la mitad de los obreros bananeros de Honduras eran salvadoreños y muchos fueron obligados a retornar a su país, donde no había trabajo para nadie. En la región de Izalco, se produjo un gran levantamiento campesino en 1932, que se propagó rápidamente a todo el occidente del país. El dictador Martínez envió a los soldados, con equipos modernos, a combatir contra «los bolcheviques». Los indios pelearon a machete contra las ametralladoras y el episodio se cerró con diez mil muertos.

Martínez, un brujo vegetariano y teósofo, sostenía que «es un crimen más grande matar a una hormiga que a un hombre, porque el hombre al morir reencarna, mientras que la hormiga muere definitivamente».

Decía qué él estaba protegido por «legiones invisibles» que le daban cuenta de todas las conspiraciones y mantenía comunicación telepática directa con el presidente de los Estados Unidos. Un reloj de péndulo le indicaba, sobre el plato, si la comida estaba envenenada; sobre un mapa, le señalaba los lugares donde se escondían enemigos políticos y tesoros de piratas. Solía enviar notas de condolencia a los padres de sus víctimas y en el patio de su palacio pastaban los ciervos. Gobernó hasta 1944.

Las matanzas se sucedían por todas partes. En 1933, Jorge Ubico fusiló en Guatemala a un centenar de dirigentes sindicales, estudiantiles y políticos, al tiempo que reimplantaba las leyes contra «la vagancia» de los indios. Cada indio debía llevar una libreta donde constaban sus días de trabajo; si no se consideraban suficientes, pagaba la deuda en la cárcel o arqueando la espalda sobre la tierra, gratuitamente, durante medio año.

En la insalubre costa del Pacífico, los obreros que trabajaban hundidos hasta las rodillas en el barro cobraban treinta centavos por día, y la United Fruit demostraba que Ubico la había obligado a rebajar los salarios.

En 1944, poco antes de la caída del dictador, el Reader's Digest publicó un artículo ardiente de elogios: este profeta del Fondo Monetario Internacional había evitado la inflación bajando los salarios, de un dólar a veinticinco centavos diarios, para la construcción de la carretera militar de emergencia, y de un dólar a cincuenta centavos para los trabajos de la base aérea en la capital.

Por esta época, Ubico otorgó a los señores del café y a las empresas bananeras el permiso para matar: «Estarán exentos de responsabilidad criminal los propietarios de fincas...». El decreto llevaba el número 2.795 y fue restablecido en 1967, durante el democrático y representativo gobierno de Méndez Montenegro.

Como todos los tiranos del Caribe, Ubico se creía Napoleón. Vivía rodeado de bustos y cuadros del Emperador, que tenía, según él, su mismo perfil. Creía en la disciplina militar: militarizó a los empleados de correo, a los niños de las escuelas y a la orquesta sinfónica. Los integrantes de la orquesta tocaban de uniforme, a cambio de nueve dólares mensuales, las piezas que Ubico elegía y con la técnica y los instrumentos por él dispuestos. Consideraba que los hospitales eran para los maricones, de modo que los pacientes recibían asistencia en los suelos de los pasillos y los corredores, si tenían la desgracia de ser pobres además de enfermos.

Lo cuentan las voces de los que se resisten.

Extractos del libro “Las venas abiertas de América Latina”
de Eduardo Galeano

Publicado por ROMULO PEREZ “por una conciencia Socialista”

« ... Hemos guardado un silencio muy parecido a la estupidez...»

martes, 25 de enero de 2011

LOS FILIBUSTEROS AL ABORDAJE

EL REY AZÚCAR Y OTROS MONARCAS AGRÍCOLAS

LOS FILIBUSTEROS AL ABORDAJE

En la concepción geopolítica del imperialismo, América Central no es más que un apéndice natural de los Estados Unidos. Ni siquiera Abraham Lincoln, que también pensó en anexar sus territorios, pudo escapar a los dictados del «destino manifiesto» de la gran potencia sobre sus áreas contiguas.

A mediados del siglo pasado, el filibustero William Walker, que operaba en nombre de los banqueros Morgan y Garrison, invadió Centroamérica al frente de una banda de asesinos que se llamaban a sí mismos «la falange americana de los inmortales». Con el respaldo oficioso del gobierno de los Estados Unidos, Walker robó, mató, incendió y se proclamó presidente, en expediciones sucesivas, de Nicaragua, El Salvador y Honduras. Reimplantó la esclavitud en los territorios que sufrieron su devastadora ocupación, continuando así, la obra filantrópica de su país en los estados que habían sido usurpados, poco antes, a México.

A su regreso fue recibido en los Estados Unidos como un héroe nacional. Desde entonces se sucedieron las invasiones, las intervenciones, los bombardeos, los empréstitos obligatorios y los tratados firmados al pie del cañón. En 1912, el presidente William H. Taft afirmaba: «No está lejano el día en que tres banderas de barras y estrellas señalen en tres sitios equidistantes la extensión de nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro, de hecho, como, en virtud de nuestra superioridad racial, ya es nuestro moral-mente». Taft decía que el recto camino de la justicia en la política externa de los Estados Unidos «no excluye en modo alguno una activa intervención para asegurar a nuestras mercancías y a nuestros capitalistas facilidades para las inversiones beneficiosas». Por la misma época, el ex presidente Teddy Roosevelt recordaba en voz alta su exitosa amputación de tierra a Colombia: «I took the Canal», decía el flamante Premio Nobel de la Paz, mientras contaba cómo había independizado a Panamá. Colombia recibiría, poco después, una indemnización de veinticinco millones de dólares: era el precio de un país, nacido para que los Estados Unidos dispusieran de una vía de comunicación entre ambos océanos.

Las empresas se apoderaban de tierras, aduanas, tesoros y gobiernos; los marines desembarcaban por todas partes para «proteger la vida y los intereses de los ciudadanos norteamericanos», coartada igual a la que utilizarían, en 1965, para borrar con agua bendita las huellas del crimen de la Dominicana. La bandera envolvía otras mercaderías. El comandante Smedley D. Butler, que encabezó muchas de las expediciones, resumía así su propia actividad, en 1935, ya retirado: «Me he pasado treinta y tres años y cuatro meses en el servicio activo, como miembro de la más ágil fuerza militar de este país: el Cuerpo de Infantería de Marina. Serví en todas las jerarquías, desde teniente segundo hasta general de división. Y durante todo ese período me pasé la mayor parte del tiempo en funciones de pistolero de primera clase para los Grandes Negocios, para Wall Street y los banqueros. En una palabra, fui un pistolero del capitalismo... Así, por ejemplo, en 1914 ayudé a hacer que México y en especial Tampico, resultasen una presa fácil para los intereses petroleros norteamericanos. Ayudé a hacer que Haití y Cuba fuesen lugares decentes para el cobro de rentas por parte del National City Bank... En 1909-1912 ayudé a purificar a Nicaragua para la casa bancaria internacional de Brown Brothers. En 1916 llevé la luz a la República Dominicana, en nombre de los intereses azucareros norteamericanos. En 1903 ayudé a pacificar a Honduras en beneficio de las compañías fruteras norteamericanas».

En los primeros años del siglo, el filósofo William James había dictado una sentencia poco conocida: «El país ha vomitado de una vez y para siempre la Declaración de Independencia...». Por no poner más que un ejemplo, los Estados Unidos ocuparon Haití durante veinte años y allí, en ese país negro que había sido el escenario de la primera revuelta victoriosa de los esclavos, introdujeron la segregación racial y el régimen de trabajos forzados, mataron mil quinientos obreros en una de sus operaciones de represión (según la investigación del Senado norteamericano en 1922) y, cuando el gobierno local se negó a convertir el Banco Nacional en una sucursal del National City Bank de Nueva York, suspendieron el pago de sus sueldos al Presidente y a sus ministros, para que recapacitaran.

Historias semejantes se repetían en las demás islas del Caribe y en toda América Central, el espacio geopolítico del Mare Nostrum del Imperio, al ritmo alternado del big stick o de «la diplomacia del dólar».

El Corán menciona al plátano entre los árboles del paraíso, pero la bananización de Guatemala, Honduras, Costa Rica, Panamá, Colombia y Ecuador permite sospechar que se trata de un árbol del infierno. En Colombia, la United Fruit se había hecho dueña del mayor latifundio del país cuando estalló, en 1928, una gran huelga en la costa atlántica. Los obreros bananeros fueron aniquilados a balazos, frente a una estación de ferrocarril. Un decreto oficial había sido dictado: «Los hombres de la fuerza pública quedan facultados para castigar por las armas...» y después no hubo necesidad de dictar ningún decreto para borrar la matanza de la memoria oficial del país.

Miguel Ángel Asturias narró el proceso de la conquista y el despojo en Centroamérica. El papa verde era Minor Keith, rey sin corona de la región entera, padre de la United Fruit, devorador de países. «Tenemos muelles, ferrocarriles, tierras, edificios, manantiales -enumeraba el presidente-; corre el dólar, se habla el inglés y se enarbola nuestra bandera...» «Chicago no podía menos que sentir orgullo de ese hijo que marchó con una mancuerna de pistolas y regresaba a reclamar su puesto entre los emperadores de la carne, reyes de los ferrocarriles, reyes del cobre, reyes de la goma de mascar.» En El paralelo 42 John Dos Passos trazó la rutilante biografía de Keith, biografía de la empresa: «En Europa y Estados Unidos la gente había comenzado a comer plátanos, así que tumbaron la selva a través de América Central para sembrar plátanos y construir ferrocarriles para transportar los plátanos, y cada año más vapores de la Great White Fleet iban hacia el norte repletos de plátanos, y ésa es la historia del imperio norteamericano en el Caribe y del Canal de Panamá y del futuro canal de Nicaragua y los marines y los acorazados y las bayonetas...».

Las tierras quedaban tan exhaustas como los trabajadores: a las tierras les robaban el humus y a los trabajadores los pulmones, pero siempre había nuevas tierras para explotar y más trabajadores para exterminar. Los dictadores, próceres de opereta, velaban por el bienestar de la United Fruit con el cuchillo entre los dientes. Después, la producción de bananas fue decayendo y la omnipotencia de la empresa frutera sufrió varias crisis, pero América Central continúa siendo, en nuestros días, un santuario del lucro para los aventureros aunque el café, el algodón y el azúcar hayan derribado a los plátanos de su sitial de privilegio. En 1970, las bananas son la principal fuente de divisas para Honduras y Panamá y, en América del Sur, para Ecuador. Hacia 1930, América Central exportaba 38 millones anuales de racimos y la United Fruit pagaba a Honduras un centavo de impuesto por cada racimo.

No había manera de controlar el pago del miniimpuesto (que después subió un poquito), ni la hay, porque aún hoy la United Fruit exporta e importa lo que se le ocurre al margen de las aduanas estatales. La balanza comercial y la balanza de pagos del país son obras de ficción a cargo de los técnicos de imaginación pródiga.



Lo cuentan las voces de los que se resisten.

Extractos del libro “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano

Publicado por ROMULO PEREZ “por una conciencia Socialista”

« ... Hemos guardado un silencio muy parecido a la estupidez...»

martes, 18 de enero de 2011

tala indiscriminada de quebracho en la Argentina

CAMPESINOS PROTESTAN
CONTRA DEPREDACIÓN DE BOSQUE NATIVO
DE MADERA PRECIOSA.

Denuncian tala indiscriminada de quebracho en la Argentina


Un grupo de campesinos resiste en el norte de Argentina desalojos compulsivos para evitar que se arrase con el bosque nativo para plantar soja. Veinte familias acampaban desde hace más de un mes al costado de una carretera que bloquean una vez por día cerca de la localidad de Vilmer, en la provincia de Santiago del Estero.

Los manifestantes intentan llamar la atención de las autoridades locales ante los intentos de expulsión de sus tierras y la situación de riesgo del bosque nativo del quebracho colorado, sobre todo por el avance de la soja transgénica, un cultivo que se multiplicó 26 veces en las dos últimas décadas en esa región.

“Vienen empresas extranjeras y fuertes intereses argentinos. La intención es comprar y comprar. O directamente el desalojo compulsivo. Lo único que le queda al campesino es resistir. Sólo queremos frenar la venta ilegal de tierras y proteger el bosque para mantener nuestros animales”, señaló Luis Recio.

Operativos con ex policías o civiles armados y amparados por jueces que desestiman los derechos adquiridos por generaciones se han multiplicado en los últimos años en esa árida región del norte argentino en pleno auge de la “fiebre del oro verde”, denunciaron.

En marzo, una mujer de 31 años murió de un ataque cardíaco cuando intentaba evitar que una topadora, custodiada por hombres armados, se llevara por delante el bosque para dar lugar al cultivo de soja, una escena que se repite en Santiago del Estero, una de las provincias más pobres de Argentina.

Recio, como varios de sus compañeros, tiene pedido de captura emitido por jueces que apoyan a grandes hacendados al soslayar la doctrina veinteañal por la cual se reconoce la tenencia a quienes estén asentados por generaciones en esa región, señala en su informe, la AFP.

“ORO VERDE”

EL cultivo de soja ya ocupa 18,5 millones de hectáreas en Argentina para una cosecha estimada de 52,7 millones de toneladas en 2011.

La soja, el mayor producto de exportación de Argentina, le deja al país sudamericano unos US$ 6.000 millones anuales. En cambio, este país sudamericano perdió en un siglo el 70% de sus bosques, que se redujeron de 100 millones de hectáreas a 33,19 millones de hectáreas actuales.

“Los pobres campesinos tratados como perros, deambulan por ahí”, dice una canción que propala la radio La Merced ubicada al lado de la iglesia católica de la humilde localidad de Pozo Hondo (2.000 habitantes), donde el padre Sergio está atento a los operativos de desalojo rurales en esa zona de Santiago del Estero. El religioso, de 41 años, dice a la AFP que los habitantes de Pozo Hondo dedicados a la ganadería en pequeña escala alertan a la radio cuando detectan un operativo de desalojo y ello permite que en poco tiempo los vecinos de las cien familias del área rural cercana se movilicen para evitar el avance de las topadoras.

Diario Digital: LA NACION.com.py (Indispensable para decidir) 12/12/2010


Lo cuentan las voces de los que se resisten.

Publicado por ROMULO PEREZ “por una conciencia Socialista”

« ... Hemos guardado un silencio muy parecido a la estupidez...»

lunes, 10 de enero de 2011

La varita mágica del mercado mundial despierta a Centroamérica

EL REY AZÚCAR Y OTROS MONARCAS AGRÍCOLAS

La varita mágica del mercado mundial despierta a Centroamérica

Las tierras de la franja centroamericana llegaron a la mitad del siglo pasado sin que se les hubiera infligido mayores molestias. Además de los alimentos destinados al consumo, América Central producía la grana y el añil, con pocos capitales, escasa mano de obra y preocupaciones mínimas. La grana, insecto que nacía y. crecía sin problemas sobré la espinosa superficie de los nopales, disfrutaba, como el añil, de una sostenida demanda en la industria textil europea. Ambos colorantes naturales murieron de muerte sintética cuando, hacia 1850, los químicos alemanes inventaron las anilinas y otras tintas más baratas para teñir las telas.

Treinta años después de esta victoria de los laboratorios sobre la naturaleza, llegó el turno del café. Centroamérica se transformó. De sus plantaciones recién nacidas provenía, hacia 1880, poco menos de la sexta parte de la producción mundial de café. Fue a través de este producto como la región quedó definitivamente incorporada al mercado internacional.

A los compradores ingleses sucedieron los alemanes y los norteamericanos; los consumidores extranjeros dieron vida a una burguesía nativa del café, que irrumpió en el poder político, a través de la revolución liberal de Justo Rufino Barrios, a principios de la década de 1870. La especialización agrícola, dictada desde fuera, despertó el furor de la apropiación de tierras y de hombres: el latifundio actual nació, en Centroamérica, bajo las banderas de la libertad de trabajo.

Así pasaron a manos privadas grandes extensiones baldías, que pertenecían a nadie o a la Iglesia o al Estado, y tuvo lugar el frenético despojo de las comunidades indígenas. A los campesinos que se negaban a vender sus tierras se los enganchaba, por la fuerza, en el ejército; las plantaciones se convirtieron en pudrideros de indios; resucitaron los mandamientos coloniales, el reclutamiento forzoso de mano de obra y las leyes contra la vagancia.

Los trabajadores fugitivos eran perseguidos a tiros; los gobiernos liberales modernizaban las relaciones de trabajo instituyendo el salario, pero los asalariados se convertían en propiedad de los flamantes empresarios del café.

En ningún momento, todo a lo largo del siglo transcurrido desde entonces, los períodos de altos precios se hicieron notar sobre el nivel de los salarios, que continuaron siendo retribuciones de hambre sin que las mejores cotizaciones del café se tradujeran nunca en aumentos. Éste fue uno de los factores que impidieron el desarrollo de un mercado interno de consumo en los países centroamericanos.

Como en todas partes, el cultivo del café desalentó, en su expansión sin frenos, la agricultura de alimentos destinados al mercado interno. También estos países fueron condenados a padecer una crónica escasez de arroz, frijoles, maíz, trigo y carne. Apenas sobrevivió una miserable agricultura de subsistencia, en las tierras altas y quebradas donde el latifundio acorraló a los indígenas al apropiarse de las tierras bajas de mayor fertilidad.

En las montañas, cultivando en minúsculas parcelas el maíz y los frijoles imprescindibles para no caerse muertos, viven durante una parte del año los indígenas que brindan sus brazos, durante las cosechas, a las plantaciones. Éstas son las reservas de mano de obra del mercado mundial. La situación no ha cambiado: el latifundio y el minifundio constituyen, juntos, la unidad de un sistema que se apoya sobre la despiadada explotación de la mano de obra nativa.

En general, y muy especialmente en Guatemala, esta estructura de apropiación de la fuerza de trabajo aparece identificada con todo un sistema del desprecio racial: los indios padecen el colonialismo interno de los blancos y los mestizos, ideológicamente bendito por la cultura dominante, del mismo modo que los países centroamericanos sufren el colonialismo extranjero.

Desde principios de siglo aparecieron también, en Honduras, Guatemala y Costa Rica, los enclaves bananeros. Para trasladar el café a los puertos, habían nacido ya algunas líneas de ferrocarril financiadas por el capital nacional. Las empresas norteamericanas se apoderaron de esos ferrocarriles y crearon otros, exclusivamente para el transporte del banano desde sus plantaciones, al tiempo que implantaban el monopolio de los servicios de luz eléctrica, correos, telégrafos, teléfonos y, servicio público no menos importante, también el monopolio de la política: en Honduras, «una muía cuesta más que un diputado» y en toda Centroamérica los embajadores de Estados Unidos presiden más que los presidentes. La United Fruit Co. deglutió a sus competidores en la producción y venta de bananas, se transformó en la principal latifundista de Centroamérica, y sus filiales acapararon el transporte ferroviario y marítimo; se hizo dueña de los puertos, y dispuso de aduana y policía propias. El dólar se convirtió, de hecho, en la moneda nacional centroamericana.

Lo cuentan las voces de los que se resisten.

Extractos del libro “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano

Publicado por ROMULO PEREZ “por una conciencia Socialista”

« ... Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez...»