“Lo
cuentan las voces de los que se resisten”
Hablando
de “Pacheco”
-¡Ahí
viene Pacheco!... ¡Llegó Pacheco!...-
Por medio de estas
líneas quiero expresar un poco de ese sentimiento que todos llevamos dentro,
ese sentimiento colectivo que nos invade en navidad, cuando todo se viste de
fiesta, resaltando que es una época de sabor y de festejo, de reuniones, de
encuentros, en fin, de felicidad.
La navidad desde que
comienza todo es alegría y cada uno de nosotros la disfruta intensamente, entre
música, reuniones, brindis y ese delicioso arte culinario que nos distingue en
todo el mundo entero, mostrando nuestra identidad cultural, la cual se expresa
con fuerza, al ver esas reuniones colectivas de cada familia Venezolana, que
hacen que estas fechas sean muy especiales de verdad.
Entre las
manifestaciones culturales que se suelen
celebrar en navidad y en algunos casos extenderse hasta febrero tenemos:
los aguinaldos, el pesebre, las gaitas, las misas de aguinaldos, la mesa
navideña, las parrandas, las paraduras del niño, las patinatas, las danzas de
los pastores ó el velorio del niño Jesús, El día de los Santos inocentes, el
día de Los locos y locaínas, El año nuevo y El año viejo, entre otras.
Además de las
manifestaciones culturales antes mencionadas, también en Venezuela se están
celebrando otras expresiones culturales no autóctonas de la Nación, como por
ejemplo Halloween o noches de brujas, San Nicolás o Santa Claus, el Espíritu de
la Navidad, el Árbol de Navidad, el Intercambio de Regalos, el dar o pedir el
Aguinaldo, etc.
Todas estas
manifestaciones nos llenan de una calidez social y familiar muy especial en
donde la solidaridad y los valores humanos, marcan ese amor social que tenemos
todos, haciendo del Venezolano ese ser especial que espera recibir el nuevo año
lleno de esperanzas y proyectos que en el año viejo se realizaron a medias o
simplemente no se realizaron.
En lo personal tengo un proyecto que anhelo
realizar en los siguientes años por venir, y además espero que los lectores de
estas líneas me apoyen y me ayuden a lograr ese propósito.
Se trata de darle
forma física y fuerza a “Pacheco”, personaje legendario Venezolano, que siempre
lo relacionamos con el frio Avileño (Frio penetrante que desciende del cerro el
Ávila o Waraira Repano, montaña considerada como el escudo que separa al clima
caraqueño del clima litoralense), pero que nunca lo involucramos con nuestras
festividades de navidad.
De “Pacheco” nos
hemos encargado los Venezolanos de regarlo por todo el mundo, de hecho la Real
Academia Española lo reconoce como “Frio intenso”, y así lo conocen en Costa
Rica, Ecuador, España y otras partes del mundo, además de Venezuela, pero
“Pacheco” es más que eso, el no solo representa al frio, también representa la
humildad al ofrecer sus flores, frutas, legumbres y algunos tallados en maderas
que solía hacer para los niños, no solo en venta, también los fiaba y en
algunas ocasiones los regalaba a cambio de una sonrisa, éste excepcional
personaje recoge en sí mismo todos los atributos que simboliza la navidad, es
decir, además del frio navideño que nos invita a la unión familiar, el también
representó y representa la nobleza y el amor a través de sus flores, la bondad
y la prosperidad por las frutas y las legumbres que ofrecía, la esperanza y la
alegría por sus tallados en madera y la amistad y la confianza al ser un ser
muy querido en su época.
Algunos que
conocen su historia nos cuentan
“Pacheco” era un hombre bueno y querendón,
floricultor galipanero que vivió en el siglo XIX; aunque no se tiene fecha
precisa de su existencia, se sabe que vivió en este siglo tomando como
referencia al Ayuntamiento
de Caracas, que en 1809 destinó el terreno de la Plaza de San Jacinto como “Mercado
de las flores, frutas y dulces”, y en febrero de 1865 autorizó la demolición del
antiguo convento
de los monjes dominicos de San Jacinto (construido en el siglo XVI), y utilizaron las viejas estructuras para desarrollar
en ese espacio el “Mercado de San Jacinto”, establecimiento que fusionaría al
mercado de las flores, frutas y dulces con el viejo mercado de la plaza mayor o plaza del mercado hoy “Plaza Bolívar”;
antes de esta ultima fecha (1865), “Pacheco” tenía su espacio preferido de
ventas en el Mercado de las flores, y después de la fusión estableció su lugar
favorito cerca de las jaulas de los vendedores de pájaros, frente al negocio
“La Atarraya” y otros locales donde estaban a la mano el vasito de berro o el
de aguardiente de caña, remedios infalibles para aliviar el frío intenso que se
había traído consigo desde Galipán y la cumbre del Waraira Repano, (aires con
los que ponía a temblar a pobres y ricos).
Su casa estaba ubicada en el pueblito
de Galipán en el Waraira Repano, de donde él era originario, éste era un pueblo
lleno de flores y gente hacendosa, en donde sembraban los más hermosos
claveles, las yerbas más olorosas, las más grandes legumbres y las más hermosas
frutas, para vender todo eso en el mercado de la capital o mercado de San
Jacinto.
Dicen, que a “Pacheco” no le gustaba
mucho Caracas, aquella la de los techos Rojos, y aun menos La Guaira ya que no
estaba acostumbrado ni al calor del litoral, ni al ruido de la ciudad, ni a las
carretas a caballo, ni a los pregoneros, ni a muchas otras cosas más, es por
eso que solo bajaba a la ciudad a partir del mes de Noviembre, cuando en la
montaña se fortalecía el frío, ya que de esta manera él sabía que Caracas
estaría también más fresca y placentera.
Acostumbraba a bajar por el Camino de
los Españoles y entraba por la Puerta de Caracas en La Pastora, allí hacia su
primera parada, vendía parte de la carga frente a la Iglesia de “La Pastora”,
luego continuaba su peregrinar hasta el Mercado de las flores (-1809- después Mercado
de San Jacinto -1865-), en San Jacinto, en donde terminaba de vender lo que le
quedaba, haciendo varios viajes desde Galipán hasta la ciudad y viceversa, de
esta manera en Caracas se comenzó a asociar la llegada de “Pacheco” con la
época más fría del año, que va desde Noviembre hasta Enero cuando él hacia el último
viaje y no regresaba más hasta el siguiente Noviembre.
“Pacheco” bajaba del cerro en la
madrugada (todavía a oscuras), con su
carreta llena de flores, frutas y verduras frescas, además de algunas pequeñas
tallas hechas en madera representativas de la vida que él llevaba como:
culebritas, pajaritos, carretas, frutos, entre otros, para agradar a los niños
y niñas del mercado y algunos en el camino.
Le gustaba peregrinar por el camino de
los españoles (Mismo que en la época colonial, fuera la única vía de tránsito
entre la ciudad de Caracas y el Puerto de La Guaira). Por allí entraron los
primeros españoles a Caracas, y construyeron ese camino de piedra lleno de
leyendas y mágicas historias, a punta de sudor y espada, luchando
constantemente contra los feroces caribes, que poblaban esa montaña desde
tiempos inmemoriales; dicen que los espíritus de nuestros ancestros aún rondan
esos caminos y forman parte de la montaña.
A “Pacheco” nunca le atemorizaron esos
cuentos, él había nacido allí, él era parte del Waraira Repano y junto a sus
mulas conocía cada una de las piedras, árboles y senderos que hacían parte del
cerro, nadie como él podía ubicar las yerbas medicinales que la montaña ofrecía,
(cuando le hacían un encargo para aliviar a un enfermo); solo él sabía reconocer el sonido de cada pájaro, cada
culebra, cada viento rozando el follaje de los árboles, él se creía dueño de
esa montaña que se levantaba entre el mar y el valle caraqueño, y por eso
atravesaba siempre ese camino con su mula a un lado, más la neblina y el frio
que le penetraban hasta los mismos huesos.
Quienes ni siquiera soñamos con conocer en persona a “Pacheco”, conocemos
por lo menos su relación con el frío, y algunos su historia, pero hay personas
que sus antepasados si conocieron a este insigne hombre, y lo consagraron al
tiempo, trasmitiendo de generación en generación no solo su historia, además también
sus características; las personas que lo conocieron contaron: “era un hombre
humilde, sencillo, de barbas grisáceas hasta el cuello, de mirada fija, siempre
estaba alegre, le gustaba vestir ropa clara usualmente blanca, en cuanto al
calzado, variaba entre alpargatas y botas de cuero españolas, y según éste, el
sombrero era de pelo de guama o de ala ancha español, también la ruana signaba
su personalidad, usando según la ocasión una ruana de lana con flecos muy
colorida o una inmensa capa de cuero y siempre
bajaba cantando para que no le temblara la quijada y para infundir ánimo a sus
mulas que jadeaban del cansancio y tiritaban del frio, tanto que se les podía
ver la respiración”.
Parte de la letra de la canción
Caminito de Santiago
Iba un alma peregrina
Una noche tan oscura
Que ni una estrella lucía
Por donde el alma pasaba
La tierra se estremecía
Camino a San Jacinto, “Pacheco” entre cantos y
saludos, persistentemente compartía su rural, variada e inagotable carga con sus
amigos y clientes predilectos y a pesar de esto las mulas siempre llegaban con
la carreta repleta al mercado, (como si nada a pasado); tan famosa era la carga
que transportaba, que a los pocos minutos no le quedaba nada que ofrecer ni una
azucena, ni un clavel, ni una rosa blanca, ni una talla de madera, ni siquiera
una fruta para regalar a la mujer que le sonreía al llegar al mercado, o al
niño o niña que gimoteando también esperaba algún presente.
La llegada del Pacheco era sinónimo de que se acercaba la
Navidad, éste vendedor de sueños y esperanzas
procedente de Galipán, entraba a la ciudad justo cuando comenzaban las
bajas temperaturas, hasta un buen día en que la niebla era tan espesa que el Waraira Repano no se
veía; como era rutina años tras años, los galipaneros hacían su aparición en la
Capital descendiendo por el camino de los españoles, con sus mulas tan cargadas
que apenas se podían distinguir entre el cargamento que transportaban, de
repente un intenso frio procedente de la montaña dejó escuchar el cantico que
“Pacheco” solía hacerle a sus mulas:
Caminito de Santiago
Iba un alma peregrina
Una noche tan oscura
Que ni una estrella lucía
Por donde el alma pasaba
La tierra se estremecía
La estrofa empezó a desvanecerse sin que ninguna figura apareciera tras
ella, en vano se esperó a “Pacheco”; algunos fueron a buscarlo, pero sólo encontraron la carreta en
mitad del camino, ni rastro de sus huellas, ni las de su mula. La gente se
preguntaba el por qué de este sabroso frío repentino, - Y si aquí está así de
frío... ¿Cómo estará Pacheco?-, murmuraban en el mercado de San Jacinto,
extrañados al no verlo llegar con su mula, su carreta y su carga colorida.
A partir de entonces no se presentó más en la
ciudad; su anciana figura no se volvió asomar tras el manto de la espesa
neblina del Waraira Repano, pero el frio y la niebla si siguieron
bajando. Los caraqueños siempre alegres y populacheros, comenzaron a contarles
a sus hijos y nietos historias que luego se convirtieron en leyenda.
Continuará…
Autor:
Rómulo Pérez
“Por
una conciencia Socialista, dejémonos de guardar silencio”