“Lo cuentan las voces de los que se
resisten”
Escritos
históricos
En honor al fallecido Augusto Hernández
Documentos sobre los
sucesos de abril de 2002 en Venezuela
Por lo visto,
mientras unas masacres resultan intolerables, aberrantes y dignas de repudio
universal, existen otras más llevaderas, es decir, masacres inocuas, donde los
muertos son seres insignificantes, por los que no provoca sentir lástima.
En realidad no tengo
experiencia en la materia. Ignoro cosas tan elementales como la cantidad de
personas que deben morir para que un evento se denomine masacre. Tal vez los
afanosos contabilistas de Datanalisis o Mercanalisis, que pronosticaron el
triunfo de Salas Römer y ahora miden los niveles de repudio al Gobierno,
pudieran pasarnos el dato. ¿Debe existir una proporción de muertos por número
de participantes? La historia de México registra en términos inequívocos la
masacre de La Noche Triste, cuando los conquistadores de Hernán Cortés fueron
sorprendidos huyendo furtivamente de Tenochitlán y los aztecas mataron una
porción de los 400 invasores. Por otra parte, el regreso de Cortés y la
destrucción metódica de la ciudad más poblada del mundo, incluyendo a sus
habitantes, no se considera tan grave. Años después ocurrió lo de Tlatelolco,
donde los jerarcas del PRI, con el beneplácito de la OEA, asumieron el rol de
pacificadores.
Desde luego nadie
pone en duda que el insensato acto terrorista contra las torres gemelas del
World Trade Center constituyó una masacre de proporciones espantosas. Por
razones un tanto confusas la cosa se complica cuando tratamos de precisar si el
más reciente bombardeo israelí sobre los pobladores civiles de Gaza, con un
saldo de 14 muertos, de los cuales 8 fueron niños, pertenece a la misma
especie. ¿Lo que cuenta, acaso, es el número de víctimas y no la despreocupada
liquidación de inocentes? El domingo 21 de octubre del 2001 la gente de Venevisión
llenó hasta los teque-teques la Monumental de Valencia para presentar un show
farandulero al estilo de Sábado Sensacional. El gancho o atractivo especial era
la entrega de la «V de Oro», un trofeo para los artistas más populares que se
presentarían en vivo. A última hora la gente más humilde, que esperaba agolpada
ante las entradas, recibió el beneficio de puerta franca. El ingreso apresurado
hacia el interior de la plaza se convirtió en estampida, supuestamente agravada
por el disparo de un policía que intentó poner orden. El tumulto dejó un saldo
de 11 personas muertas, casi todas víctimas infantiles.
La masacre de La
Monumental pasó tan desapercibida que el canal 4 ni siquiera interrumpió el show,
ni transmitió boletines informativos al respecto. La solidaridad entre los
demás canales fue admirable y, en cosa de días, nadie recordaba el asunto. No
hubo investigación alguna, ni juicios y, mucho menos, compensaciones a los
familiares.
Por mi parte no le
regateo horrores a la masacre del 11-A, donde los francotiradores invisibles
fueron sustituidos por los pistoleros de Llaguno. No obstante, se trataba de
una protesta cuyos organizadores utilizaron a los más incautos intentando
derrocar al Presidente de la República que, a fin de cuentas, tiene sus
partidarios.
¿Si participan
700.000 personas en una marcha y mueren 17, es más grave que si se reúnen
30.000 cristianos y 11 pierden la vida? Parecería lógico y justo aplicar la
regla de tres (en vez de la regla del 4).
Lo que no entiendo es
por qué los muertos de Valencia no tienen responsables y los del 11-A, en
cambio, son culpa del Gobierno y no de quienes los enviaron a tomar el palacio.
Augusto Hernández
El Nacional, lunes 29 de julio de
2002
“Por una conciencia Socialista, dejémonos de guardar
silencio”
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