sábado, 5 de enero de 2013

En honor al fallecido Augusto Hernández



“Lo cuentan las voces de los que se resisten”

Escritos históricos 


En honor al fallecido Augusto Hernández

Documentos sobre los sucesos de abril de 2002 en Venezuela

Por lo visto, mientras unas masacres resultan intolerables, aberrantes y dignas de repudio universal, existen otras más llevaderas, es decir, masacres inocuas, donde los muertos son seres insignificantes, por los que no provoca sentir lástima.

En realidad no tengo experiencia en la materia. Ignoro cosas tan elementales como la cantidad de personas que deben morir para que un evento se denomine masacre. Tal vez los afanosos contabilistas de Datanalisis o Mercanalisis, que pronosticaron el triunfo de Salas Römer y ahora miden los niveles de repudio al Gobierno, pudieran pasarnos el dato. ¿Debe existir una proporción de muertos por número de participantes? La historia de México registra en términos inequívocos la masacre de La Noche Triste, cuando los conquistadores de Hernán Cortés fueron sorprendidos huyendo furtivamente de Tenochitlán y los aztecas mataron una porción de los 400 invasores. Por otra parte, el regreso de Cortés y la destrucción metódica de la ciudad más poblada del mundo, incluyendo a sus habitantes, no se considera tan grave. Años después ocurrió lo de Tlatelolco, donde los jerarcas del PRI, con el beneplácito de la OEA, asumieron el rol de pacificadores.

Desde luego nadie pone en duda que el insensato acto terrorista contra las torres gemelas del World Trade Center constituyó una masacre de proporciones espantosas. Por razones un tanto confusas la cosa se complica cuando tratamos de precisar si el más reciente bombardeo israelí sobre los pobladores civiles de Gaza, con un saldo de 14 muertos, de los cuales 8 fueron niños, pertenece a la misma especie. ¿Lo que cuenta, acaso, es el número de víctimas y no la despreocupada liquidación de inocentes? El domingo 21 de octubre del 2001 la gente de Venevisión llenó hasta los teque-teques la Monumental de Valencia para presentar un show farandulero al estilo de Sábado Sensacional. El gancho o atractivo especial era la entrega de la «V de Oro», un trofeo para los artistas más populares que se presentarían en vivo. A última hora la gente más humilde, que esperaba agolpada ante las entradas, recibió el beneficio de puerta franca. El ingreso apresurado hacia el interior de la plaza se convirtió en estampida, supuestamente agravada por el disparo de un policía que intentó poner orden. El tumulto dejó un saldo de 11 personas muertas, casi todas víctimas infantiles.

La masacre de La Monumental pasó tan desapercibida que el canal 4 ni siquiera interrumpió el show, ni transmitió boletines informativos al respecto. La solidaridad entre los demás canales fue admirable y, en cosa de días, nadie recordaba el asunto. No hubo investigación alguna, ni juicios y, mucho menos, compensaciones a los familiares.

Por mi parte no le regateo horrores a la masacre del 11-A, donde los francotiradores invisibles fueron sustituidos por los pistoleros de Llaguno. No obstante, se trataba de una protesta cuyos organizadores utilizaron a los más incautos intentando derrocar al Presidente de la República que, a fin de cuentas, tiene sus partidarios.

¿Si participan 700.000 personas en una marcha y mueren 17, es más grave que si se reúnen 30.000 cristianos y 11 pierden la vida? Parecería lógico y justo aplicar la regla de tres (en vez de la regla del 4).

Lo que no entiendo es por qué los muertos de Valencia no tienen responsables y los del 11-A, en cambio, son culpa del Gobierno y no de quienes los enviaron a tomar el palacio.

Augusto Hernández
        El Nacional, lunes 29 de julio de 2002

“Por una conciencia Socialista, dejémonos de guardar silencio”

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