“Lo cuentan las voces de los que se resisten”
ESCRITOS HISTÓRICOS
Por qué Washington ordenó derrocar a Medina
Angarita
Muchos puntos se encontraban en agenda para ser
tratados con el Presidente de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt: El
tema del petróleo, el liderazgo de Venezuela en América del Sur y en el Caribe,
y algo muy sensible a la política norteamericana, el supuesto relanzamiento del
proyecto de la Gran Colombia. En el siglo XIX, no hubo políticos, sobre todo Presidentes
de la República, que dejaran por fuera el sueño de volver al viejo ideal de
Bolívar. Medina, después del largo período colonial de Juan Vicente Gómez y el
corto interregno del mandato convulso de López Contreras, venía a colocar con
firmeza con ímpetu bolivariano este símbolo supremo de nuestra más cara
aspiración geopolítica y humana. Estados Unidos, intrigado, trató de solicitar
una explicación al gobierno sobre tal “despropósito”, tomando en cuenta que ya
existía el Panamericanismo, y ya esa hermandad estaba “realizada en los mismos
términos en que los había concebido el Libertador”. Respondió Medina que nada
tenía que ver ese Panamericanismo que sustenta una unión sólo con base para los
negocios mercantiles que favorezcan al Norte, y que esa idea grandiosa de
unidad continental bolivariana, ese sentimiento, está en el alma de todos los
que se siente genuinamente latinoamericanos.
El
sólo hecho de no haber conseguido Estados Unidos una satisfactoria explicación
sobre este “sueño”, dos aviones de la Pan American, que había sido solicitados
por Venezuela para el traslado del Presidente y su comitiva al Norte, le fueron
negados.
Aquella
idea de volver a la conformación de la unión colombiana, era meramente
simbólica, claro, pero eso sólo le causó alarma y harta preocupación al
Presidente Roosevelt.
Medina
partió de Venezuela el 17 de enero de 1944, prácticamente como el portavoz y el
líder más importante para ese momento de América Latina. En su comitiva le
acompañaban Rodolfo Rojas, Ministro de Hacienda, el ex Ministro de Fomento
Eugenio Mendoza, el Procurador General de la Nación Gustavo Manrique Pacanins,
el Capitán de Fragata Antonio Picardi, el Secretario del Presidente Manuel
Pérez Guerrero, el Coronel Alfredo Jurado y el Alférez Elio Quintero Medina;
también los edecanes del Presidente, el Embajador de Venezuela en Estados
Unidos el doctor Diógenes Escalante, como el Frank P. Corrigan Embajador de
Estados Unidos en Venezuela; también se encontraban en la comitiva, los
norteamericanos: el General de Brigada Norman Randolph, el Capitán de Navío
Henry E. Ritcher, Stanley Woodward, Nicholas Companole y Hamilton Osborne.
Era la primera vez
que un Presidente venezolano iba a la Casa Blanca.
Entre
quienes lo reciben en Washington, además del Presidente Roosevelt, se encuentra
Nelson Rockefeller. En el Informe Confidencial se trató como prioritario el
tema de las relaciones con Holanda y el estatus de las islas Aruba y Curazao, y
se sugirió la posibilidad de que Venezuela pudiese cooperar en el establecimiento
de algunas bases militares norteamericanas en el hemisferio. Medina fue muy
claro al decir que en absoluto deseaban tropas estadounidenses en su país, y
que lo único que requeríamos era que se nos diesen los medios, que Venezuela
sabría defenderse por sí misma.
Sin
duda que los dos más grandes nacionalistas en más de un siglo eran Cipriano
Castro y Medina Angarita. Medina con paciencia, serenidad y carácter le plantó
cara a las exigencias del monstruo de Norte, pero ni un solo gringo en nuestras
tierras. Con esta visita estaba quedando muy claro para el Departamento de
Estado que Medina debía ser eliminado cuanto antes.
Sobre
Aruba y Curazao Medina planteó ante Roosevelt que América Latina no podía
permitir que los franceses y los ingleses fortificaran esos puntos. Sobre
equipos militares observó que estaban obsoletos, y la artillería estaba por los
suelos; que necesitaba en este aspecto, accesorios, pequeños barcos, un
remolcador, y vehículos para transportar cargas pesadas. Hizo conocer su plan
de Obras Públicas para construir grandes redes de acueductos y cloacas en las
ciudades más importantes. Que necesitaba de tubos de acero. Después de haberse
mostrado poco receptivo a las exigencias de Washington en lo relativo a un plan
militar con bases norteamericanas en el Caribe, Roosevelt ya no le interesa
cumplir con los requerimientos de Medina.
Al
día siguiente de esta entrevista, Medina pronunció un discurso ante el Senado y
la Cámara de Representantes Con la mayor emoción, ingenuidad y franqueza,
nuestro Presidente expresa ante el parlamento norteamericano unas palabras que
prueba, que los ESTADOS UNIDOS nunca han estado interesados en escucharnos ni
mucho menos en entendernos: “No queremos ser engañados y no engañamos – dijo
Medina Angarita -... No tenemos segundas intenciones. Ni en el pasado ni en el
presente hemos hecho negocios con nuestros ideales, y podemos afirmar que
nuestra adhesión no lleva sombra de interés mezquina... Nunca hemos pedido
nada, nunca hemos aceptado nada que no hayamos pagado íntegramente, y nuestra
amistad, por el contrario, se traduce en inmensa ayuda material para la causa
por la cual vuestros hijos ofrecen sus vidas.[1]”
Cuando
Medina tocó el punto de la contribución de Venezuela a la causa aliada en la
guerra contra los países del Eje, se le echó en cara que nuestra acción sólo se
había limitado a romper relaciones con esas naciones: que no le habían
declarado la guerra. Eso de declararle la guerra a Alemania, le parecía a
Medina lo más estúpido y ridículo del mundo. Pero Betancourt y su gente se lo
vivía exigiendo al Presidente. ¿Para qué? El Presidente lo expuso en
Washington: “Os hemos dado y os damos hoy todo lo que podemos. Las materias
primas y artículos de primera necesidad disponibles están a la orden de las
Naciones Unidas. Nuestro petróleo, afortunadamente abundante, ha ido y seguirá
yendo hasta los campos de batalla del lado de las democracias. Además de
nuestra ayuda material cooperaremos con vosotros en el estudio y realización
coordinada de muchos otros proyectos y problemas comunes y nuestra contribución
en el período de reconstrucción de postguerra será tan amplia y efectiva como
nos los permitan nuestros medios…”.
Pero
también se trató de explicárselo a Betancourt, que resultaba grotesco y risible
que un país como el nuestro tan débil militarmente le declarara la guerra a los
países del Eje para permanecer idénticos, prestando la misma cooperación que
estaban dando a los estados beligerantes de Alemania y Japón.
Claro,
quizá ya Medina entreveía que eso de la guerra era el gran negocio de los
poderosos contra los débiles. Que en razón del triunfo allí obtenido por
Estados Unidos se iba a iniciar una era de terror y de esclavitud para robarle
al mundo cuantos recursos tuviesen los países débiles, todo en beneficio de las
grandes inversiones y negocios capitalistas de los países victoriosos.
Esa
guerra, como todas, jamás fue para darle democracia, libertad ni justicia a los
países pobres, sino para someterlos aún más a los dicterios y ambiciones de
Washington. ¿Quién podía replicarles exigiendo precios justos por las materias
primas a los gringos cuando en nombre de la lucha por la libertad, éstos le
exigían, por ejemplo, a Venezuela que entregara casi regalado todo su petróleo?
¿A cuenta de qué lo
hacían?
Pobres países
nuestros, aquellos de entonces.
El
triunfo del monstruo del Norte contra el Eje iría convirtiéndose en una soga al
cuello que se iría tensando hasta dejarnos totalmente exhaustos.
Medina
era un político avezado que sabía por dónde venían los tiros, y hacía lo
imposible por no caer en la trampa en la que ya casi todo el hemisferio había
caído. Sabía que Estados Unidos había esgrimido al entrar en la Segunda Guerra
Mundial el Principio de la No Intervención en los asuntos de otros países, pero
que ese Principio era el que él mismo violaba todos los días en el mundo
entero. Medina sabia que nada podría hacer solo, que para bloquear el
descomunal colonialismo que el Nortea ya estaba preparando requería de una
sólida unidad continental. El que América Latina comprendiera que en absoluto
los intereses de la Casa Blanca podían estar de nuestro lado. A las claras se
le evidenciaban en los siguientes hechos:
1- Jamás Estados
Unidos había ido a una batalla por la defensa de los débiles; ahí estaban la
historia de México y Cuba a los que había simulado ayudar, y los que sometió a
sus arbitrarios designios, a uno despojó de inmensos territorios y al otro de
su soberanía.
2- La Guerra civil en
Estados Unidos es totalmente falso que fue por la liberación de los cuatro
millones de negros esclavos. Horribles mentiras, porque aún cuando Medina visitaba
a Norteamericana se daba cuenta de que los nietos de esos negros vivían en la
mayor penuria humana.
3- A China mandó
tropas para imponer su supremacía imperialista, no precisamente para ayudar a
ese pobre país.
4- Como una brutal
herida aún abierta se encontraba el horrible despojo de Panamá que se le había
hecho a Colombia.
5- Los 5.000 marines
metidos en Nicaragua.
6- La intervención
durante 8 años, desde 1906 en República Dominicana.
7- Las intervenciones
en Haití, Guatemala y Honduras, y todo el hemisferio realmente con sus finanzas
en manos del Tesoro Norteamérica.
8- La manera bestial
como el mismo Roosevelt se lavó las manos en el caso de la guerra civil
española cuando se declaró neutral, y le negó toda clase de ayudas a los
republicanos; se quedó impávido Roosevelt mirando cómo Hitler y Mussolini
destrozaban a ese pobre pueblo.
9- Era evidente que
ESTADOS UNIDOS no fue a la guerra para defender a los judíos sino por el ataque
a Pearl Harbor, ataque por demás anunciado.
Esta
había sido una guerra capitalista para resolver el control de poblaciones, y a
partir de 1944 la alianza de las corporaciones con la producción de armas sería
vital para los imperios. Negocios, negocios y más negocios era lo que estaba
detrás de todos los actos del Tío Sam, de tal modo que al finalizar la guerra,
Estados Unidos pudo declarar que era la primera potencia económica del mundo.
Para
Medina quedaba claro que ahora la paz que se buscaba era la paz del petróleo,
la paz de las corporaciones, la paz del oro, la paz del dominio de todos de los
mares, una paz que nada tenía que ver con principios de no intervención, con
principios morales o humanitarios alguno.
Cuando
el 6 de abril de 1945 se crea la embajada de Venezuela en la URSS, el canciller
Caracciolo Parra Pérez le comunica a Medina que ha estado recibiendo presiones
de Nelson Rockefeller, quien le ha comunicado la inquietud del Departamento de
Estado por la conducta rusa. Que a Estados Unidos le preocupa sobre manera la
reacción de los partidos comunistas tanto en el propio Estados Unidos como en
los países latinoamericanos, porque dichos partidos obedecen ciegamente las
órdenes y las consignas de Moscú[2].
Qué
gran coincidencia entre esta apreciación de Rockefeller y la que desde hace
varios años viene sosteniendo Rómulo Betancourt.
Pero
lo más contundente de todo es lo siguiente que agrega Parra Pérez: “Como usted
y yo lo habíamos previsto, los norteamericanos comienzan a hablar ahora de
comunismo como antes hablaban de nazismo y a invocar contra aquél la solidaridad
continental y la defensa del hemisferio.[3]”
El
diario “Heraldo” fue quien recogió en su editorial de la manera más certera la
posición digna y soberana de Venezuela, ante el soberbio imperio
norteamericano. Estas palabras debieron haber sido un golpe que sacó totalmente
de quicio al falso palabrerío dizque nacionalista de Rómulo Betancourt: “Con
Medina, Venezuela ha ido a los Estados Unidos a hombrearse con la Nación del
Norte, no a mover la cola del perrillo miedoso, sin petulancia, eso sí, porque
hubiera sido peor que la lisonja; pero con la cabeza levantada para sonreír
cordialmente y tender la mano en forma viril…[4]”
Antes
de regresar a su país, Medina hizo un gesto que lo enaltece sobre manera. Así
como había estado en el país más poderoso del mundo, pidió detenerse en el más
pobre del hemisferio, Haití. Desde Bolívar un Presidente venezolano no había
estado en Haití. Con gran entusiasmo lo recibió el Presidente de ese país Elie
Lescot.
Al
volver a Caracas, una multitud de 40.000 personas recibieron a Medina en el
Estadio Nacional. En el informe que envía la embajada norteamericana sobre este
acto en el interviene el doctor Ernesto Silva Tellería. Se habla de la gran
preocupación de un Presidente quien está tomando un marcado y decidido liderazgo
en la región.
La
victoria de los aliados traería, irónicamente, terribles consecuencias para la
unidad Latinoamericana. Los Estados Unidos afianzaron su sistema de coacción
contra nuestros gobiernos, y todos se vieron obligados a firmar la resolución de
la Declaración XV de la Reunión Consultiva de La Habana, en la que los
dignatarios de casi todo nuestro continente, proclamaron que el ataque de un
país no americano contra cualquier Nación del Continente sería considerado como
un acto de agresión contra todas.
Acorralados
como estábamos por estas presiones y amenazas del Norte, Medina tuvo que
moverse con sumo cuidado antes las insinuaciones del embajador Frank Corrigan,
y buscar en la imaginación fórmulas y elasticidad para mantener los objetivos
que se había propuesto de sacar adelante a Venezuela.
A
Estados Unidos, por supuesto, no le bastaba con que Venezuela hubiese roto
relaciones con Alemania, Italia y Japón, sino que envió agentes para que
llevasen a cabo acciones terroristas contra todas las compañías y ciudadanos
que todavía gozasen de seguridad y tranquilidad en nuestro país. Consideraba
ESTADOS UNIDOS que las medidas todavía contra estas naciones por parte de
Venezuela no eran lo suficientemente drásticas. Medina vio claramente, pero no
podía denunciar al mundo esta monstruosa presión contra un país que para poner
en marcha su raquítica maquinaria industrial requería de este especializado
personal. Entendía que si se oponía a estas medidas lo matarían o lo
derrocarían en el acto. El interés del imperio era sustituir cuanto antes a
estas empresas para ser tomadas por ellos. Se le exigía a Medina, mediante una
famosa LISTA NEGRA de firmas regentadas por las potencias del Eje en nuestro
país, que había sido enviada por el Departamento de Estado. El Presidente,
paulatinamente mediante una serie de Decretos comenzó a poner en marcha esa
delicada desarticulación. De mano del embajador Corrigan le llegó al Ministerio
de Relaciones Exteriores esa famosa Lista Negra, que al verla Medina no pudo
menos que espantarse. El plazo era perentorio, a los sumo en pocas semanas
tenía que implementarlo.
Sin
respeto alguno por nuestra soberanía, un Consejero de la Embajada
norteamericana decidido a liquidar de una vez con el comercio alemán, salió a
hacer un recorrido por el interior del país. Comenzó a solicitarles a ciertos
Presidentes de Estado que iniciasen el retiro de anuncios y propagandas de
productos alemanes. Medina indignado hizo llamar a su despacho a Corrigan, para
que le explicara estas bárbaras acciones, y le ordenó que el Consejero
abandonara el país en 48 horas. Corrigan trató de abogar por él, pero el
Presidente Medina le contestó que la entrevista había terminado.
Corrigan
se sentía sumamente incómodo con este tipo de gobernante un tanto “violento”
(quien ya había expulsado a dos importantes estadounidenses), y como las
elecciones estaban cerca, comenzó a llamar a su oficina, para dialogar sobre el
posible sucesor de Medina, al general Eleazar López Contreras y a Rómulo
Betancourt. Estos dos personajes comenzaron a hacerse asiduos visitantes de la
Embajada norteamericana. Se hicieron tan intensas estas reuniones que a través
de Corrigan, López y Betancourt coincidían en muchos aspectos de la política
nacional, sobre todo en que Medina no debía dejar un sucesor elegido por él. La
escritora Nora Bustamante en el libro ya mencionado, sostiene que López y
Medina en estas reuniones se acercaban por vasos comunicantes de la oposición a
Medina. Para esta época López sostenía que Acción Democrática era un verdadero
partido democrático, de masas populares.
Por: José Sant Roz
[1] “El Presidente Medina. De la Represión a la
Libertad”, Héctor Campins, Planeta, Colección Andina, Caracas, 1993, pag. 147.
[2] Cuando Acción Democrática reciba órdenes
ciegamente de Washington, todo será maravilloso y para el bien de la humanidad.
No importan los miles de hombres torturados o desaparecidos por esa política
represiva, y que desintegraba la unidad continental de América. Si se recibía
de la Casa Blanca debía ser buena, progresista, civilizada.
[3] Citado en la revista “Bohemia” edición 1283 del
27 de marzo de 1988, artículo de Nora Bustamante titulado “Isaías Medina
Angarita. Aspectos Históricos de su Gobierno”.
[4] Citado en el artículo de arriba, de Nora
Bustamante.
Por una conciencia Socialista, dejémonos de guardar
silencio”