COMPENSACIÓN
Aquellas jóvenes no sabían que
hacer, no tenían experiencia en asuntos de vehículos. Para Eliana éste era su
primer carro, lo acababa de comprar, y para Dinora, ni se diga, nunca ha tenido
uno; ese caucho vacio significaba toda una tragedia, esas chicas de apenas 22
años cada una, solo sabían disfrutar de la vida, de su juventud y del dinero,
las grandes diversiones con sus amigos de la Universidad no les habían
permitido entender que más allá de ellas, existe un mundo que las envuelve, y
que no es misterioso, es, simplemente la vida.
Aquel paraje en donde se encontraban
accidentadas, a pesar de que la vía estaba bien asfaltada no era claro, el
inmenso bosque se sentía imponente y ellas creían, que eran engullidas por las
fauces de la Naturaleza, el cielo amenazaba con derramar su llanto y la noche
se disponía a tender su manto para coadyuvar en las creencias de todos los
mitos urbanos. Ese camino las conducía a la casa de la playa de uno de sus
amigos de clase, pero el destino las detuvo allí, ahora se perderían la gran
fiesta. Eliana no estaba dispuesta a pasar la noche en aquel tenebroso lugar,
por lo que se preparaba mentalmente a la resolución de aquel terrible problema,
mientras tanto, Dinora tiritaba de miedo a tal extremo, que se convirtió en una
compañía inútil.
Eliana imponiéndose sobre Dinora la
obligó a internarse en la espesura; era más peligroso quedarse en el vehículo
que buscar ayuda. La travesía dio sus resultados, y entre los matorrales
divisaron una pequeña cabaña, corrieron desesperadamente, y en ella solo
encontraron a un hombre anciano de aproximadamente unos 70 años, a pesar de
todo era un hombre fuerte de regular estatura y buena contextura física; su
recibimiento y comportamiento ante las jóvenes fue totalmente amable y respetuoso.
Ellas le contaron al hombre de su desgracia, él, no quiso darles su nombre,
solo se presentó como “El Montuno”, pero accedió a ayudarlas.
Se dirigieron con prontitud a la
carretera allí estaba el carro, solo que ahora lo cubría una inmensa sombra, la
noche se hizo reina de todo el lugar y como en todo los Imperios sus súbditos y
vasallos merodeaban sin discreción, “El Montuno” trabajó rápido, y mientras
solucionaba el problema, el cielo iracundo de celos soltó su llanto, y un
pertinaz aguacero en complicidad con la noche evitó que la chicas siguieran su
camino.
Emparamados y alegres se dirigieron
a la pequeña cabaña de “El Montuno”, la misma solo estaba diseñada para una
sola persona, a pesar de eso se sentía confortable, una botella de licor sirvió
para calentar el estomago y la luz de la chimenea para secar la ropa que
tallada al cuerpo hacía ver los atributos de cada uno de ellos, un tímido
silencio corto las risas que pululaban y el intercambio de miradas parecía
entorpecer el silencio.
Ya no hubo más risas y mucho menos
comentarios, solo la botella de licor hablaba entre las bocas de aquellos tres
y las miradas parecían recibir órdenes de la noche.
Cuando la aurora llegó, encontró a tres
durmientes desnudos al calor de la chimenea, “El Montuno” fue el primero en
levantarse, como era su costumbre preparó el café y el desayuno, llamó a las
chicas, las atendió y les indicó que se marcharan, ellas satisfechas y
consientes de la experiencia, con una sonrisa a flor de labios preguntaron… -. ¿Cuánto debemos?... –Él, correspondiendo
con otra sonrisa, contestó… -. ¡Gracias ya he sido Compensado!... –Eliana y
Dinora, se comprometieron con regresar para el año siguiente…
…Los días habían transcurrido
vertiginosamente y aquellas jóvenes no cesaban de recordar y hablar de aquel
pasaje fantástico que la vida y la naturaleza les jugaron cuando iban a
divertirse a la casa de la playa de uno de sus amigos de la universidad.
La diversión tuvo cavidad en aquel
exquisito momento, pero, no en donde ellas lo habían planificado. Aquel espeso
bosque, que al principio las había aterrorizado, ahora no salía de sus mentes,
ni aun en los momentos más íntimos de ellas, que al acariciarse, o besarse con
inusitada pasión, les parecía sentir al viejo metido entre ellas.
Pocos días faltaban para cumplirse
un año de tan maravillosa experiencia, y nuevamente lo planes de diversión con
los amigos eran el referente de la impetuosa juventud; Eliana quería pasárselas
con sus mozos amigos, aunque un frio en el estomago la transportaba a las
fauces de aquel paraje, Dinora, por el contrario, estaba segura de querer estar
con el viejo, las pasiones acumuladas de un año, no le permitían pensar en otra
cosa que no fuera la de encontrarse con “El Montuno”, ahora, para repetir con
premeditada intención aquel romance divino.
La carretera, el carro y las
muchachas, nuevamente se mimetizaron en un solo elemento, con la firme
intención de pasarla bien, aderezando el momento con una única conversación “El
Montuno”. Eliana estaba sorprendida al observar en Dinora como la tez de sus
mejillas se arrebolaba con la conversación, ahora entendía porque ese perfume
olía a flores silvestres; un suave ataque de celos se incrustó en su estomago,
pero una sonrisa pícara contorneó su boca y sin consultarlo con su amiga cambió
el rumbo del viaje, Dinora captó rápidamente el propósito de Eliana y en
éxtasis de relax sintió como sus fluidos íntimos transitaban sus extremidades.
Un silencio placentero abordó el
vehículo y se hizo cómplice de las imaginaciones de las muchachas, que sin
mediar palabras y solo cruzando miradas entendían perfectamente el disfrute que
a cada una de ellas les envolvía la mente. El trayecto se hizo corto, y al
llegar a la cabaña pudieron percibir que el viejo las esperaba, éste, las
recibió caballerosamente como era su característica, pero sintió un filin
especial por Dinora, cuando al abrazarla los elementos de la naturaleza le
rindieron pleitesía, y un embrujo pasional los envolvió de tal manera que no
esperaron la noche.
Las pasiones desbordaban los aromas
de aquellos cuerpos, que mezclados entre lo natural y lo químico daban al
ambiente una atmósfera deliciosa, las manos del viejo eran gruesas y arrugadas,
pero al recorrer los cuerpos delicados de las jóvenes se deslizaban con
singular particularidad que senos y vientres no podían contenerse, su boca era
gruesa y aparentemente seca, pero al besar los labios tiernos, sus fluidos
salivares se convertían en miel de panal, su virilidad era tan imponente como
su figura que al estar dentro de ellas el
Popocatépetl era apenas un Géiser.
Los arrestos del viejo quedaron
sembrados en ambas jóvenes, el agotamiento hizo mella en los tres, y al amparo
de la noche, esperaron a la aurora, y al contrario de la vez anterior, el Sol
acarició primero las mejillas de Dinora, quien alegre y
emocionada, y con sutil cautela llamó a su amiga; ambas se dispusieron a
preparar el desayuno, las dos consintieron en preparar una afrodisiaca comida
cargada de exquisiteces con la única intención de continuar disfrutando de los
placeres carnales que ofrece la vida.
El viejo seguía tendido a un costado
de la chimenea, las muchachas reían y cuchucheaban mientras terminaban de
preparar el desayuno, Dinora lo llama con delicadeza pero él no responde, lo
toca y su cuerpo aun está tibio, confundida insiste en llamarlo porque cree que
está sumido en un profundo sueño, solicita ayuda a Eliana quien hace lo propio,
pero éste, ya no despertó mas…
Un profundo dolor invadió aquella
cabaña que había sido testigo de un inusual encuentro; las nubes mostrando su
dolor taparon al sol y una inmensa sombra cubrió el lugar, el bosque también se
pronunció, minando el ambiente con el particular aroma a naturaleza, típico de
“El Montuno”; las jóvenes estaban tristes por el fatal desenlace, pero
extrañamente no estaban aterrorizadas, sabían que aquel extraordinario hombre había
hecho un maravilloso esfuerzo por agradarlas a ellas, mismo, que había logrado
a la perfección.
La incertidumbre de que hacer
envolvía a las muchachas, por un lado la justicia social reclamaba su
participación en aquel inhóspito paraje, y por otro lado, la ley de la
naturaleza imponía sus argumentos.
Con lagrimas en los ojos y con un
fuerte olor a naturaleza en sus cuerpos Eliana y Dinora, emprendieron el viaje
de regreso; una fuerte humarada quedó atrás y aun en la distancia se divisaba
entre la espesura, confundido entre el humo y las nubes parecía verse al
montuno, que cual épico Gladiador, observaba como las jóvenes se perdían en la
distancia, se veía satisfecho, ya que él sabía que ellas habían sido
compensadas, pues, seguiría en sus vidas para siempre…
Rómulo E. Pérez F.
6.364.374
30/08/2015
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