sábado, 8 de octubre de 2016

COMPENSACIÓN



COMPENSACIÓN
            Aquellas jóvenes no sabían que hacer, no tenían experiencia en asuntos de vehículos. Para Eliana éste era su primer carro, lo acababa de comprar, y para Dinora, ni se diga, nunca ha tenido uno; ese caucho vacio significaba toda una tragedia, esas chicas de apenas 22 años cada una, solo sabían disfrutar de la vida, de su juventud y del dinero, las grandes diversiones con sus amigos de la Universidad no les habían permitido entender que más allá de ellas, existe un mundo que las envuelve, y que no es misterioso, es, simplemente la vida.

            Aquel paraje en donde se encontraban accidentadas, a pesar de que la vía estaba bien asfaltada no era claro, el inmenso bosque se sentía imponente y ellas creían, que eran engullidas por las fauces de la Naturaleza, el cielo amenazaba con derramar su llanto y la noche se disponía a tender su manto para coadyuvar en las creencias de todos los mitos urbanos. Ese camino las conducía a la casa de la playa de uno de sus amigos de clase, pero el destino las detuvo allí, ahora se perderían la gran fiesta. Eliana no estaba dispuesta a pasar la noche en aquel tenebroso lugar, por lo que se preparaba mentalmente a la resolución de aquel terrible problema, mientras tanto, Dinora tiritaba de miedo a tal extremo, que se convirtió en una compañía inútil.

            Eliana imponiéndose sobre Dinora la obligó a internarse en la espesura; era más peligroso quedarse en el vehículo que buscar ayuda. La travesía dio sus resultados, y entre los matorrales divisaron una pequeña cabaña, corrieron desesperadamente, y en ella solo encontraron a un hombre anciano de aproximadamente unos 70 años, a pesar de todo era un hombre fuerte de regular estatura y buena contextura física; su recibimiento y comportamiento ante las jóvenes fue totalmente amable y respetuoso. Ellas le contaron al hombre de su desgracia, él, no quiso darles su nombre, solo se presentó como “El Montuno”, pero accedió a ayudarlas. 

            Se dirigieron con prontitud a la carretera allí estaba el carro, solo que ahora lo cubría una inmensa sombra, la noche se hizo reina de todo el lugar y como en todo los Imperios sus súbditos y vasallos merodeaban sin discreción, “El Montuno” trabajó rápido, y mientras solucionaba el problema, el cielo iracundo de celos soltó su llanto, y un pertinaz aguacero en complicidad con la noche evitó que la chicas siguieran su camino.

            Emparamados y alegres se dirigieron a la pequeña cabaña de “El Montuno”, la misma solo estaba diseñada para una sola persona, a pesar de eso se sentía confortable, una botella de licor sirvió para calentar el estomago y la luz de la chimenea para secar la ropa que tallada al cuerpo hacía ver los atributos de cada uno de ellos, un tímido silencio corto las risas que pululaban y el intercambio de miradas parecía entorpecer el silencio.

            Ya no hubo más risas y mucho menos comentarios, solo la botella de licor hablaba entre las bocas de aquellos tres y las miradas parecían recibir órdenes de la noche. 

            Cuando la aurora llegó, encontró a tres durmientes desnudos al calor de la chimenea, “El Montuno” fue el primero en levantarse, como era su costumbre preparó el café y el desayuno, llamó a las chicas, las atendió y les indicó que se marcharan, ellas satisfechas y consientes de la experiencia, con una sonrisa a flor de labios preguntaron…    -. ¿Cuánto debemos?... –Él, correspondiendo con otra sonrisa, contestó… -. ¡Gracias ya he sido Compensado!... –Eliana y Dinora, se comprometieron con regresar para el año siguiente…

            …Los días habían transcurrido vertiginosamente y aquellas jóvenes no cesaban de recordar y hablar de aquel pasaje fantástico que la vida y la naturaleza les jugaron cuando iban a divertirse a la casa de la playa de uno de sus amigos de la universidad.

            La diversión tuvo cavidad en aquel exquisito momento, pero, no en donde ellas lo habían planificado. Aquel espeso bosque, que al principio las había aterrorizado, ahora no salía de sus mentes, ni aun en los momentos más íntimos de ellas, que al acariciarse, o besarse con inusitada pasión, les parecía sentir al viejo metido entre ellas.

            Pocos días faltaban para cumplirse un año de tan maravillosa experiencia, y nuevamente lo planes de diversión con los amigos eran el referente de la impetuosa juventud; Eliana quería pasárselas con sus mozos amigos, aunque un frio en el estomago la transportaba a las fauces de aquel paraje, Dinora, por el contrario, estaba segura de querer estar con el viejo, las pasiones acumuladas de un año, no le permitían pensar en otra cosa que no fuera la de encontrarse con “El Montuno”, ahora, para repetir con premeditada intención aquel romance divino.

            La carretera, el carro y las muchachas, nuevamente se mimetizaron en un solo elemento, con la firme intención de pasarla bien, aderezando el momento con una única conversación “El Montuno”. Eliana estaba sorprendida al observar en Dinora como la tez de sus mejillas se arrebolaba con la conversación, ahora entendía porque ese perfume olía a flores silvestres; un suave ataque de celos se incrustó en su estomago, pero una sonrisa pícara contorneó su boca y sin consultarlo con su amiga cambió el rumbo del viaje, Dinora captó rápidamente el propósito de Eliana y en éxtasis de relax sintió como sus fluidos íntimos transitaban sus extremidades.

            Un silencio placentero abordó el vehículo y se hizo cómplice de las imaginaciones de las muchachas, que sin mediar palabras y solo cruzando miradas entendían perfectamente el disfrute que a cada una de ellas les envolvía la mente. El trayecto se hizo corto, y al llegar a la cabaña pudieron percibir que el viejo las esperaba, éste, las recibió caballerosamente como era su característica, pero sintió un filin especial por Dinora, cuando al abrazarla los elementos de la naturaleza le rindieron pleitesía, y un embrujo pasional los envolvió de tal manera que no esperaron la noche.

            Las pasiones desbordaban los aromas de aquellos cuerpos, que mezclados entre lo natural y lo químico daban al ambiente una atmósfera deliciosa, las manos del viejo eran gruesas y arrugadas, pero al recorrer los cuerpos delicados de las jóvenes se deslizaban con singular particularidad que senos y vientres no podían contenerse, su boca era gruesa y aparentemente seca, pero al besar los labios tiernos, sus fluidos salivares se convertían en miel de panal, su virilidad era tan imponente como su figura que al estar dentro de ellas el Popocatépetl era apenas un Géiser.

            Los arrestos del viejo quedaron sembrados en ambas jóvenes, el agotamiento hizo mella en los tres, y al amparo de la noche, esperaron a la aurora, y al contrario de la vez anterior, el Sol acarició primero las mejillas de Dinora, quien alegre y emocionada, y con sutil cautela llamó a su amiga; ambas se dispusieron a preparar el desayuno, las dos consintieron en preparar una afrodisiaca comida cargada de exquisiteces con la única intención de continuar disfrutando de los placeres carnales que ofrece la vida.

            El viejo seguía tendido a un costado de la chimenea, las muchachas reían y cuchucheaban mientras terminaban de preparar el desayuno, Dinora lo llama con delicadeza pero él no responde, lo toca y su cuerpo aun está tibio, confundida insiste en llamarlo porque cree que está sumido en un profundo sueño, solicita ayuda a Eliana quien hace lo propio, pero éste, ya no despertó mas…

            Un profundo dolor invadió aquella cabaña que había sido testigo de un inusual encuentro; las nubes mostrando su dolor taparon al sol y una inmensa sombra cubrió el lugar, el bosque también se pronunció, minando el ambiente con el particular aroma a naturaleza, típico de “El Montuno”; las jóvenes estaban tristes por el fatal desenlace, pero extrañamente no estaban aterrorizadas, sabían que aquel extraordinario hombre había hecho un maravilloso esfuerzo por agradarlas a ellas, mismo, que había logrado a la perfección.

            La incertidumbre de que hacer envolvía a las muchachas, por un lado la justicia social reclamaba su participación en aquel inhóspito paraje, y por otro lado, la ley de la naturaleza imponía sus argumentos.   

            Con lagrimas en los ojos y con un fuerte olor a naturaleza en sus cuerpos Eliana y Dinora, emprendieron el viaje de regreso; una fuerte humarada quedó atrás y aun en la distancia se divisaba entre la espesura, confundido entre el humo y las nubes parecía verse al montuno, que cual épico Gladiador, observaba como las jóvenes se perdían en la distancia, se veía satisfecho, ya que él sabía que ellas habían sido compensadas, pues, seguiría en sus vidas para siempre…

Rómulo E. Pérez F.
6.364.374
30/08/2015

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