domingo, 25 de octubre de 2009

EL ROUSSEAU TROPICAL “II”

EMILIO O LA EDUCACION

J U A N J A C O B O R O U S S E A U
Ediciones elaleph.com

Editado por elaleph.com
Traducido por Ricardo Viñas 2000 – Copyright www.elaleph.com
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EMILIO
LIBRO PRIMERO


Todo está bien al salir de manos del autor de la naturaleza; todo degenera en manos del hombre.

Fuerza éste a una tierra para que de las producciones de otra; a un árbol para que sustente frutos de tronco ajeno; mezcla y confunde los climas, los elementos y las estaciones; estropea su perro, su caballo, su esclavo; todo lo trastorna, todo lo desfigura; la deformidad, los monstruos le agradan; nada le place tal como fue formado por la naturaleza; nada, ni aun el hombre, que necesita adiestrarle a su antojo como a los árboles de su jardín.

Peor fuera si lo contrario sucediese, porque el género humano no consiente quedarse a medio modelar. En el actual estado de cosas, el más desfigurado de todos los mortales sería el que desde su cuna le dejaran. Abandonado a sí propio; en éste las preocupaciones, la autoridad, el ejemplo, todas las instituciones sociales en que vivimos sumidos, sofocarían su natural manera sin sustituir otra cosa; semejante al arbolillo nacido en mitad de un camino, que muere en breve sacudido por los caminantes, doblegado en todas direcciones.

A ti me dirijo, madre amorosa y prudente, que has sabido apartarte de la senda trillada y preservar el naciente arbolillo del choque de las humanas opiniones.

Cultiva y riega el tierno renuevo antes que muera; así sus sazonados frutos serán un día tus delicias. Levanta al punto un coto en torno del alma de tu hijo; señale otro en buen hora el circuito, pero tú sola debes alzar la valla.

A las plantas las endereza el cultivo, y a los hombres la educación. Si naciera el hombre ya grande y robusto, de nada le servirían sus fuerzas y estatura hasta que aprendiera a valerse de ellas, y le serían perjudiciales porque retraerían a los demás de asistirle abandonado entonces a sí propio, se moriría de necesidad, antes de que conocieran los otros su miseria. Nos quejamos del estado de la infancia y no miramos que hubiera perecido el linaje humano si hubiera comenzado el hombre por ser adulto.

Nacemos débiles y necesitamos fuerzas; desprovistos nacemos de todo y necesitamos asistencia; nacemos sin luces y necesitamos de inteligencia.

Todo cuanto nos falta al nacer, y cuanto necesitamos siendo adultos, se nos da por la educación.

La educación es efecto de la naturaleza, de los hombres o de las cosas. La de la naturaleza es el desarrollo interno de nuestras facultades y nuestros órganos; la educación de los hombres es el uso que nos enseñan éstos a hacer de este desarrollo; y lo que nuestra experiencia propia nos da a conocer acerca de los objetos cuya impresión recibimos, es la educación de las cosas.

Así, cada uno de nosotros recibe lecciones de estos tres maestros. Nunca saldrá bien educado, ni se hallará en armonía consigo mismo, el discípulo que tome de ellos lecciones contradictorias; sólo se encamina a sus fines y vive en consecuencia aquel que vea conspirar todas a un mismo fin y versarse en los mismos puntos; éste solo estará bien educado.

De estas tres educaciones distintas, la de la naturaleza no pende de nosotros, y la de las cosas sólo en parte está en nuestra mano. La única de que somos verdaderamente dueños es la de los hombres, y esto mismo todavía es una suposición; porque ¿quién puede esperar que ha de dirigir por completo los razonamientos y las acciones de todos cuantos a un niño se acerquen?

Por lo mismo que es la educación un arte, casi es imposible su logro, puesto que de nadie pende el concurso de causas indispensables para él. Todo cuanto puede conseguirse a fuerza de diligencia es acercarse más o menos al propósito; pero se necesita suerte para conseguirlo.

¿Qué propósito es este? El mismo que se propone la naturaleza; esto lo hemos probado ya. Una vez que para su recíproca perfección es necesario que concurran las tres educaciones, hemos de dirigir las otras dos a aquella en que ningún poder tenernos. Pero, como acaso tiene la voz de naturaleza una significación sobrado vaga, conviene que procuremos fijarla.

Se nos dice que la naturaleza no es otra cosa que el hábito ¿Qué significa esto? ¿No hay hábitos contraídos por fuerza y que nunca sofocan la naturaleza? Tal es, por ejemplo el de las plantas, en que se ha impedido la dirección vertical. Así que la planta queda libre, si bien conserva la inclinación que la han precisado a que tome, no por eso varía la primitiva dirección de la savia, y si continúa la vegetación, otra vez se torna en vertical su crecimiento.

Lo mismo sucede con las inclinaciones de los hombres. Mientras que permanecen en un mismo estado, pueden conservar las que resultan de la costumbre y menos naturales son; pero luego que varía la situación, se gasta la costumbre y vuelve lo natural. La educación, ciertamente, no es otra cosa que un hábito. ¿Pues no hay personas que se olvidan de su educación y la pierden, mientras que otras la conservan? ¿De dónde proviene esta diferencia? Si ceñimos el nombre de naturaleza a los hábitos conformes a ella, podemos excusar este galimatías.

Nacemos sensibles, y desde nuestro nacimiento excitan en nosotros diversas impresiones los objetos; que nos rodean. Luego que tenemos, por decirlo así, la conciencia de nuestras sensaciones, aspiramos a poseer o evitar las objetos que las producen, primero, según que son aquellas gustosas o desagradables; luego, según la conformidad o discrepancia que entre nosotros y dichos objetos hallamos; y finalmente, según el juicio, que acerca de la idea de felicidad o perfección que nos ofrece la razón formamos por dichas sensaciones. Estas disposiciones de simpatía o antipatía, crecen y se fortifican a medida que aumentan nuestra sensibilidad y nuestra inteligencia; pero tenidas a raya por nuestros hábitos, las alteran, más o menos nuestras opiniones. Antes de que se alteren, constituyen lo que llamo yo en nosotros naturaleza.

Deberíamos por tanto referirlo todo a estas disposiciones primitivas, y así podría ser en efecto si nuestras tres educaciones sólo fueran distintas; pero ¿qué hemos de hacer cuando son opuestas y cuando en vez de educar a uno para sí propio, le quieren educar para los demás? La armonía es imposible entonces; y precisados a oponernos a la naturaleza o a las instituciones sociales, es forzoso escoger entre formar a un hombre o a un ciudadano, no pudiendo ser uno mismo a la vez ambas cosas.

Toda sociedad parcial, cuando es íntima y bien unida, se aparta de la grande.

Todo patriota es duro con los extranjeros; no son más que hombres; nada valen ante sus ojos. Este inconveniente es inevitable, pero de poca importancia. Lo esencial es ser bueno con las gentes con quienes, se vive. En país ajeno, eran los espartanos ambiciosos, avaros, inicuos; pero reinaban dentro de sus muros el desinterés, la equidad y la concordia. Desconfiemos de aquellos cosmopolitas, que en sus libros van a buscar en apartados climas obligaciones que no se dignan cumplir en torno de ellos. Filósofo hay que se aficiona a los tártaros para excusarse de querer bien a sus vecinos.

El hombre de la naturaleza lo es todo para sí; es la unidad numérica, el entero absoluto, que sólo se relaciona consigo mismo, mientras que el hombre civilizado es la unidad fraccionaría que determina el.denominador y cuyo valor expresa su relación con el entero, que es el cuerpo social. Las instituciones sociales buenas, son las que mejor saben borrar la naturaleza del hombre, privarle de su existencia absoluta, dándole una relativa, y trasladar el yo, la personalidad, a la común unidad; de manera, que cada particular ya no se crea un entero, sino parte de la unidad, y sea sensible únicamente en el todo. Un ciudadano de Roma no era Cayo ni Lucio, era un romano, y aun amaba a su patria exclusivamente por ser la suya. Por cartaginés se reputaba Régulo, como peculio que era de sus amos, y en calidad de extranjero se resistía a tomar asiento en el senado romano; fue preciso que se lo mandara un cartaginés. Se indignó de que se le quisiera salvar la vida. Venció y volvióse triunfante a morir en horribles tormentos.

Me parece que esto no tiene gran relación con los hombres que conocemos.

Presentóse el lacedemonio Pedaretes para ser admitido al Consejo de los trescientos, y desechado, se volvió a su casa, muy contento de que se hallaran en Esparta trescientos hombres de más mérito que él. Supongo que esta demostración fuese sincera, y no hay motivo para no creerla tal; este es el ciudadano.

Tenía una espartana cinco hijos en el ejército, y aguardaba noticias de la batalla. Llega un ilota, y se las pregunta asustada: « Tus cinco hijos han muerto. - Vil esclavo, ¿te pregunto yo eso? - Hemos alcanzado la victoria. » Corre al templo la madre a dar gracias a los dioses. Esta es la ciudadana.

Quien en el orden civil desea conservar la primacía a los afectos naturales, no sabe lo que quiere. Siempre en contradicción consigo mismo, fluctuando siempre entre sus inclinaciones y sus obligaciones, nunca será hombre ni ciudadano, nunca útil, ni para si ni para los demás; será uno de los hombres del día, un francés, un inglés, un burgués; en una palabra, nada.

Para ser algo, para ser uno propio y siempre el mismo, es necesario estar siempre determinado acerca del partido que se he de tomar, tomarle resueltamente y seguirle con tesón. Espero que se me presente tal portento, para saber si es hombre o ciudadano, o cómo hace para ser una cosa y otra.

De estos objetos, necesariamente opuestos, proceden dos formas contrarias de institución; una pública y común; otra particular y doméstica.
Quien se quiera formar idea de la educación pública, lea La República de Platón, que no es una obra de política, como piensan los que sólo por los títulos juzgan de los libros, sino el más excelente tratado de educación que se haya escrito.

Cuando quieren hablar de un país fantástico, citan por lo común la institución de Platón. Mucho más fantástica me parecería la de Licurgo, si nos la hubiera éste dejado solamente en un escrito. Platón se ciñó a purificar el corazón humano; Licurgo lo desnaturalizó.

Hoy no existe la institución pública, ni puede existir, porque donde ya no hay patria, no puede haber ciudadanos. Ambas palabras, patria y ciudadano, se deben borrar de los idiomas modernos. Yo bien sé cuál es la razón; pero no quiero decirla; nada importa a mi asunto.

No tengo por instituciones públicas esos risibles establecimientos que llaman colegios. Tampoco tengo en cuenta la educación del mundo, porque como ésta se propone dos fines contrarios, ninguno, consigue, y sólo es buena para hacer dobles a los hombres, que con apariencia de referirlo siempre, todo a los demás, nada refieren que no sea a sí propios. Mas como estas muestras son comunes a todo el mundo, a nadie engañan y son trabajo perdido.

Nace de estas contradicciones la que en nosotros mismos experimentamos sin cesar. Arrastrados por la naturaleza y los hombres en sendas contrarias, forzados a distribuir nuestra actividad entre estas impulsiones distintas, tomamos una dirección compuesta que ni a una ni a otra resolución nos lleva. De tal modo combatidos, fluctuantes durante la carrera de la vida, la concluimos sin haber podido ponernos de acuerdo con nosotros mismos y sin haber sido buenos para nosotros ni para los demás.

Quédanos en fin, la educación doméstica o la de la naturaleza. Pero ¿qué aprovechará a los demás, un hombre educado únicamente para él? Si los dos objetos que nos proponemos pudieran reunirse en uno solo, quitando las contradicciones del hombre removeríamos un grande estorbo para su felicidad.

Para juzgar de ello seria necesario ver al hombre ya formado, haber observado sus inclinaciones, visto sus progresos y seguido su marcha; en una palabra, sería preciso conocer al hombre natural. Creo que se habrán dado algunos pasos en esta investigación luego de leído este escrito.

Para formar este hombre extraño, ¿qué tenemos que hacer? Mucho sin duda; impedir que se haga cosa alguna. Cuando sólo se trata de navegar contra el viento, se bordea; pero si está alborotado el mar y se quiere permanecer en el sitio, es preciso echar el ancla. Cuida, joven piloto, de que no se te escape el cable, arrastre el ancla y derive el navío antes de que lo adviertas.

En el orden social en que están todos los puestos señalados, debe ser cada uno educado para el suyo. Si un particular formado para su puesto sale de él, ya no vale para nada. Sólo es útil la educación en cuanto se conforma la fortuna con la vocación de los padres; en cualquiera otro caso es perjudicial para el alumno, aunque no sea más que por las preocupaciones que le sugiere. En Egipto, donde estaban los hijos obligados a seguir la profesión de sus padres, tenía a lo menos la educación un fin determinado; pero entre nosotros, donde sólo las jerarquías subsisten, y pasan los hombres sin cesar de una a otra, nadie sabe si cuando educa a su hijo para su estado, trabaja contra él mismo.

Como en el estado natural todos los hombres son iguales, su común vocación es el estado de hombre; y quien hubiere sido bien criado para éste, no puede desempeñar mal los que con él se relacionan.

Poco me importa que destinen a mi discípulo para el ejército, para la iglesia, o para el foro; antes de la vocación de sus padres, le llama la naturaleza a la vida humana. El oficio que quiero enseñarle es el vivir. Convengo en que cuando salga de mis manos, no será ni magistrado, ni militar, ni sacerdote; será primeramente hombre, todo cuanto debe ser un hombre y sabrá serlo, si fuere necesario, tan bien como el que más; en balde la fortuna le mudará de lugar, que siempre él se encontrará en el suyo. Occupavi te, fortluna, alque cepi; omnesque aditus tluos interclusi, ut ad me aspirare non posses.

El verdadero estudio nuestro es el de la condición humana. Aquel de nosotros que mejor sabe sobrellevar los bienes y males de esta vida, es, a mi parecer, el más educado; de donde se infiere que no tanto, en preceptos como en ejercicios consiste la verdadera educación. Desde que empezamos a vivir, empieza nuestra instrucción; nuestra educación empieza cuando empezamos nosotros; la nodriza es nuestro primer preceptor. Por eso la palabra educación tenía antiguamente un significado que ya se ha perdido; quería decir alimento. Educil obstetrix, dice Varrón; educat nutrix, instituit pedagogus, docet magister.

Educación, institución e instrucción, son por tanto tres cosas tan distintas en su objeto, como nodriza, ayo y maestro. Pero se confunden estas distinciones; y para que el niño vaya bien encaminado, no debe tener más que un guía.

Conviene, pues, generalizar nuestras miras, considerando en nuestro alumno el hombre abstracto, el hombre expuesto a todos los azares de la vida humana. Si naciesen los hombres incorporados al suelo de un país, si durase todo el año una misma estación, si estuviera cada uno tan pegado con su fortuna que ésta no pudiese variar, sería buena bajo ciertos respectos la práctica establecida; educado un niño para su estado, y no habiendo nunca de salir de él, no podría verse expuesto a los inconvenientes de otro distinto. Pero considerando la instabilidad de las cosas humanas, atendido el espíritu inquieto y mal contentadizo de este siglo, que a cada generación todo lo trastorna, ¿puede, imaginarse método más desatinado que el de educar a un niño como si nunca hubiese de salir de su habitación y hubiera de vivir siempre rodeado de su gente? Si da este desgraciado un solo paso en la tierra, si baja un escalón solo, está perdido. No es eso enseñarle a sufrir el dolor, sino ejercitarle a que lo sienta.

Los padres sólo piensan en conservar a su niño; eso no basta: debieran enseñarle a conservarse cuando sea hombre, a soportar los embates de la mala suerte, a arrastrar la opulencia y la miseria, a vivir, si es necesario, en los hielos de Islandia o en la abrasada roca de Malta. Inútil es tomar precauciones para que no muera; al cabo tiene que morir; y aun cuando no sea su muerte un resultado de vuestros cuidados, todavía serán éstos improcedentes.

No tanto se trata de estorbar que muera, cuanto de hacer que viva, Vivir no es respirar, es obrar, hacer uso de nuestros órganos, nuestros sentidos, nuestras facultades, de todas las partes de nosotros mismos que nos dan el íntimo convencimiento de nuestra existencia. No es aquel que más ha vivido el que más años cuenta, sino el que más ha disfrutado de la vida. Tal fue enterrado a los cien años, que ya era cadáver desde su nacimiento. Más le hubiera valido morir en su juventud, si a lo menos hubiera vivido hasta entonces.

Toda nuestra sabiduría consiste en preocupaciones serviles; todos nuestros usos no son otra caso que sujeción, incomodidades y violencia. El hombre civilizado nace, vive y muere en esclavitud; al nacer le cosen en una envoltura; cuando muere, le clavan dentro de un ataúd; y mientras que tiene figura humana, le encadenan nuestras instituciones.


CONTINUARA…

Publicado por ROMULO PEREZ “por una conciencia Socialista”
« ... Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez...»

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