Tamara de Lempicka fue una pintora
polaca que destacó por la belleza de sus retratos femeninos y desnudos, de
pleno estilo Art Decó. Nació el 16 de mayo de 1898, en
Varsovia, Polonia y murió el 18 de marzo de 1980, en Cuernavaca, México. El 14 de Octubre del año pasado se realizó una exposición
en El Arena Museo Opera de Verona (Italia) de 200 piezas de la notable artista,
entre óleos, dibujos, fotografías, acuarelas, vídeos y complementos de moda.
La Belle Rafaela (Óleo 1927)
Tan
atrayente y sugestiva cual fiesta primaveral…
Líricos
insomnios que me elevan en el éter de tu alcoba no me dejan que descienda a tu
piel,
para
esculpir con mis manos y cincel cada palmo de tu cuerpo…
Esa
boca aframbuesada, esos matices lumínicos,
son
vectores que vulneran mi límite de lo real…
Caigo
tendido a tu colcha, acaricio tú bajo vientre,
y
escucho allí los gemidos que armonizan el ambiente…
Solo
soy un observante que se doblega ante ti…
No
controlo mis pensares y confundo mis impulsos…
¿Quién
tu eres Rafaela? ¿Por qué me hechizas así?
¡Yo
soy cuerpo, yo soy carne!
tú
eres lienzo y frenesí…
Mis
manos estaban húmedas y pegajosas, aun así, no me incomodaban, el agradable
olor a frutas tropicales satisfacía las ansias de haberla poseído. Ese cuadro
colgado en la pared era la única compañía que tenia en aquella humilde casa del
campo. Todas las tardes después que se ocultaba el Sol, luego de una larga
jornada de trabajo, entre árboles y frutos, entre semillas y tierras, entre
sudores y riegos, tomaba mi sillón favorito y sin bañarme siquiera conversaba
con ella, con “La Belle Rafaela”, ¡Si! hablábamos largo rato, reíamos,
cantábamos, en fin, pasábamos ratos agradables, hasta ese día, en que
entusiasmado por los efectos de un cóctel de frutas que preparé, la seduje,
ella estaba impresionada nunca me había visto así… No me contuve, entonces,
tomé el cuadro, lo quité de la pared y lo coloqué sobre la mesa, la misma
estaba llena de exquisitas frutas, ella era una más, ¡Si! Una más, la mejor de
todas… Me acerqué a sus piernas y tomé su pulposo fruto, lo comí extasiado de
placer, hasta sentirla ahogarse, luego subí a sus pechos y en la cima me detuve
en aquellas encantadoras ciruelas las cuales lamí con inusitada vehemencia… Sus
labios rojizos y carnosos fueron el arrebato que dislocaron mis bríos y quedé
tendido en mi sillón.
Rómulo
Pérez
03/03/2016
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