domingo, 15 de noviembre de 2009

EL ROUSSEAU TROPICAL “V”

…CONTINUACIÓN

SIMON RODRIGUEZ EL ROUSSEAU TROPICAL “V”

EMILIO O LA EDUCACION

J U A N J A C O B O R O U S S E A U
Ediciones elaleph.com

Editado por elaleph.com
Traducido por Ricardo Viñas 2000 – Copyright www.elaleph.com
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EMILIO
LIBRO PRIMERO


Por la misma razón, no sentiré que Emilio sea de ilustre cuna, que siempre será una víctima sacada de las garras de la preocupación.

Emilio es huérfano. Nada importa que vivan su padre y su madre; encargado yo de todas sus obligaciones, adquiero sus derechos todos. Debe honrar a sus padres, pero sólo a mí debe obedecer; esta es mi primera, o más bien, mi única condición.

Tengo que añadir esta otra, que no es más que una consecuencia forzosa de la anterior; y es que no nos privarán a uno de otro sin nuestro consentimiento.
Esta es cláusula esencial; y aún quisiera yo que de tal modo se tuvieran por inseparables el alumno y el ayo, que siempre el destino de su vida fuera objeto común entre ellos. Así que contemplan, aunque remota, su separación; así que prevén el instante en que han de ser los dos extraños uno para otro, ya lo son, en efecto; cada uno forma su sistema aparte y pensando ambos en la época en que ya no se hallarán juntos, permanecen unidos a disgusto.

Mira el discípulo al maestro como el azote de la niñez; el maestro no considera en el discípulo más que una carga pesada, y sólo ansía verse libre de ella; así de consuno aspiran a librarse uno de otro; y como nunca hay entre ellos verdadero cariño, el uno tendrá poca vigilancia y menos docilidad el otro.

Pero si se miran como obligados a pasar juntos la vida, les importa hacerse amar uno de otro, y por lo mismo se aman en efecto. No se avergüenza el alumno de seguir en su niñez al amigo que ha de tener cuando sea hombre, y el ayo se interesa en los afanes cuyos frutos ha de recoger, siendo todo el mérito que da a su alumno un fondo que pone a interés para su ancianidad.

Este tratado, hecho de antemano, supone un parto feliz, y un niño bien conformado, robusto, y sano. Un padre no puede escoger, ni debe tener preferencias en la familia que le da Dios; todos sus hijos son igualmente suyos; a todos debe la misma solicitud, el mismo cariño. Sean o no defectuosos, sean enfermos o robustos, cada uno de ellos es un depósito, de que debe dar cuenta a la mano de que lo recibió; y el matrimonio es un contrato que se celebra con la naturaleza no menos que entre los cónyuges.

Pero aquel que se impone una obligación a que no le ha sujetado la naturaleza, primero ha de cerciorarse de los medios de desempeñarla; de otro modo, se hace culpable hasta de lo que no pueda lograr. El que se encarga de un alumno endeble y enfermizo, cambia su cargo de ayo por el de enfermero; malgasta en cuidar de una vida inútil el tiempo que había destinado para aumentar su valor, y se expone a ver a una madre desconsolada, echarle en cara un día la muerte de su hijo, cuya existencia, sin embargo, quizás dilató el maestro.

No me encargaría yo de un niño enfermizo y achacoso aunque hubiese de vivir ochenta años; que no quiero un alumno siempre inútil para si y para los demás ocupado únicamente en conservarse, y cuyo cuerpo perjudique a la educación del alma. ¿Qué he de hacer yo consagrándole en balde todos mis afanes, si no es doblar la pérdida de la sociedad, y privarla de dos hombres en vez de uno? Encárguese otro, en lugar mío, de este enfermo; consiento en ello y apruebo su caridad, pero ese no es mi talento; yo no sé, de modo alguno, enseñar a vivir a quien sólo piensa en librarse de la muerte.

Es necesario que para obedecer al alma sea vigoroso el cuerpo; un buen sirviente ha de ser robusto. Bien sé que la intemperancia excita las pasiones y al fin extenúa el cuerpo; muchas veces las mortificaciones y los ayunos producen el mismo efecto por una razón contraria. Cuanto más débil es el cuerpo, más ordena; cuanto más fuerte, más obedece. En cuerpos afeminados moran todas las pasiones sensuales; y tanto más se irritan aquéllos, cuanto menos pueden satisfacerlas.

Un cuerpo débil debilita el alma. De aquí proviene el imperio de la medicina, arte más perjudicial a los hombres que todas las dolencias que pretende sanar. Yo por mí no se cuál es la enfermedad que curan los médicos; pero sé que nos las acarrean funestísimas: la cobardía, la pusilanimidad, la credulidad, el miedo de la muerte; si sanan el cuerpo, matan el ánimo. ¿Qué nos importa que hagan andar cadáveres? Hombres son los que necesitamos, y no vemos que salga ninguno de sus manos.

La medicina está de moda en nuestro país, y tiene que ser así: es la diversión de personas ociosas y desocupadas, que no sabiendo en qué gastar el tiempo, lo emplean en conservarse. Si por desdicha suya hubieran nacido inmortales, serían los más desventurados de los seres; y una vida que nunca temieran perder, no tendría para ellos valor alguno. Esta gente necesita médicos que los amenacen para adularlos, y que cada día les den el único gusto que son capaces de apreciar: el de no estar muertos.

No es mi ánimo extenderme aquí sobre la vanidad de la medicina: mi objeto es considerarla sólo por su aspecto moral. No obstante, no puedo menos de observar que acerca de su uso hacen los hombres los mismos sofismas que acerca de la investigación de la verdad. Siempre suponen que el que visitar a un enfermo le cura, y que el que busca una verdad la encuentra; y no ven que se ha de contrapesar la utilidad de una cura que hace el médico, con la muerte de cien enfermos que mata; y las ventajas del descubrimiento de una verdad, con el daño que hacen los errores que pasan al mismo tiempo. La ciencia que instruye y la medicina que sana, buenas son, sin duda; pero funestísimas la ciencia que engaña y la medicina que mata. Enséñennos a distinguirlas; esa es la dificultad. Si supiéramos ignorar la verdad, nunca nos seduciría la mentira; si supiéramos no querernos curar a despecho de la naturaleza, nunca moriríamos a manos del médico; ambas abstinencias serían puestas en razón y evidentemente ganaríamos sujetándonos a ellas. Yo no niego que la medicina sea útil a algunos hombres, pero sí afirmo que es perjudicial al linaje humano.

Me dirán, como se dice siempre, que los yerros pertenecen al médico, pero que en si misma, la medicina es infalible. Enhorabuena; venga pues ella sin el médico; porque mientras vengan juntos, cien veces más riesgo habrá en los errores del artista, que esperanza de socorro en el arte.

Este arte falaz, más adaptable a los males del ánimo que a los del cuerpo, no es más útil para los unos que para los otros; no tanto nos sana de nuestras dolencias, cuanto nos infunde terror de ellas; no tanto aleja la muerte, cuanto hace que anticipadamente la sintamos; gasta la vida en vez de prolongarla; y aun cuando la prolongase, todavía sería en detrimento de la especie, puesto que nos desprende de la sociedad por los afanes que nos impone, y de nuestras obligaciones por los sustos que nos causa. El conocimiento de los riesgos es lo que nos los hace temibles; quien se creyera invulnerable, de nada tendría miedo a fuerza de armar contra el peligro a Aquiles, le quita el poeta el mérito del valor; cualquiera, en su lugar, habría sido Aquiles.

¿Queréis hallar hombres de verdadero valor? Buscadlos en los países donde no hay médicos, donde se ignoran las consecuencias de las enfermedades
y donde se piensa poco en la muerte. El hombre naturalmente sabe padecer con constancia y muere en paz. Los médicos con sus recetas, los filósofos con sus preceptos, los sacerdotes con sus exhortaciones, son los que acobardan su ánimo y hacen que no sepa morir.

Denme, pues, un alumno que no necesite de todas estas gentes, o no le acepto. No quiero que otros echen a perder mis afanes; deseo educarlo yo solo o no comprometerme a ello. El sabio Locke, que pasó parte de su vida estudiando la medicina, recomienda con eficacia que no se den remedios a los niños, ni por precaución, ni por incomodidades ligeras. Yo iré más adelante; y declaro que no llamando nunca al médico para mí, tampoco le llamaré para mi Emilio, a menos que se halle su vida en peligro inminente, porque entonces no le puede hacer otro daño que matarle.

Bien sé yo que el médico sacará partido de esta tardanza: si muere el niño, será porque le han llamado muy tarde; si se restablece él será quien le haya salvado. Corriente; alábese el médico; pero, sobre todo, no le llamemos hasta el último extremo.

No sabiendo curarse, ha de saber el niño estar malo arte que suple al otro surte muchas veces mejor efecto; arte de la naturaleza. Cuando está malo el animal, padece sin quejarse y se está quieto; no se ven otros animales achacosos que los hombres. ¡A cuantas gentes, que hubieran resistido la enfermedad y sanado el tiempo sólo, ha quitado la vida la impaciencia, el miedo, la zozobra y más que todo os remedios! Se me dirá que como viven los animales de un modo más conforme a la naturaleza, deben estar menos sujetos que nosotros a dolencias. Enhorabuena; ese modo de vivir es el que yo quiero prescribir a mi alumno; y debe sacar de él las mismas ventajas.

La higiene es la única parte útil de la medicina, y aun la higiene menos es ciencia que virtud. Los dos médicos eficaces del hombre, son la templanza y el trabajo; éste aguza el apetito y aquella le impide los abusos.

Para saber cuál es el régimen que más conviene a la vida y a la salud, basta con saber cuál es el que siguen los pueblos que están más sanos, son más robustos y viven más tiempo. Las observaciones generales nos hacen ver que el ejercicio de la medicina no procura a los hombres salud más fuerte y vida más dilatada: por lo mismo podemos deducir que no es útil este arte, sino perjudicial, puesto que emplea el tiempo, los hombres y las cosas sin ningún provecho. No solamente es perdido el tiempo que se gasta en conservar la vida para el uso de ella, y es necesario deducirle del útil, que cuando este tiempo se gasta en atormentarnos, es menos que nulo, es negativo; y para calcular equitativamente, se ha de restar éste del tiempo total de vida. Más vive para sí mismo y para los demás el que vive diez años sin médico, que el que ha vivido treinta víctima suya. Habiendo hecho ambas pruebas, me creo con más derecho que nadie para sacar esta consecuencia.

He aquí la razones por las que deseo que mi alumno sea robusto y sano, y los principios para que se mantenga tal. No me pararé a probar extensamente la utilidad de los trabajos manuales y los ejercicios corporales para fortalecer la salud y el temperamento; este punto nadie le disputa; los ejemplos de longevidad los ofrecen casi todos los hombres que más ejercicio han hecho, y que más fatigas y afanes han sufrido. Tampoco me extenderé a detallar la atención que me merecerá esta materia sola; el lector verá que es tan indispensable en mi práctica, que basta penetrar el espíritu de ella para que no sean necesarias otras explicaciones.

Empiezan las necesidades al mismo tiempo que la vida. El recién nacido necesita una nodriza. Bien está; si se presta la madre a cumplir con esta obligación, se le darán por escrito sus instrucciones, utilidad que tiene el inconveniente de dejar al ayo más distante de su alumno. Es de creer, sin embargo, que el interés de la criatura y la estimación de aquel a quien quieren fiar tan precioso depósito, harán que la madre sea dócil a los consejos del maestro; y de seguro que cuanto quiera hacer, lo hará mejor que otra ninguna. Si necesitamos de una nodriza extraña, empecemos escogiéndola bien.

Una de las muchas desgracias de las personas ricas, es que en todo las engañan. ¿Por qué nos admiramos si forman tan errados juicios de los hombres?
La riqueza es la que las corrompe, y en justo castigo son las primeras que reconocen el defecto del único instrumento que saben manejar. En sus casas todo va mal hecho, menos lo que ellas propias hacen; y casi nunca hacen nada. Si se trata de buscar una nodriza, hacen que se la busque el médico. ¿Y qué resulta? Que la mejor es la que más le ha pagado. No consultaré yo a un médico para la de Emilio; tendré buen cuidado de escogerla por mí propio. Sobre este punto no disertaré acaso con tanta erudición como un cirujano; pero ciertamente caminaré con más buena fe, y menos me engañará mi buen celo que su avaricia.

No tiene mucho que averiguar esta elección; sabidas son las reglas; pero creo que debería ponerse alguna mayor atención en el tiempo de la leche, como se hace acerca de la calidad de ella. La leche nueva es toda serosa, y debe ser casi aperitiva para purgarlas reliquias del alhorre que queda espesado en los intestinos del recién nacido. Poco a poco toma la leche consistencia y ofrece un alimento más sólido al niño, ya más fuerte para digerirla. Ciertamente que no sin objeto hace variar la naturaleza en las hembras de todas especies la consistencia de la leche según la edad del recién nacido.

Necesitaría, por tanto, un niño recién nacido, una nodriza recién parida. Bien sé que esto ofrece inconvenientes; pero así que salimos del orden natural, todo tiene sus dificultades para obrar bien. La única salida cómoda es obrar mal; por eso ésta es la que se escoge.

Seria necesario hallar una nodriza tan sana de corazón como de cuerpo; la destemplanza de las pasiones puede alterar su leche tanto como la de los humores; además de que atenerse meramente a lo físico es no ver más que la mitad del objeto. Puede ser buena la leche y mala la nodriza, que un buen carácter es tan esencial como un buen temperamento. Si se escoge una mujer viciosa, no digo que contraerá sus vicios el hijo de leche, digo si, que se resentirá de ellos. ¿No le debe, además de la leche, solicitudes que exige celo, paciencia, blandura y limpieza? Si es glotona y destemplada, en breve se estragará su leche; si es descuidada y colérica ¿cómo dejaremos a merced de ella a un pobre desventurado que no puede defenderse ni quejarse? Nunca, en ningún asunto, pueden ser buenos los malos para cosa buena.

Tanto más importa la acertada elección de la nodriza, cuanto que no debe tener su hijo de leche otra ama que ella, como no ha de tener otro preceptor que su ayo. Este era el uso de los antiguos, menos argumentadores y más sabios que nosotros.

Cuando habían dado el pecho a criaturas de su sexo, nunca las desamparaban, y por eso en sus piezas teatrales son nodrizas la mayor parte de las confidentes. Imposible es que un niño, que sucesivamente pasa por tantas manos distintas, salga bien educado. A cada variación hace secretas comparaciones que siempre paran en disminuir su estimación a los que le dirigen y, por consiguiente, la autoridad que sobre él tienen. Si llega una vez a persuadirse de que hay personas adultas que no tienen más razón que las criaturas, todo se ha perdido, y no queda esperanza de buena educación. No debe un niño conocer más superiores que su padre y su madre; y a falta de éstos su nodriza y su ayo, y todavía uno sobra; pero es inevitable esta partición; lo único que para remediarla puede hacerse, es que las personas de ambos sexos que le dirijan, estén de tan buen acuerdo, que con respeto a él no sean más que uno.

Preciso es que la nodriza viva con alguna más comodidad, tome alimentos algo más sustanciosos; pero que no varíe enteramente de método de vida, porque una pronta y total mudanza, aun cuando sea de mal en bien, siempre es peligrosa para la salud; y puesto, que su acostumbrado régimen la ha constituido o la ha mantenido sana y robusta, ¿a qué hacérsele variar?

Las campesinas comen más legumbres y menos carne que las mujeres de las ciudades; este régimen vegetal parece más propicio que contrario para ellas y las criaturas. Cuando tienen hijos de leche, de la ciudad, hacen que coman el cocido, persuadidas de que la sopa y el caldo de carne forman mejor quilo y dan más leche. No soy yo en manera alguna de este parecer, y tengo la experiencia en mi abono, la cual nos dice que los niños criados de este modo, están más sujetos a cólicos y a lombrices que los demás.

Esto no es extraño, puesto que la sustancia animal, cuando se pudre, se llena de gusanos; lo que no sucede con la vegetal. La elaborada aunque en leche, en el cuerpo del animales sustancia vegetal; así lo demuestra el análisis de ella; se aceda con facilidad; y en vez de dar señas ningunas de álcali volátil, como las dan las sustancias animales, deja, como las plantas, una sal neutra esencial.






CONTINUARA…


Publicado por ROMULO PEREZ “por una conciencia Socialista”
« ... Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez...»

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