“Lo cuentan las voces de los que se resisten”
Cartas históricas
Carta de José Martí a José Dolores Poyo
New York, noviembre 29, 1887
Sr. José Dolores Poyo
Distinguido compatriota:
Me es grato obedecer a la indicación de buenos
cubanos de esa y esta ciudad, deseosos de que, para mayor bien y acuerdo de los
trabajos difíciles que nos esperan, me dirija amistosamente al que aun en los
tiempos de menos fe entre nuestros compatriotas ha sabido mantener viva la
suya, y comunicar su aliento a los desesperanzados.
Por simpatía propia hubiera hecho desde hace
mucho tiempo lo que hago hoy por indicación ajena; pero el natural deseo de
expresar mi afecto a quien de sobra tiene derecho a él por su constante
patriotismo, era contenido en mí por temor de aparecer interesado en llamar la
atención sobre mi persona, o en solicitar prosélitos para alguna opinión
determinada. En mí, el amor a la patria sólo tiene un límite; y es el temor de
que imagine nadie que por mi interés me valgo de ella, ni siquiera por el interés
de ganar fama, que con ser menos innoble que otros, lleva a los hombres muy
lejos a veces de aquella pureza absoluta que la patria tiene derecho a exigir
de todos los que se ocupan en servirla. Por ese respeto nunca excesivo a la
libertad de la opinión ajena y a mi propio decoro, jamás me he atrevido, en
ocho años de incesantes inquietudes patrióticas, a solicitar comunicación con
aquellos con quienes más la deseaba, con los ejemplares cubanos de Cayo Hueso.
Pero hoy no tomará Ud. a mal que cediendo tanto a mi deseo como a sugestiones
amistosas, salude en Ud. a uno de los que con más brío y desinterés trabajarán
sin duda en preparar los tiempos grandiosos y difíciles a que parece irse ya
acercando nuestra patria.
En otro tiempo pudo ser nuestra
guerra un arrebato heroico o una explosión de sentimiento; pero aleccionados en
veinte años de fatiga, tantos los de afuera como los de adentro, y conocedores
los mismos que han de ayudar a la revolución de lo interior de ella y de sus
hombres y de sus móviles, no es ya como antes la guerra cubana una simple
campaña militar en la que el valor ciego seguía a un jefe afamado, sino un
complicadísimo problema político, fácil de resolver si nos damos cuenta de sus
diversos elementos y ajustamos a ella nuestra conducta revolucionaria, pero
formidable si pretendernos darle solución sin arreglo a sus datos, o
desafiándolos.
Hoy que el país nos busca deseoso de hallar en
nosotros un plan vasto y seguro que lo autorice a echarse por el camino
terrible que como única vía le ofrecemos, hoy nos halla sin más fuerza ni
propósito conocido que la promesa, terrible para muchos, que va envuelta en el
nombre de independencia, siempre simpático.
Y lo que más da que temer la revolución a los mismos
que la desean, es el carácter confuso y personal con que hasta ahora se le ha
presentado; es la falta de un sistema revolucionario, de fines claramente
desinteresados, que aleje del país los miedos que hoy la revolución le inspira,
y la reemplace por una merecida confianza en la grandeza y previsión de los
ideales que la guerra llevará consigo en la cordialidad de los que la
promueven, en el propósito confeso de hacer la guerra para la paz digna y
libre, y no para el provecho de los que sólo vean en la guerra el adelanto de
su poder o de su fortuna.
Necesitamos anunciar al país, y mantener con nuestras
artes, un programa digno de atraer la atención de un pueblo que ya no se
entrega al primero que, amparándose de un nombre santo, quiera ponerse a su
cabeza. Necesitamos quitar todo asomo de razón a los cubanos que por soberbia o
timidez nos presentan ante el país como una horda de sentimentalistas o de
fanáticos que sólo queremos llevar, por simple odio de desterrados rencorosos,
una guerra sin recursos ni propósitos. Necesitamos ir destruyendo uno a uno los
argumentos que nos tienen sin crédito en lo general del país, cuya opinión nos
es indispensable para toda tentativa seria, cuyo desasosiego es ya tan grande
que sólo le falta a mi juicio que sepamos infundirle esperanzas justas con una
política que satisfaga sus dudas y aquiete sus temores para tenerlo entero de
nuestro lado.
Mucho tiempo hemos perdido, muy contra mi
voluntad, que siempre fue la de tener organizadas en unión importante y con un
programa digno de atención las emigraciones, al mismo tiempo que los trabajos
en la Isla, para que el día para mí siempre cercano, en que ésta se decidiese
por desesperación a la guerra, no le tuviera miedo como le tiene ahora,
viéndola desordenada y llena de sombras y peligros, sino se echase con
confianza y entusiasmo en brazos de los que con su noble conducta, su espíritu
y métodos de república y su juicio de hombres de estado hubieran sabido
inspirárselos. Nuestro país piensa ya mucho y nada podemos hacer en él sin
ganarle el pensamiento. Mucho tiempo hemos perdido, decía, pero ese mismo
desconcierto causado por nuestra falta de preparación, en la hora en que el
país está ya más cerca de nosotros, nos permite aún, por fortuna, emplear el
tiempo que nos queda, en impedir con una conducta enérgica y previsora que la
revolución que ya se viene encima fracase por precipitación o mala dirección
nuestra, como ya esperan nuestros astutos enemigos, o caiga por no haberla
sabido dirigir nosotros en un grupo de cubanos egoístas, que no la han deseado
jamás, ni comprenden su espíritu, ni llevan la intención de aprovechar la
libertad en beneficio de los humildes, que son los que han sabido defenderla.
Noto que, con la confianza que su amor patrio
me inspira, he dejado correr la pluma con más extensión de lo que autoriza una
primera carta;) pero el sangrar juntos de una misma herida, no ha de hacer a
los hombres sinceros súbitamente amigos?
Nada especial tengo que pedir a Ud. y nada
más me propongo, aunque mi tierra sea toda mi vida, que servirla con mi juicio
leal, sin asumir más puesto que aquel deber en que como ahora la voluntad de
mis paisanos me coloque. Mucho hemos errado, y no debemos ahora que parece
volver la oportunidad grandiosa, caer de nuevo donde ya caímos: mucho tenemos
que hacer, y pronto, para convertir en ayuda real, la simpatía vaga, excedida
por la confianza con que el país nos mira. Y algo se hace ya en Nueva York en
estos momentos para responder, sin pérdida de tiempo precioso, a lo que la
situación complicada y oportuna manda.
Me había propuesto hablarle a Ud. de la grata
impresión que dejó en mi ánimo la energía, templada de sensatez, del señor Juan
Ruz, y el gusto con que vi surgir de su oportuna visita resultados que ya se
hacían desear. Pero lo adelantado de la noche me obliga a suspender aquí mi
carta, seguro de que la cordialidad con que escribo será entendida por quien,
con su virtud patriótica, ha sabido inspirarla.
Tan luego como me sea dable recibir de Ud. la
prueba de que no me he engañado, tendré placer sincero en escribirle nuevamente
sobre estas cosas que a ambos nos son tan caras.
Queda sirviéndole su afectísimo compatriota, José
Martí.
“Por una conciencia Socialista, dejémonos de guardar
silencio”
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