domingo, 30 de septiembre de 2012

Cartas históricas



“Lo cuentan las voces de los que se resisten” 

Cartas históricas 

Carta de José Martí a José Dolores Poyo

New York, noviembre 29, 1887
Sr. José Dolores Poyo

Distinguido compatriota:

        Me es grato obedecer a la indicación de buenos cubanos de esa y esta ciudad, deseosos de que, para mayor bien y acuerdo de los trabajos difíciles que nos esperan, me dirija amistosamente al que aun en los tiempos de menos fe entre nuestros compatriotas ha sabido mantener viva la suya, y comunicar su aliento a los desesperanzados.

        Por simpatía propia hubiera hecho desde hace mucho tiempo lo que hago hoy por indicación ajena; pero el natural deseo de expresar mi afecto a quien de sobra tiene derecho a él por su constante patriotismo, era contenido en mí por temor de aparecer interesado en llamar la atención sobre mi persona, o en solicitar prosélitos para alguna opinión determinada. En mí, el amor a la patria sólo tiene un límite; y es el temor de que imagine nadie que por mi interés me valgo de ella, ni siquiera por el interés de ganar fama, que con ser menos innoble que otros, lleva a los hombres muy lejos a veces de aquella pureza absoluta que la patria tiene derecho a exigir de todos los que se ocupan en servirla. Por ese respeto nunca excesivo a la libertad de la opinión ajena y a mi propio decoro, jamás me he atrevido, en ocho años de incesantes inquietudes patrióticas, a solicitar comunicación con aquellos con quienes más la deseaba, con los ejemplares cubanos de Cayo Hueso. Pero hoy no tomará Ud. a mal que cediendo tanto a mi deseo como a sugestiones amistosas, salude en Ud. a uno de los que con más brío y desinterés trabajarán sin duda en preparar los tiempos grandiosos y difíciles a que parece irse ya acercando nuestra patria. 

      En otro tiempo pudo ser nuestra guerra un arrebato heroico o una explosión de sentimiento; pero aleccionados en veinte años de fatiga, tantos los de afuera como los de adentro, y conocedores los mismos que han de ayudar a la revolución de lo interior de ella y de sus hombres y de sus móviles, no es ya como antes la guerra cubana una simple campaña militar en la que el valor ciego seguía a un jefe afamado, sino un complicadísimo problema político, fácil de resolver si nos damos cuenta de sus diversos elementos y ajustamos a ella nuestra conducta revolucionaria, pero formidable si pretendernos darle solución sin arreglo a sus datos, o desafiándolos. 

          Hoy que el país nos busca deseoso de hallar en nosotros un plan vasto y seguro que lo autorice a echarse por el camino terrible que como única vía le ofrecemos, hoy nos halla sin más fuerza ni propósito conocido que la promesa, terrible para muchos, que va envuelta en el nombre de independencia, siempre simpático. 

        Y lo que más da que temer la revolución a los mismos que la desean, es el carácter confuso y personal con que hasta ahora se le ha presentado; es la falta de un sistema revolucionario, de fines claramente desinteresados, que aleje del país los miedos que hoy la revolución le inspira, y la reemplace por una merecida confianza en la grandeza y previsión de los ideales que la guerra llevará consigo en la cordialidad de los que la promueven, en el propósito confeso de hacer la guerra para la paz digna y libre, y no para el provecho de los que sólo vean en la guerra el adelanto de su poder o de su fortuna.

        Necesitamos anunciar al país, y mantener con nuestras artes, un programa digno de atraer la atención de un pueblo que ya no se entrega al primero que, amparándose de un nombre santo, quiera ponerse a su cabeza. Necesitamos quitar todo asomo de razón a los cubanos que por soberbia o timidez nos presentan ante el país como una horda de sentimentalistas o de fanáticos que sólo queremos llevar, por simple odio de desterrados rencorosos, una guerra sin recursos ni propósitos. Necesitamos ir destruyendo uno a uno los argumentos que nos tienen sin crédito en lo general del país, cuya opinión nos es indispensable para toda tentativa seria, cuyo desasosiego es ya tan grande que sólo le falta a mi juicio que sepamos infundirle esperanzas justas con una política que satisfaga sus dudas y aquiete sus temores para tenerlo entero de nuestro lado.

Mucho tiempo hemos perdido, muy contra mi voluntad, que siempre fue la de tener organizadas en unión importante y con un programa digno de atención las emigraciones, al mismo tiempo que los trabajos en la Isla, para que el día para mí siempre cercano, en que ésta se decidiese por desesperación a la guerra, no le tuviera miedo como le tiene ahora, viéndola desordenada y llena de sombras y peligros, sino se echase con confianza y entusiasmo en brazos de los que con su noble conducta, su espíritu y métodos de república y su juicio de hombres de estado hubieran sabido inspirárselos. Nuestro país piensa ya mucho y nada podemos hacer en él sin ganarle el pensamiento. Mucho tiempo hemos perdido, decía, pero ese mismo desconcierto causado por nuestra falta de preparación, en la hora en que el país está ya más cerca de nosotros, nos permite aún, por fortuna, emplear el tiempo que nos queda, en impedir con una conducta enérgica y previsora que la revolución que ya se viene encima fracase por precipitación o mala dirección nuestra, como ya esperan nuestros astutos enemigos, o caiga por no haberla sabido dirigir nosotros en un grupo de cubanos egoístas, que no la han deseado jamás, ni comprenden su espíritu, ni llevan la intención de aprovechar la libertad en beneficio de los humildes, que son los que han sabido defenderla.

Noto que, con la confianza que su amor patrio me inspira, he dejado correr la pluma con más extensión de lo que autoriza una primera carta;) pero el sangrar juntos de una misma herida, no ha de hacer a los hombres sinceros súbitamente amigos?

Nada especial tengo que pedir a Ud. y nada más me propongo, aunque mi tierra sea toda mi vida, que servirla con mi juicio leal, sin asumir más puesto que aquel deber en que como ahora la voluntad de mis paisanos me coloque. Mucho hemos errado, y no debemos ahora que parece volver la oportunidad grandiosa, caer de nuevo donde ya caímos: mucho tenemos que hacer, y pronto, para convertir en ayuda real, la simpatía vaga, excedida por la confianza con que el país nos mira. Y algo se hace ya en Nueva York en estos momentos para responder, sin pérdida de tiempo precioso, a lo que la situación complicada y oportuna manda.

Me había propuesto hablarle a Ud. de la grata impresión que dejó en mi ánimo la energía, templada de sensatez, del señor Juan Ruz, y el gusto con que vi surgir de su oportuna visita resultados que ya se hacían desear. Pero lo adelantado de la noche me obliga a suspender aquí mi carta, seguro de que la cordialidad con que escribo será entendida por quien, con su virtud patriótica, ha sabido inspirarla.

Tan luego como me sea dable recibir de Ud. la prueba de que no me he engañado, tendré placer sincero en escribirle nuevamente sobre estas cosas que a ambos nos son tan caras. 

Queda sirviéndole su afectísimo compatriota, José Martí.

    “Por una conciencia Socialista, dejémonos de guardar silencio”

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