“Lo cuentan las voces de los que se resisten”
“Cartas a
quien pretende enseñar”
Segunda carta
No permita que el miedo a la
dificultad lo paralice.
Paulo Freire
Paulo Freire
Creo que el mejor
punto de partida para este tema es considerar la cuestión de la dificultad, la
cuestión de lo difícil, y el miedo que provoca. Se dice que alguna cosa es
difícil cuando el hecho de enfrentarla u ocuparse de ella se convierte en algo
penoso, es decir, cuando presenta algún obstáculo.
“Miedo”, según la
definición del Diccionario Aurelico, es un “sentimiento de inquietud frente a
la idea de un peligro real o imaginario”. Miedo de no poder franquear las
dificultades para finalmente entender un texto. Siempre existe una relación
entre el miedo y la dificultad, entre el miedo y lo difícil. Pero en esta
relación evidentemente se encuentra también la figura del sujeto que tiene
miedo de lo difícil o de la dificultad. El sujeto que le teme a la tempestad,
que le teme a la soledad o teme no conseguir franquear las dificultades para
entender finalmente el texto, o producir la inteligencia del texto.
En esta relación
entre el sujeto que teme y la situación u objeto del miedo existe además otro
elemento constitutivo que es el sentimiento de inseguridad del sujeto temeroso.
Inseguridad para enfrentar el obstáculo. Falta de fuerza física, falta de
equilibrio emocional, falta de competencia física, ya sea real o imaginaria del
sujeto.
La cuestión que aquí
se plantea no es negar el miedo, aun cuando el peligro que lo genera sea
ficticio. El miedo en sí, sin embargo es concreto. La cuestión que se presenta
es la de no permitir que el miedo nos paralice o nos persuada fácilmente de
desistir de enfrentar la situación desafiante sin lucha y sin esfuerzo.
Frente al miedo, sea
lo que fuera, es preciso que primeramente nos aseguremos con objetividad de la
existencia de las razones que nos lo provocan. En una segunda instancia, que si
éstas existen realmente, las comparemos con las posibilidades de que disponemos
para enfrentarlas con probabilidades de éxito. Y por último, que podemos hacer
para, si éste es el caso, aplazando el enfrentamiento del obstáculo, volvernos
más capaces de hacerlo mañana.
Con estas reflexiones
quiero subrayar que lo difícil o la dificultad está siempre relacionada con la
capacidad de respuesta del sujeto que, frente a lo difícil y a la evaluación de
sí mismo en cuanto a la capacidad de respuesta, tendrá más o menos miedo o
ningún miedo infundado o, reconociendo que el desafío sobrepasa los límites del
miedo, se hunda en el pánico. El pánico es el estado de espíritu que paraliza
al sujeto frente a un desafío que reconoce sin ninguna dificultad como
absolutamente superior a cualquier intento de respuesta: Tengo miedo de la
soledad y me siento en pánico en una ciudad asolada por la violencia de un
terremoto.
Aquí me gustaría
ocuparme solamente de las reflexiones en torno al miedo de no comprender un
texto cuya inteligencia precisamos en el proceso de conocimiento en el que
estamos insertos en nuestra capacitación. El miedo paralizante que nos vence
aun antes de intentar, más enérgicamente, la comprensión del texto. Si tomo un
texto cuya comprensión debo trabajar, necesito saber: a) Si mi capacidad de
respuesta está a la altura del desafío, que es el texto que debe ser
comprendido. b) Si mi capacidad de respuesta es menor o c) Si mi capacidad de
respuesta es mayor.
Si mi capacidad de
respuesta es menor, no puedo ni debo permitir que mi miedo de no entender me
paralice y, considerando mi tarea como imposible de ser realizada, simplemente
la abandone. Si mi capacidad de respuesta es menor que las dificultades de
comprensión del texto debo tratar de superar por lo menos algunas de las
limitaciones que me dificultan la tarea con la ayuda de alguien y no sólo con
la ayuda del profesor o la profesora que me indicó la lectura. A veces la
lectura de un texto exige alguna convivencia anterior con otro que nos prepara
para un paso posterior.
Uno de los errores más
terribles que podemos cometer mientras estudiamos, como alumnos o maestros, es
retroceder frente al primer obstáculo con que no enfrentamos.
Es el de no asumir la
responsabilidad que nos impone la tarea de estudiar, como se impone cualquier
otra tarea a quien deba realizarla. Estudiar es un quehacer exigente en cuyo
proceso se da una sucesión de dolor y placer, de sensación de victoria, de
derrota, de dudas y alegría. Pero por lo mismo estudiar implica la formación de
una disciplina rigurosa que forjamos en nosotros mismos, en nuestro cuerpo
consciente.
Esta disciplina no
puede sernos dada ni impuesta por nadie –sin que eso signifique desconocer la
importancia del papel del educador en su creación. De cualquier manera, o somos
sujetos de ella, o ella se vuelve una mera yuxtaposición a nuestro ser. O nos
adherimos al estudio como un deleite y lo asumimos como una necesidad y un
placer o el estudio es una pura carga, y como tal, la abandonamos en la primera
esquina.
Cuanto más asumimos
esta disciplina tanto más nos fortalecemos para superar algunas amenazas que la
acechan y por lo tanto a la capacidad de estudiar eficazmente.
Una de esas amenazas,
por ejemplo, es la concesión que nos hacemos a nosotros mismos de no consultar
ningún instrumento auxiliar de trabajo como diccionarios, enciclopedias, etc.
Deberíamos incorporar a nuestra disciplina intelectual el hábito de consultar
estos instrumentos a tal punto que sin ellos nos resulte difícil estudiar.
Huir frente a la
primera dificultad es permitir que el miedo de no llegar a un buen fin en el
proceso de inteligencia del texto nos paralice. De ahí a acusar al autor o a la
autora de incomprensible existe sólo un paso.
Otra amenaza al
estudio serio, que se transforma en una de las formas más negativas de huir de
la superación de las dificultades que enfrentamos y ya no del texto en sí
mismo, es la de proclamar la ilusión de que estamos entendiendo, sin poner a
prueba nuestra afirmación.
No tengo por qué
avergonzarme por el hecho de no estar comprendiendo algo que estoy leyendo. Sin
embargo, si el texto que no estoy comprendiendo forma parte de una relación bibliográfica
que es vista como fundamental, hasta que yo perciba y concuerde o no con que es
realmente fundamental, debo superar las dificultades y entender el texto.
No es exagerado
repetir que el leer, como estudio, no es pasear libremente por las frases, las
oraciones y las palabras sin ninguna preocupación por saber hacia dónde ellas
nos pueden llevar.
Otra amenaza para el
cumplimiento de la tarea difícil y placentera de estudiar que resulta de la
falta de disciplina de la que ya he hablado es la tentación que nos acosa,
mientras leemos, de dejar la página impresa y volar con la imaginación bien
lejos. De pronto, estamos físicamente con el libro frente a nosotros y lo
leemos apenas maquinalmente. Nuestro cuerpo está aquí pero nuestro gusto está
en una playa tropical y distante. Así es realmente imposible estudiar.
Debemos estar
prevenidos para el hecho de que raramente un texto se entrega fácilmente a la curiosidad
del lector. Por otro lado, no es cualquier curiosidad la que penetra o se
adentra en la intimidad del texto para desnudar sus verdades, sus misterios,
sus inseguridades, sino la curiosidad epistemológica –la que al tomar distancia
del objeto se “aproxima” a él con el ímpetu y el gusto de descubrirlo. Pero esa
curiosidad fundamental aun no es suficiente. Es preciso que al servirnos de
ella, que nos “aproxima” al texto para su examen, también nos demos o nos
entreguemos a él. Para esto, es igualmente necesario que evitemos otros miedos
que el cientificismo nos ha inoculado. Por ejemplo, el miedo de nuestros
sentimientos, de nuestras emociones, de nuestros deseos, el miedo de que nos
echen a perder nuestra cientificidad. Lo que yo sé, lo sé con todo mi cuerpo:
con mi mente crítica, pero también con mis sentimientos, con mis intuiciones,
con mis emociones. Lo que no puedo es detenerme satisfecho en el nivel de los
sentimientos, de las emociones, de las intuiciones. Debo someter a los objetos
de mis intuiciones a un tratamiento serio, riguroso, pero jamás debo
despreciarlos.
Continúa…
Editorial Siglo XXI editores
Décima Edición en español, 2005, pag. 43 – 51
Décima Edición en español, 2005, pag. 43 – 51
“Por una conciencia Socialista, dejémonos de
guardar silencio”
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