“Lo cuentan
las voces de los que se resisten”
Cartas históricas
Carta de José de San Martín a Simón Bolívar
Excmo.
Señor Libertador de Colombia, Simón Bolívar.
Querido
general:
Dije a
usted en mi última del 23 del corriente que habiendo reasumido el mando Supremo
de esta república, con el fin de separar de él al débil e inepto Torre-Tagle
las atenciones que me rodeaban en el momento no me permitían escribirle con la
atención que deseaba; ahora al verificarlo no sólo lo haré con la franqueza de
mi carácter sino con la que exigen los altos intereses de la América.
Los
resultados de nuestra entrevista no han sido los que me prometía para la pronta
terminación de la guerra. Desgraciadamente yo estoy íntimamente convencido o
que no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes, con las
fuerzas de mi mando, o que mi persona le es embarazosa.
Las
razones que usted me expuso de que su delicadeza no le permitiría jamás
mandarme, y que aun en el caso de que esta dificultad pudiese ser vencida
estaba seguro que el Congreso de Colombia no autorizaría su separación del
territorio de la república, permítame general, le diga no me han parecido
plausibles. La primera se refuta por sí misma. En cuanto a la seguida estoy muy
persuadido la menor manifestación suya al Congreso sería acogida con unánime
aprobación cuando se trata de finalizar la lucha en que estamos empeñados con
la cooperación de usted y la del ejército de su mando y que el honor de ponerle
término refluirá tanto sobre usted como sobre la república que preside.
No se
haga usted ilusiones, general. Las noticias que tiene de las fuerzas realistas
son equivocadas: ellas montan en el Alto y Bajo Perú a más de 19.000 veteranos,
que pueden reunirse en el espacio de dos meses.
El
ejército patriota, diezmado por las enfermedades, no podrá poner en línea de
batalla sino 8.500 hombres, y de éstos una gran parte reclutas. La división del
general Santa Cruz cuyas bajas según me escribe este general no han sido
reemplazadas a pesar de sus reclamaciones en su dilatada marcha por tierra,
debe experimentar una pérdida considerable, y nada podrá emprender en la
presente campaña. La división de 1.400 colombianos que usted envía será
necesaria para mantener la guarnición del Callao y el orden en Lima.
Por
consiguiente, sin el apoyo del ejército de su mando, la operación que se
prepara por Puertos Intermedios no podrá conseguir las ventajas que debían
esperarse, si fuerzas poderosas no llaman en la atención del enemigo por otra
parte y así la lucha se prolongará por un tiempo indefinido. Digo indefinido
porque estoy íntimamente convencido que sean cuales fueren las vicisitudes de
la presente guerra, la independencia de la América es irrevocable; pero también
lo estoy de que su prolongación causará la ruina de sus pueblos, y es un deber
sagrado para los hombres a quienes están confiados sus destinos, evitar la
continuación de tamaños males.
En
fin, general; mi partido está irrevocablemente tomado. Para el 20 del mes
entrante he convocado el primer congreso del Perú y al día siguiente de su
instalación me embarcaré para Chile convencido de que mi presencia es el solo
obstáculo que le impide a usted venir al Perú con el ejército de su mando.
Para
mí hubiese sido el colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia
bajo las órdenes de un general a quien América debe su libertad. El destino lo
dispone de otro modo y es preciso conformarse.
No
dudando que después de mi salida del Perú el gobierno que se establezca
reclamará la activa cooperación de Colombia y que usted no podrá negarse a tan
justa exigencia, remitiré a usted una nota de todos los jefes cuya conducta
militar y privada pueda ser a usted de alguna utilidad su conocimiento.
El
general Arenales quedará encargado del mando de las fuerzas argentinas. Su
honradez, coraje y conocimiento, estoy seguro lo harán acreedor a que usted le
dispense toda consideración.
Nada
diré a usted sobre la reunión de Guayaquil a la república de Colombia.
Permítame, general, que le diga que creí no era a nosotros a quienes
correspondía decidir este importante asunto. Concluida la guerra los gobiernos
respectivos lo hubieran transado sin los inconvenientes que en el día pueden
resultar a los intereses de los nuevos estados de Sud América.
He
hablado a usted, general, con franqueza, pero los sentimientos que expresa esta
carta quedarán sepultados en el más profundo silencio; si llegasen a
traslucirse, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalecerse para
perjudicarla, y los intrigantes y ambiciosos para soplar la discordia.
Con el
comandante Delgado, dador de ésta, remito a usted una escopeta y un par de
pistolas juntamente con el caballo de paso que le ofrecí en Guayaquil. Admita
usted, general, esta memoria del primero de sus admiradores.
Con
estos sentimientos y con los de desearle únicamente sea usted quien tenga la
gloria de terminar la guerra de la independencia de la América del Sud, se
repite su afectísimo servidor.
José
de San Martín
Lima,
29 de agosto de 1821
“Por una conciencia Socialista, dejémonos
de guardar silencio”
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