“Lo cuentan las voces de los que se
resisten”
Escritos
históricos
El Racismo en Venezuela
El presente estudio discute el carácter racista de los medios de
comunicación, específicamente de las industrias de publicidad, telenovela,
modelaje y áreas relacionadas en Venezuela, enfocándose en la práctica de
exclusión e inclusión estereotipada de las representaciones “negras”.
La discriminación contra
las minorías raciales, étnicas, políticas, religiosas, de género, de orientación sexual y de
capacidad física en los medios de comunicación, especialmente en lo relacionado
a programas de televisión y de publicidad, ha sido ampliamente discutida en los
Estados Unidos y en el Reino Unido en las últimas tres décadas. La emergente
conciencia de los derechos de las minorías en los años sesenta y los activismos
contra la discriminación a las minorías impulsó los estudios y las expresión de
opiniones públicas para atacar el racismo, sexismo, clasismo y heterosexismo en
los medios de comunicación.
Hoy en día es común
entender que la representación en los medios de comunicación masivos refleja
una relación asimétrica de poder entre el sector dominante de la sociedad y la
minoría social oprimida. Según Gross (1991), en relación con el caso
estadounidense, las personas clave en estas industrias, desde propietarios de
las empresas anunciantes hasta individuos en posición decisiva de operación
cotidiana en los medios (los llamados gatekeepers), poseen mayoritariamente las características
de ser blancos, ser del género masculino, de clase media o alta, y de ser
heterosexuales. No sólo es el estereotipo en los medios el que reproduce el
prejuicio, sino que también la ausencia o poca presencia de grupos minoritarios
es considerada como el centro mismo del problema, debido al poderoso efecto
simbólico de amarrar a aquellos de minorías en el estrato más bajo de la
jerarquía económica, política, social y de cultura dentro del estado nacional.
En Venezuela, tanto el activismo
contra el racismo en los medios como el estudio sobre él han sido temas poco
usuales. De las publicaciones académicas, podemos nombrar sólo el análisis
pionero del historiador estadounidense Winthrop Wright sobre humorismo gráfico
en revistas hasta principios del siglo XX (Wright, 1990), así como el amplio
mapeo del racismo contemporáneo presentado por el sociólogo francés Alain
Charier (2000: capítulo II). Este último analizó la exclusión de la
representación “negra” en la educación histórica en las escuelas básicas, el
ámbito político parlamentario, las producciones de publicidad y telenovela, y
el certamen de belleza “Miss Venezuela”.
Discutiendo la actitud de una gran mayoría de venezolanos de negar la
existencia misma del racismo, Charier lo
resume metafóricamente como el resultado de una “trampa ideológica” del
discurso del mestizaje. La invisibilidad de la representación negra y el mito
de la “democracia racial”, interiorizadas también por las propias personas
“negras”, es la causa, según Charier, de la ausencia del activismo,
investigación y consciencia sobre/contra el racismo en Venezuela.
Mi interés personal
sobre el racismo anti-negro en Venezuela nació, por coincidencia, a través de
mi experiencia profesional en producción publicitaria durante la década de los
1980s, cuando ejercía un cargo de marketing en Caracas para una empresa
japonesa de artefactos electrónicos. En
el proceso de desarrollo de una campaña para el lanzamiento del producto
llamado “pantalla negra,” la agencia de publicidad propuso un comercial televisivo
cuya idea central giraba alrededor de una serie de objetos “bellos, dinámicos y
vanguardistas de color negro”. Como elemento protagonizante de esas imágenes,
se proponía a una mujer “negra” del estilo de Whitney Houston, icono de belleza
afro-norteamericana de aquel entonces.
Esta idea, que a mi juicio era estéticamente extraordinaria, además de
poseer el argumento eficaz de marketing, fue objetada por el presidente
(un japonés expatriado) de la sede venezolana de la empresa, quien insistió que
el target del mercado (clase alta y media alta) rechazaría la presencia
de una modelo “negra", ya que “en
Venezuela existe racismo”. Curiosamente, esta posición fue aceptada por mis
colegas venezolanos sin generar discusión alguna contra tal precepto de racismo
en Venezuela. Esta fue una de las tantas experiencias que presencié del “sutil”
racismo en Venezuela en el campo del marketing y la publicidad.
Durante mi investigación
doctoral a finales de la década de los 1990s, realicé un estudio de caso sobre
un movimiento comunitario afrovenezolano. En él observé una penetración de la
identidad mestiza aun en una comunidad donde la reivindicación de cultura
afroamericana impulsó a construir la autoestima de los miembros del lugar.
Allí, los actores declaran su identidad “afrovenezolana” cuando se trata de su
“folklore”, y evitan asimismo referirse con el prefijo “afro” cuando construyen
el discurso sobre la legitimidad de su ciudadanía (Ishibashi, 2000a; 2000b). La
experiencia de observar esta contradicción de identidad entre lo cultural y lo
social me hizo reflexionar sobre la complejidad de prácticas culturales en
torno a lo étnico y a lo racial en una sociedad donde la ideología de mestizaje
está interiorizada profundamente por el pueblo de descendencia africana. Por
eso quedé convencido de la necesidad de ofrecer un estudio etnográfico sobre
las prácticas racistas en Venezuela, para describir cómo funciona la práctica
de exclusión de los “negros” en un país donde el discurso cotidiano niega la
existencia de racismo. Asimismo consideré importante discernir la lógica a
través de la cual se justifica esa exclusión y de observar cómo es aceptado el
mensaje mediático de exclusión racial por parte del pueblo.
Comentarios Finales
El desarrollo de estudios
de Antropología física, social y cultural durante la segunda mitad del siglo XX
ha revelado que la idea de “raza” no posee ninguna base sostenible como
concepto científico para clasificar a los seres humanos. La “raza” es una construcción
social, es decir, una estructura de categorías jerarquizadas que segregan a la
población humana (Sanjek, 1996). Lo que produjo el racismo que conocemos no fue
el prejuicio etnocéntrico existente desde la remota antigüedad, sino la
relación colonial moderna entre dominantes y dominados, bajo un sistema de
apropiación económica (Rex, 1970; Sanjek, 1996). Por eso, a pesar de los
esfuerzos de las declaraciones de especialistas académicos, el concepto de raza
y las prácticas racistas persisten, dondequiera que existan relaciones de poder
coloniales y/o asimétricas. Esto ha sido sumamente significativo en la
formación de discurso en el cual “Occidente” representa lo “superior y
civilizado” y el “resto”, lo “inferior y lo salvaje” (Hall, 1992). Este dualismo
estereotipado ha sido interiorizado en las sociedades americanas para marginar
a los afrodescendientes y a los indígenas dentro de cada Estado nacional. En
esta relación de poder, como dice Stuart Hall, los medios de comunicación
juegan un papel central, porque “ellos forman la parte central de los medios
dominantes de producción ideológica” (1981: 35). Hall explica:
Lo que ellos
[los medios de comunicación] “producen” es, precisamente, representaciones del
mundo social, de las imágenes, descripciones, explicaciones y marcos de
referencia para comprender cómo es el mundo, y por qué funciona tal como se
dice y se demuestra que funciona. Y, entre otro tipo de funciones ideológicas,
los medios de comunicación construyen una definición de lo que es la raza,
cuál es el significado de lo imaginario que la raza posee, y lo que se entiende
por el “problema de la raza”. Ellos nos ayudan a clasificar el mundo en
términos de categorías de raza. (Hall,
1981: 35) [Traducido por Ishibashi. Las itálicas y las comillas son del autor
H.S.]
Por eso, la marginación e
invisibilización de los/as “negros/as” en los medios de comunicación es un
problema de suma importancia, que debe ser debatido públicamente. Como lo
expresó uno de los participantes de las mesas de trabajo de este proyecto, la
ausencia de “negros/as” en los medios “muestra
la discriminación racial y la exclusión solapada que existe” en esta
sociedad venezolana.
En los Estados Unidos, cuna
del saber del marketing moderno, hasta la década de los sesenta
predominaba la publicidad con imágenes estereotipadas de minorías raciales. Sin
embargo, esta tendencia experimentó un “cambio drástico” después de los
movimientos a favor de los derechos civiles (Takezawa, 1999; Cortese, 1999). En
este proceso, el activismo de organizaciones a nivel nacional en defensa de los
derechos de las minorías, como la Asociación Nacional de Avance del Pueblo de
Color (National Association for the
Advancement of Colored People: NAACP) y el reclamo contra los medios por
sus prácticas racialmente prejuiciadas, formaron parte vital del movimiento de
reivindicación social de las minorías.
La proliferación de
imágenes estereotipadas y la “anulación simbólica” de la representación “negra”
en Venezuela, en comparación con el caso de los Estados Unidos, es el reflejo
de la ausencia, hasta hace poco, del activismo contra el racismo. Sin embargo,
esto está cambiando. Vale la pena mencionar los emergentes movimientos en este
campo. El primer ejemplo es la Unión de Mujeres Negras de Venezuela. Esta
organización nació como producto de la participación de algunas feministas
venezolanas en congresos internacionales de la Coordinación de Organizaciones
No-gubernamentales de Mujeres durante la década de los ochenta. Unión de Mujeres Negras ha desarrollado
numerosos programas comunitarios de concientización sobre el racismo y para el
mejoramiento de la autoestima de mujeres “negras”, así como de educación en
etno-historia afrovenezolana, con el auspicio del gobierno nacional.
Posteriormente, en la década de los noventa la organización recibió
financiamiento para realizar una investigación que coordinaba el Banco Interamericano
del Desarrollo sobre comunidades de ascendencia africana en América Latina.
Reina Arratia, presidenta de la Unión de Mujeres Negras, ha sido una de las
primeras figuras que ha aparecido en los medios (tal como en programas de
televisión de alto rating) para denunciar la discriminación anti-negros
en Venezuela, e inclusive los contenidos racistas en los medios de
comunicación. La Unión de Mujeres Negras también ha sido primera organización
en declarar la necesidad de acciones afirmativas en la política pública del
Estado nacional (Charier, 2000).
El segundo es la Fundación
Afroamérica, fundada en 1993 y presidida por el ya mencionado Jesús “Chucho”
García. Después de varios intentos político social prematuros en la década de
los setenta y ochenta con miras a la auto-determinación de la etnicidad
afrovenezolana, a mediados de los noventa, García logra insertar su presencia
como representante étnico afrovenezolano en los espacios globales para el
desarrollo social-cultural-económico de las comunidades afroamericanas, tales
como la UNESCO, la OEA, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de
Desarrollo, entre otros. García ha sido uno de los pocos intelectuales
venezolanos que ha venido publicando regularmente textos sobre el racismo
anti-negro en varios periódicos nacionales, así como en la propia revista de la
Fundación. García también ha sido pionero en promover la idea de desarrollo
sustentable en regiones del país con población afrodescendiente a través de
actividades de micro-empresas y cooperativismo, resistiendo así la
“folklorización” del pueblo
afrovenezolano.
Las actividades pioneras de
estas dos organizaciones, junto con otras iniciativas en comunidades de
eminente presencia afrovenezolana han dado lugar en 1999 a la creación de la Red
de Organizaciones Afrovenezolanas, una confederación de ONGs afrovenezolanas,
la primera en su especie en Venezuela. En el año 2001 la ROA participó en la
III Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la
Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, organizada por la ONU en
Durban, Sudáfrica (fue la única ONG venezolana en este evento.) Por el reclamo
contundente sostenido por documentos convincentes preparados por la ROA para
este congreso, el gobierno venezolano, por primera vez en la historia del país,
admitió la existencia del racismo como problema social en Venezuela (García y
Camacho, 2002; Mijares, 2003).
Lo que me parece muy
importante al revisar el desarrollo de la Unión de Mujeres Negra, la Fundación
Afroamérica y la ROA es que las ideas y argumentos novedosos para tratar el
problema afrovenezolano, tal como son la denuncia contra el racismo, el reclamo
de las acciones afirmativas o las propuestas de desarrollo sustentable de la
economía local, son productos de las interacciones con activistas
afro-latinoamericanas de otros países a través de eventos y espacios
coordinados por agentes globales como el BID, el Banco Mundial, la UNESCO y
algunas ONGs de alcance global. Así como lo señala Daniel Mato:
En los
actuales tiempos de globalización, la producción social de representaciones de
ideas de “identidad”, “cultura”, “biodiversidad”, “sociedad civil”,
“ciudadanía” y otras que juegan papeles significativos tanto en la constitución
de actores sociales como en la orientación de sus prácticas, se relaciona de
diversas maneras con la participación de esos actores ―como por ejemplo
organizaciones indígenas, civiles, ambientalistas, etc.― en sistemas de
relaciones transnacionales en los cuales intervienen también actores locales de
otros países y actores globales
(Mato, 2001: 127).
A través del aprendizaje de
conceptos claves y términos simbólicamente eficaces dentro de estos procesos
globales, los actores afrovenezolanos también adquirieron prestigio como representantes
de la “sociedad civil de base” y acumularon poder de negociación con el sector
público, logrando por fin el reconocimiento de la existencia del racismo como
problema social por parte del gobierno nacional. Lamentablemente a pesar de los
importantes resultados históricos antes mencionados, el reclamo contra el
racismo no ha alcanzado los oídos de muchos profesionales en los medios de
comunicación, ni ha logrado transformar el hábito de vincular firmemente el
índice socio-económico con el parámetro de densidad de pigmentación de la piel
(mientras más oscuro el color de piel, mayor pobreza), ni tampoco ha logrado
afectar el canon eurocéntrico de belleza (mientras más a la “africana”, es más
“feo”), como hemos podido observar en este estudio.
Sin embargo, la interacción
entre actores globales y locales, propia de la dinámica corporativa en el
mercado mundial, parece estar influyendo en la transformación de prácticas de
los medios en Venezuela. Durante la década de los noventa, bajo la tendencia de
apertura de mercado y la aplicación de economía neoliberal, muchas empresas
locales, tanto anunciantes como agencias de publicidad fueron fusionadas con o
adquiridas por capitales extranjeros. En el marco de estos cambios, más y más
estrategias y contenidos de comunicación vienen diseñadas desde afuera para
aplicarse a nivel regional en América Latina. Piezas publicitarias
protagonizadas por personajes de “razas minoritarias” suelen ser importadas
desde afuera o son creadas localmente según lineamientos de marketing de
su centro de operación regional, rompiendo así los esquemas de publicidad
tradicional venezolana. La creciente cantidad de profesionales de este medio
que tienen la experiencia de trabajar en otros países también parece estar
influyendo para que éstos se identifiquen con el estilo de comunicación con
mayor diversidad social y cultural.
Lo que debemos contemplar
es que este “respeto” a la diversidad está aplicándose en el mercado nacional
venezolano como consecuencia de la dinámica propia de grandes corporaciones,
proceso ajeno a los reclamos concretos anti-racistas de parte de los actores
locales como la ROA. En los últimos tiempos de globalización, las empresas
“progresistas” utilizan las estrategias de incluir las minorías raciales, étnicas,
políticas, religiosas, de género, de orientación
sexual, etc., para una mejor “administración de la diversidad” con el fin de
organizar sus “energías diferenciadas” en el interés de la ganancia empresarial
(Hardt y Negri, 2002: 66). Negri y Hardt lo reseñan:
Aún las
poblaciones más híbridas y diferenciadas presentan un número proliferante de
“objetivos de mercado” a los que pueden dirigirse estrategias de mercadeo
específicas --- una para varones latinos homosexuales de entre dieciocho y
veintidós años, otra para niñas adolescentes chino-americanas, etc. El mercadeo posmodernista reconoce las
diferencias de cada mercancía y de cada segmento poblacional, acomodando a esto
sus estrategias. Cada diferencia es una oportunidad. (Hardt y Negri, 2002: 65)
Los activistas
afrovenezolanos que han venido consolidando su posición ante el gobierno
nacional, ahora tendrán que buscar una mayor efectividad para movilizar la
sociedad civil en procura de construcción de diversidad cultural con el
protagonismo de las minorías sociales, y así resistir a que las conviertan en
un simple objeto diferenciado de marketing según el interés de poderes
económicos o de la política desarrollista neoliberal del Estado Nacional. Para
cumplir este fin, sería muy importante que los activistas e intelectuales
afrodescendientes sostengan diálogos con los sectores de base directamente
afectados por esa exclusión, a la vez que estimulen iniciativas populares para
enfrentar los racismos. Los datos etnográficos y la discusión sobre las
prácticas discriminadoras en este artículo son ofrecidos para facilitar el
proceso de apertura de ese debate contra el racismo en Venezuela.
Por Jun Ishibashi
Universidad de Tokio
3
septiembre 2007
“Por una conciencia Socialista, dejémonos
de guardar silencio”
No hay comentarios:
Publicar un comentario