“Lo cuentan las voces de los que se
resisten”
Escritos
históricos
Discurso
de Despedida de Dwight D. Eisenhower
Buenas
Noches Compatriotas…
"En primer lugar,
quisiera expresar mi gratitud a la radio y televisión por las oportunidades que
durante años me brindaron para transmitir mis informes y mensajes a nuestra
Nación. Mi especial agradecimiento a todos ellos por la oportunidad de
dirigirme a ustedes esta noche
Dentro de tres días, después de medio siglo
al servicio de nuestro País, abandonaré las responsabilidades públicas
transfiriendo a mi sucesor la autoridad presidencial en una ceremonia
tradicional y solemne.
Esta noche vengo a transmitirles un mensaje
de despedida y adiós y a compartir algunas reflexiones finales con ustedes, mis
compatriotas.
Al igual que cualquier otro ciudadano, anhelo
para el nuevo Presidente, y para todos los que trabajarán con él, la bendición
de Dios. Rezo para que los próximos años traigan la bendición de la paz y
prosperidad para todos.
Nuestro pueblo espera que su Presidente y el
Congreso logren acuerdos esenciales en las cuestiones de importancia
fundamental, cuya sabia resolución perfilará un mejor futuro para la Nación.
Mis relaciones con el Congreso comenzaron sobre bases remotas y tenues hace
mucho tiempo, cuando un miembro del Senado me designó en West Point. Se
volvieron íntimas luego durante la guerra y en el período inmediatamente
posterior y finalmente, mutuamente interdependientes durante estos últimos ocho
años.
En esta última fase, el Congreso y la Administración
han cooperado adecuadamente en las cuestiones más vitales para el bienestar
nacional, superando el mero partidismo y asegurando así que la empresa de la
Nación siga adelante. Así, mi relación oficial con el Congreso concluye, en lo
que a mí respecta, agradeciendo que hayamos sido capaces de muchos logros
conjuntos.
Vivimos ahora diez años después de una mitad
de siglo que fue testigo de cuatro grandes guerras entre grandes naciones. En
tres de estas participó nuestro propio país.
A pesar de estos holocaustos, Estados Unidos
es hoy la más fuerte, la más influyente y la más productiva nación del mundo.
Comprensiblemente orgullosos de esta preeminencia, nos damos cuenta sin embargo
que el liderazgo y prestigio de los
Estados Unidos no dependen meramente de nuestro progreso material sin
precedentes, de nuestras riquezas y poderío militar, sino de cómo hagamos uso
de nuestro poderío en aras de la paz mundial y el mejoramiento humano.
Todo a lo largo de la aventura estadounidense
de gobierno libre, nuestros propósitos básicos fueron mantener la paz, fomentar
el progreso del desarrollo humano y acrecentar la libertad, la dignidad y la
integridad entre los pueblos y entre las naciones. Perseguir menos no sería
digno de un pueblo libre y religioso. Cualquier fracaso atribuible a la
arrogancia o a nuestra falta de comprensión o de voluntad de sacrificio nos
infligiría un daño grave, tanto localmente como en el extranjero.
El progreso hacia estas nobles metas se ve
persistentemente amenazado por el conflicto que envuelve ahora al mundo, que
acapara toda nuestra atención, que absorbe nuestro propio ser. Estamos
enfrentados a una ideología hostil, de alcance mundial, atea, de despiadado
propósito e insidioso método.
Por desgracia, el
peligro que representa promete ser de duración indefinida. Para enfrentarla con
éxito son necesarios, no tanto los sacrificios emocionales y transitorios de
una crisis, sino aquellos que nos permitan llevar adelante de manera constante,
segura y sin lamentos las cargas de una lucha prolongada y compleja donde la
libertad está en juego. Sólo así vamos a poder permanecer, a pesar de todas las
provocaciones, en nuestro trazado camino hacia la paz permanente y el mejoramiento
humano.
Las crisis continuarán existiendo. Para
enfrentarlas, sean extranjeras o nacionales, grandes o pequeñas, existe la
recurrente tentación de creer
que alguna acción espectacular y costosa podría llegar a ser la solución
milagrosa de todas las dificultades actuales. Un masivo incremento en nuevos elementos
de defensa; el desarrollo de programas no realistas para solucionar todos
los males de la agricultura; una expansión dramática de la investigación
fundamental y aplicada; estas y muchas otras alternativas, cada una
probablemente prometedora en sí misma, pueden llegar a ser sugeridas como la única vía para la ruta en la que queremos
permanecer.
Pero cada propuesta debe ser ponderada a la
luz de un examen más amplio: la necesidad de mantener el equilibrio dentro de y
entre los programas nacionales, el equilibrio entre la economía privada y la
pública, el equilibrio entre los costos y las ventajas esperadas, el equilibrio
entre los que es claramente necesario y lo deseable por comodidad, el equilibrio
entre los requerimientos esenciales en tanto que Nación y los deberes impuestos
por la nación sobre el individuo, el equilibrio entre las acciones del momento
y el bienestar nacional futuro.
El buen juicio busca el equilibrio y el
progreso. Su ausencia, implica a la larga desequilibrio y frustración. Los
datos de muchas décadas prueban que nuestro pueblo y su gobierno comprendieron
en general estas verdades y se conformaron a ellas frente a la amenaza y al
estrés.
Pero las amenazas, nuevas en tipo o magnitud,
surgen constantemente. De éstas, sólo mencionaré dos.
Un
elemento vital para mantener la paz es nuestra institución militar. Nuestras
armas deben ser poderosas, listas para la acción inmediata, de tal modo que
ningún agresor potencial se sienta tentado a arriesgar su propia destrucción. Nuestra organización
militar actual guarda poca relación con la conocida por cualquiera de mis
predecesores en tiempos de paz o en efecto, por los combatientes de la Segunda
Guerra Mundial o Corea.
Hasta el último conflicto mundial los Estados
Unidos no tenían una industria armamentista. Fabricantes americanos de arados
podían, en el momento y caso necesarios, fabricar también espadas. Pero ya no
podemos más asumir el riesgo de improvisaciones de emergencia en materia de
defensa nacional. Nos
hemos visto obligados a crear una industria armamentista permanente de vastas
proporciones. Sumado a esto, tres millones y medio de hombres y
mujeres están directamente empleados en el sector de la defensa. Anualmente gastamos en seguridad militar por sí
sola más que los ingresos netos de todas las corporaciones de los Estados
Unidos.
Ahora bien, esta conjunción entre un inmenso sector militar y una
gran industria de armamentos es nueva en la experiencia americana. Su influencia total: económica,
política, incluso espiritual, se siente en cada ciudad, en cada Estado, en cada
oficina del gobierno federal. Reconocemos la necesidad imperativa de este
desarrollo. Sin embargo,
no podemos dejar de comprender sus graves implicaciones. Nuestro trabajo,
nuestros recursos y medios de vida están, todos ellos, involucrados. También lo
está la estructura misma de nuestra sociedad.
En los consejos de
gobierno, debemos protegernos de la adquisición de influencia injustificada,
deseada o no, por parte del complejo militar-industrial. El potencial de un
desastroso incremento de poder fuera de lugar existe y persistirá. No debemos
dejar que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades o
procesos democráticos. No debemos tomar nada por sentado. Sólo una ciudadanía
alerta y bien informada puede compeler la combinación adecuada de la gigantesca
maquinaria de defensa industrial y militar con nuestros métodos y objetivos
pacíficos, de modo tal que seguridad y libertad puedan prosperar juntas.
La revolución tecnológica en las últimas
décadas está relacionada con y es en gran parte responsable, de los cambios
radicales de nuestra posición militar-industrial. En esta revolución, la
investigación asumió un rol central. También se volvió más formal, compleja y
costosa. Una proporción
cada vez mayor se lleva a cabo para, por, o bajo la dirección del gobierno
federal.
Hoy en día, el inventor solitario chapuceando
en su taller, ha sido opacado por los equipos de científicos trabajando en
laboratorios y campos de prueba. De la misma manera, la universidad libre,
fuente histórica de ideas libres y descubrimientos científicos, ha
experimentado una revolución en la manera de conducir sus investigaciones.
En parte debido a los
enormes costos implicados, el contrato estatal se convirtió prácticamente en el
sustituto de la curiosidad intelectual. Por cada viejo
pizarrón existen actualmente cientos de computadoras electrónicas. La
perspectiva del control de los investigadores por parte del empleo federal, de
las asignaciones de proyectos y del poder del dinero está siempre presente y debe ser seriamente considerada.
Sin embargo, con todo el respeto que merece y
debe tener la investigación científica, también
debemos estar alerta frente al peligro igual y opuesto de que la política
pública pueda caer cautiva de una élite científico-tecnológica.
Es la labor de los estadistas de moldear, de
equilibrar e integrar a estas y otras fuerzas, nuevas y viejas, dentro de los
principios de nuestro sistema democrático, siempre encaminados hacia los
objetivos supremos de nuestra sociedad libre.
Otro factor en el mantenimiento del
equilibrio tiene que ver con el elemento tiempo. Cuando escrutamos el futuro de
la sociedad (usted, yo, y nuestro gobierno) debemos evitar la tentación de
vivir sólo para el presente, saqueando en aras de nuestra propia comodidad y
conveniencia los preciosos recursos del mañana. No podemos hipotecar el
bienestar material de nuestros nietos sin arriesgar al mismo tiempo también la
pérdida de su herencia política y espiritual. Queremos que la democracia sobreviva para todas las
generaciones por venir, no que se convierta en el fantasma insolvente del
mañana.
Durante el largo camino de la historia que
aún queda por escribir, América sabe que este mundo nuestro, cada vez más
pequeño, no debe
convertirse en una comunidad de terror y odio, sino llegar a ser, una orgullosa
confederación de respeto y confianza mutuos. Debe ser una confederación de
iguales. Los más débiles deben poder sentarse en la mesa de discusiones con la
misma confianza que nosotros, protegidos
como lo estamos por nuestra moral y nuestro poderío económico y militar.
Dicha mesa, aunque marcada por muchas frustraciones pasadas, no puede ser
abandonada por la rápida (por la segura) agonía del desarme del campo de
batalla.
Ese desarme, con honor y confianza mutuos, es
un imperativo constante. Juntos tenemos que aprender a solucionar las
diferencias, no con las armas, sino con inteligencia y propósito decente.
Debido a que esta necesidad es tan aguda y evidente, debo confesar en este
aspecto que abandono mis responsabilidades oficiales con un neto sentimiento de
decepción. En tanto que alguien que ha sido testigo del horror y la tristeza
persistente de la guerra, como alguien que sabe que otra guerra podría destruir totalmente esta civilización, lenta y
dolorosamente construida durante miles de años, anhelaría poder decir esta
noche que una paz duradera está a la vista.
Afortunadamente, puedo decir que la guerra ha
sido evitada. Se hicieron progresos constantes hacia nuestro objetivo final.
Pero mucho queda por hacer. En tanto que ciudadano ordinario, nunca dejaré de
hacer cuánto pueda para ayudar a que el mundo avance en esa dirección.
Así, en esta última agradable noche como
vuestro Presidente, quiero agradecerles las muchas oportunidades que me
brindaron durante mi servicio público en la guerra y en la paz. Confío en que
encontrarán en tal servicio algunas cosas de valor. Y por lo que quede, sé que
encontrarán maneras de mejorar los resultados futuros.
Ustedes y yo, mis conciudadanos, necesitamos
tener la firme convicción que todas las naciones, bajo la guía de Dios,
alcanzarán la meta de la paz con justicia. Qué podamos siempre mantenernos
inquebrantables en la devoción a los principios, confiados pero humildes con el
poder y diligentes en la prosecución de los grandes objetivos de las Nación.
A todos los pueblos del mundo, quiero una vez
más expresar la continua y reverente aspiración americana: Oramos para que los
pueblos de todos los credos, de todas las razas, de todas las naciones, pueden
satisfacer sus mayores necesidades humanas, para que aquellos a quienes esta
oportunidad les es ahora denegada, lleguen a disfrutarla al máximo, para
que todos los que anhelan la libertad pueden gozar de sus bendiciones
espirituales. Aquellos que tienen libertad comprenderán, en efecto, la gran
responsabilidad que conlleva. Que todos los insensibles a las necesidades de
los demás aprendan la caridad y que los flagelos de la pobreza, de la
enfermedad y la ignorancia desaparezcan de la faz de la tierra. Que con la
generosidad del tiempo, todos los pueblos puedan convivir en una paz
garantizada por la fuerza vinculante del respeto mutuo y del amor.
Ahora, el viernes por la tarde, voy a
convertirme en un ciudadano ordinario. Me siento orgulloso de hacerlo. Lo
espero con ansias."
Gracias
y buenas noches.
Dwight Eisenhower
17
de Enero de 1961
“Por una conciencia Socialista, dejémonos
de guardar silencio”
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