miércoles, 17 de octubre de 2012

Hablando de “Pacheco” -¡Ahí viene Pacheco!... ¡Llegó Pacheco!...-







“Lo cuentan las voces de los que se resisten”
Hablando de “Pacheco”

-¡Ahí viene Pacheco!... ¡Llegó Pacheco!...-

Por medio de estas líneas quiero expresar un poco de ese sentimiento que todos llevamos dentro, ese sentimiento colectivo que nos invade en navidad, cuando todo se viste de fiesta, resaltando que es una época de sabor y de festejo, de reuniones, de encuentros, en fin, de felicidad. 

La navidad desde que comienza todo es alegría y cada uno de nosotros la disfruta intensamente, entre música, reuniones, brindis y ese delicioso arte culinario que nos distingue en todo el mundo entero, mostrando nuestra identidad cultural, la cual se expresa con fuerza, al ver esas reuniones colectivas de cada familia Venezolana, que hacen que estas fechas sean muy especiales de verdad.  

Entre las manifestaciones culturales que se suelen  celebrar en navidad y en algunos casos extenderse hasta febrero tenemos: los aguinaldos, el pesebre, las gaitas, las misas de aguinaldos, la mesa navideña, las parrandas, las paraduras del niño, las patinatas, las danzas de los pastores ó el velorio del niño Jesús, El día de los Santos inocentes, el día de Los locos y locaínas, El año nuevo y El año viejo, entre otras. 

Además de las manifestaciones culturales antes mencionadas, también en Venezuela se están celebrando otras expresiones culturales no autóctonas de la Nación, como por ejemplo Halloween o noches de brujas, San Nicolás o Santa Claus, el Espíritu de la Navidad, el Árbol de Navidad, el Intercambio de Regalos, el dar o pedir el Aguinaldo, etc. 

Todas estas manifestaciones nos llenan de una calidez social y familiar muy especial en donde la solidaridad y los valores humanos, marcan ese amor social que tenemos todos, haciendo del Venezolano ese ser especial que espera recibir el nuevo año lleno de esperanzas y proyectos que en el año viejo se realizaron a medias o simplemente no se realizaron.

 En lo personal tengo un proyecto que anhelo realizar en los siguientes años por venir, y además espero que los lectores de estas líneas me apoyen y me ayuden a lograr ese propósito. 

Se trata de darle forma física y fuerza a “Pacheco”, personaje legendario Venezolano, que siempre lo relacionamos con el frio Avileño (Frio penetrante que desciende del cerro el Ávila o Waraira Repano, montaña considerada como el escudo que separa al clima caraqueño del clima litoralense), pero que nunca lo involucramos con nuestras festividades de navidad.

De “Pacheco” nos hemos encargado los Venezolanos de regarlo por todo el mundo, de hecho la Real Academia Española lo reconoce como “Frio intenso”, y así lo conocen en Costa Rica, Ecuador, España y otras partes del mundo, además de Venezuela, pero “Pacheco” es más que eso, el no solo representa al frio, también representa la humildad al ofrecer sus flores, frutas, legumbres y algunos tallados en maderas que solía hacer para los niños, no solo en venta, también los fiaba y en algunas ocasiones los regalaba a cambio de una sonrisa, éste excepcional personaje recoge en sí mismo todos los atributos que simboliza la navidad, es decir, además del frio navideño que nos invita a la unión familiar, el también representó y representa la nobleza y el amor a través de sus flores, la bondad y la prosperidad por las frutas y las legumbres que ofrecía, la esperanza y la alegría por sus tallados en madera y la amistad y la confianza al ser un ser muy querido en su época. 

Algunos que conocen su historia nos cuentan

 “Pacheco” era un hombre bueno y querendón, floricultor galipanero que vivió en el siglo XIX; aunque no se tiene fecha precisa de su existencia, se sabe que vivió en este siglo tomando como referencia al Ayuntamiento de Caracas, que en 1809 destinó el terreno de la Plaza de San Jacinto como “Mercado de las flores, frutas y dulces”, y en febrero de 1865 autorizó la demolición del antiguo convento de los monjes dominicos de San Jacinto (construido en el siglo XVI), y utilizaron las viejas estructuras para desarrollar en ese espacio el “Mercado de San Jacinto”, establecimiento que fusionaría al mercado de las flores, frutas y dulces con el viejo mercado de la  plaza mayor o plaza del mercado hoy “Plaza Bolívar”; antes de esta ultima fecha (1865), “Pacheco” tenía su espacio preferido de ventas en el Mercado de las flores, y después de la fusión estableció su  lugar favorito cerca de las jaulas de los vendedores de pájaros, frente al negocio “La Atarraya” y otros locales donde estaban a la mano el vasito de berro o el de aguardiente de caña, remedios infalibles para aliviar el frío intenso que se había traído consigo desde Galipán y la cumbre del Waraira Repano, (aires con los que ponía a temblar a pobres y ricos).  

Su casa estaba ubicada en el pueblito de Galipán en el Waraira Repano, de donde él era originario, éste era un pueblo lleno de flores y gente hacendosa, en donde sembraban los más hermosos claveles, las yerbas más olorosas, las más grandes legumbres y las más hermosas frutas, para vender todo eso en el mercado de la capital o mercado de San Jacinto.

Dicen, que a “Pacheco” no le gustaba mucho Caracas, aquella la de los techos Rojos, y aun menos La Guaira ya que no estaba acostumbrado ni al calor del litoral, ni al ruido de la ciudad, ni a las carretas a caballo, ni a los pregoneros, ni a muchas otras cosas más, es por eso que solo bajaba a la ciudad a partir del mes de Noviembre, cuando en la montaña se fortalecía el frío, ya que de esta manera él sabía que Caracas estaría también más fresca y placentera.

Acostumbraba a bajar por el Camino de los Españoles y entraba por la Puerta de Caracas en La Pastora, allí hacia su primera parada, vendía parte de la carga frente a la Iglesia de “La Pastora”, luego continuaba su peregrinar hasta el Mercado de las flores (-1809- después Mercado de San Jacinto -1865-), en San Jacinto, en donde terminaba de vender lo que le quedaba, haciendo varios viajes desde Galipán hasta la ciudad y viceversa, de esta manera en Caracas se comenzó a asociar la llegada de “Pacheco” con la época más fría del año, que va desde Noviembre hasta Enero cuando él hacia el último viaje y no regresaba más hasta el siguiente Noviembre.  

“Pacheco” bajaba del cerro en la madrugada (todavía a oscuras),  con su carreta llena de flores, frutas y verduras frescas, además de algunas pequeñas tallas hechas en madera representativas de la vida que él llevaba como: culebritas, pajaritos, carretas, frutos, entre otros, para agradar a los niños y niñas del mercado y algunos en el camino. 

Le gustaba peregrinar por el camino de los españoles (Mismo que en la época colonial, fuera la única vía de tránsito entre la ciudad de Caracas y el Puerto de La Guaira). Por allí entraron los primeros españoles a Caracas, y construyeron ese camino de piedra lleno de leyendas y mágicas historias, a punta de sudor y espada, luchando constantemente contra los feroces caribes, que poblaban esa montaña desde tiempos inmemoriales; dicen que los espíritus de nuestros ancestros aún rondan esos caminos y forman parte de la montaña.

A “Pacheco” nunca le atemorizaron esos cuentos, él había nacido allí, él era parte del Waraira Repano y junto a sus mulas conocía cada una de las piedras, árboles y senderos que hacían parte del cerro, nadie como él podía ubicar las yerbas medicinales que la montaña ofrecía, (cuando le hacían un encargo para aliviar a un enfermo); solo él sabía  reconocer el sonido de cada pájaro, cada culebra, cada viento rozando el follaje de los árboles, él se creía dueño de esa montaña que se levantaba entre el mar y el valle caraqueño, y por eso atravesaba siempre ese camino con su mula a un lado, más la neblina y el frio que le penetraban hasta los mismos huesos.  

Quienes ni siquiera soñamos con conocer en persona a “Pacheco”, conocemos por lo menos su relación con el frío, y algunos su historia, pero hay personas que sus antepasados si conocieron a este insigne hombre, y lo consagraron al tiempo, trasmitiendo de generación en generación no solo su historia, además también sus características; las personas que lo conocieron contaron: “era un hombre humilde, sencillo, de barbas grisáceas hasta el cuello, de mirada fija, siempre estaba alegre, le gustaba vestir ropa clara usualmente blanca, en cuanto al calzado, variaba entre alpargatas y botas de cuero españolas, y según éste, el sombrero era de pelo de guama o de ala ancha español, también la ruana signaba su personalidad, usando según la ocasión una ruana de lana con flecos muy colorida o una inmensa capa de cuero y siempre bajaba cantando para que no le temblara la quijada y para infundir ánimo a sus mulas que jadeaban del cansancio y tiritaban del frio, tanto que se les podía ver la respiración”.
 
Parte de la letra de la canción
  
Caminito de Santiago
Iba un alma peregrina
Una noche tan oscura
Que ni una estrella lucía
Por donde el alma pasaba
La tierra se estremecía

Camino a San Jacinto, “Pacheco” entre cantos y saludos, persistentemente compartía su rural, variada e inagotable carga con sus amigos y clientes predilectos y a pesar de esto las mulas siempre llegaban con la carreta repleta al mercado, (como si nada a pasado); tan famosa era la carga que transportaba, que a los pocos minutos no le quedaba nada que ofrecer ni una azucena, ni un clavel, ni una rosa blanca, ni una talla de madera, ni siquiera una fruta para regalar a la mujer que le sonreía al llegar al mercado, o al niño o niña que gimoteando también esperaba algún presente.

La llegada del Pacheco era sinónimo de que se acercaba la Navidad, éste vendedor de sueños y esperanzas  procedente de Galipán, entraba a la ciudad justo cuando comenzaban las bajas temperaturas, hasta un buen día en que la niebla era tan espesa que el Waraira Repano no se veía; como era rutina años tras años, los galipaneros hacían su aparición en la Capital descendiendo por el camino de los españoles, con sus mulas tan cargadas que apenas se podían distinguir entre el cargamento que transportaban, de repente un intenso frio procedente de la montaña dejó escuchar el cantico que “Pacheco” solía hacerle a sus mulas:  

Caminito de Santiago
Iba un alma peregrina
Una noche tan oscura
Que ni una estrella lucía
Por donde el alma pasaba
La tierra se estremecía

            La estrofa empezó a desvanecerse sin que ninguna figura apareciera tras ella, en vano se esperó a “Pacheco”; algunos fueron a buscarlo, pero sólo encontraron la carreta en mitad del camino, ni rastro de sus huellas, ni las de su mula. La gente se preguntaba el por qué de este sabroso frío repentino, - Y si aquí está así de frío... ¿Cómo estará Pacheco?-, murmuraban en el mercado de San Jacinto, extrañados al no verlo llegar con su mula, su carreta y su carga colorida.

A partir de entonces no se presentó más en la ciudad; su anciana figura no se volvió asomar tras el manto de la espesa neblina del  Waraira  Repano, pero el frio y la niebla si siguieron bajando. Los caraqueños siempre alegres y populacheros, comenzaron a contarles a sus hijos y nietos historias que luego se convirtieron en leyenda.
Continuará…

Autor: Rómulo Pérez
04/02/11
 


“Por una conciencia Socialista, dejémonos de guardar silencio”


No hay comentarios:

Publicar un comentario