viernes, 9 de noviembre de 2012

Emilio o la Educación "II"



“Lo cuentan las voces de los que se resisten” 

Escritos históricos 

Emilio  o  la Educación

 Emilio
(Extractos del Libro Primero)

Quien en el orden civil desea conservar la primacía a los afectos naturales, no sabe lo que quiere. Siempre en contradicción consigo mismo, fluctuando siempre entre sus inclinaciones y sus obligaciones, nunca será hombre ni ciudadano, nunca útil, ni para sí ni para los demás; será uno de los hombres del día, un francés, un inglés, un burgués; en una palabra, nada.

Para ser algo, para ser uno propio y siempre el mismo, es necesario estar siempre determinado acerca del partido que se he de tomar, tomarle resueltamente y seguirle con tesón. Espero que se me presente tal portento, para saber si es hombre o ciudadano, o cómo hace para ser una cosa y otra.

De estos objetos, necesariamente opuestos, proceden dos formas contrarias de institución; una pública y común; otra particular y doméstica.

Quien se quiera formar idea de la educación pública, lea La República de Platón, que no es una obra de política, como piensan los que sólo por los títulos juzgan de los libros, sino el más excelente tratado de educación que se haya escrito.

Cuando quieren hablar de un país fantástico, citan por lo común la institución de Platón. Mucho más fantástica me parecería la de Licurgo, si nos la hubiera éste dejado solamente en un escrito. Platón se ciñó a purificar el corazón humano; Licurgo lo desnaturalizó.

Hoy no existe la institución pública, ni puede existir, porque donde ya no hay patria, no puede haber ciudadanos. Ambas palabras, patria y ciudadano, se deben borrar de los idiomas modernos. Yo bien sé cuál es la razón; pero no quiero decirla; nada importa a mi asunto.

No tengo por instituciones públicas esos risibles establecimientos que llaman colegios. Tampoco tengo en cuenta la educación del mundo, porque como ésta se propone dos fines contrarios, ninguno, consigue, y sólo es buena para hacer dobles a los hombres, que con apariencia de referirlo siempre, todo a los demás, nada refieren que no sea así propios. Mas como estas muestras son comunes a todo el mundo, a nadie engañan y son trabajo perdido.

Nace de estas contradicciones la que en nosotros mismos experimentamos sin cesar. Arrastrados por la naturaleza y los hombres en sendas contrarias, forzados a distribuir nuestra actividad entre estas impulsiones distintas, tomamos una dirección compuesta que ni a una ni a otra resolución nos lleva. De tal modo combatidos, fluctuantes durante la carrera de la vida, la concluimos sin haber podido ponernos de acuerdo con nosotros mismos y sin haber sido buenos para nosotros ni para los demás.

Quédanos en fin, la educación doméstica o la de la naturaleza. Pero ¿qué aprovechará a los demás, un hombre educado únicamente para él? Si los dos objetos que nos proponemos pudieran reunirse en uno solo, quitando las contradicciones del hombre removeríamos un grande estorbo para su felicidad.

Para juzgar de ello sería necesario ver al hombre ya formado, haber observado sus inclinaciones, visto sus progresos y seguido su marcha; en una palabra, sería preciso conocer al hombre natural. Creo que se habrán dado algunos pasos en esta investigación luego de leído este escrito.

Para formar este hombre extraño, ¿qué tenemos que hacer? Mucho sin duda; impedir que se haga cosa alguna. Cuando sólo se trata de navegar contra el viento, se bordea; pero si está alborotado el mar y se quiere permanecer en el sitio, es preciso echar el ancla. Cuida, joven piloto, de que no se te escape el cable, arrastre el ancla y derive el navío antes de que lo adviertas.

En el orden social en que están todos los puestos señalados, debe ser cada uno educado para el suyo. Si un particular formado para su puesto sale de él, ya no vale para nada. Sólo es útil la educación en cuanto se conforma la fortuna con la vocación de los padres; en cualquiera otro caso es perjudicial para el alumno, aunque no sea más que por las preocupaciones que le sugiere. En Egipto, donde estaban los hijos obligados a seguir la profesión de sus padres, tenía a lo menos la educación un fin determinado; pero entre nosotros, donde sólo las jerarquías subsisten, y pasan los hombres sin cesar de una a otra, nadie sabe si cuando educa a su hijo para su estado, trabaja contra él mismo.

Como en el estado natural todos los hombres son iguales, su común vocación es el estado de hombre; y quien hubiere sido bien criado para éste, no puede desempeñar mal los que con él se relacionan.

Poco me importa que destinen a mi discípulo para el ejército, para la iglesia, o para el foro; antes de la vocación de sus padres, le llama la naturaleza a la vida humana. El oficio que quiero enseñarle es el vivir. Convengo en que cuando salga de mis manos, no será ni magistrado, ni militar, ni sacerdote; será primeramente hombre, todo cuanto debe ser un hombre y sabrá serlo, si fuere necesario, tan bien como el que más; en balde la fortuna le mudará de lugar, que siempre él se encontrará en el suyo. Occupavi te, fortluna, alque cepi; omnesque aditus tluos interclusi, ut ad me aspirare non posses.

El verdadero estudio nuestro es el de la condición humana. Aquel de nosotros que mejor sabe sobrellevar los bienes y males de esta vida, es, a mi parecer, el más educado; de donde se infiere que no tanto, en preceptos como en ejercicios consiste la verdadera educación. Desde que empezamos a vivir, empieza nuestra instrucción; nuestra educación empieza cuando empezamos nosotros; la nodriza es nuestro primer preceptor.

Por eso la palabra educación tenía antiguamente un significado que ya se ha perdido; quería decir alimento. Educil obstetrix, dice Varrón; educat nutrix, instituit pedagogus, docet magister.

Educación, institución e instrucción, son por tanto tres cosas tan distintas en su objeto, como nodriza, ayo y maestro. Pero se confunden estas distinciones; y para que el niño vaya bien encaminado, no debe tener más que un guía.

Conviene, pues, generalizar nuestras miras, considerando en nuestro alumno el hombre abstracto, el hombre expuesto a todos los azares de la vida humana. Si naciesen los hombres incorporados al suelo de un país, si durase todo el año una misma estación, si estuviera cada uno tan pegado con su fortuna que ésta no pudiese variar, sería buena bajo ciertos respectos la práctica establecida; educado un niño para su estado, y no habiendo nunca de salir de él, no podría verse expuesto a los inconvenientes de otro distinto.

Pero considerando la inestabilidad de las cosas humanas, atendido el espíritu inquieto y mal contentadizo de este siglo, que a cada generación todo lo trastorna, ¿puede, imaginarse método más desatinado que el de educar a un niño como si nunca hubiese de salir de su habitación y hubiera de vivir siempre rodeado de su gente? Si da este desgraciado un solo paso en la tierra, si baja un escalón solo, está perdido. No es eso enseñarle a sufrir el dolor, sino ejercitarle a que lo sienta.

Los padres sólo piensan en conservar a su niño; eso no basta: debieran enseñarle a conservarse cuando sea hombre, a soportar los embates de la mala suerte, a arrastrar la opulencia y la miseria, a vivir, si es necesario, en los hielos de Islandia o en la abrasada roca de Malta. Inútil es tomar precauciones para que no muera; al cabo tiene que morir; y aun cuando no sea su muerte un resultado de vuestros cuidados, todavía serán éstos improcedentes.

No tanto se trata de estorbar que muera, cuanto de hacer que viva, Vivir no es respirar, es obrar, hacer uso de nuestros órganos, nuestros sentidos, nuestras facultades, de todas las partes de nosotros mismos que nos dan el íntimo convencimiento de nuestra existencia. No es aquel que más ha vivido el que más años cuenta, sino el que más ha disfrutado de la vida. Tal fue enterrado a los cien años, que ya era cadáver desde su nacimiento. Más le hubiera valido morir en su juventud, si a lo menos hubiera vivido hasta entonces.

Toda nuestra sabiduría consiste en preocupaciones serviles; todos nuestros usos no son otro caso que sujeción, incomodidades y violencia. El hombre civilizado nace, vive y muere en esclavitud; al nacer le cosen en una envoltura; cuando muere, le clavan dentro de un ataúd; y mientras que tiene figura humana, le encadenan nuestras instituciones.

Juan Jacobo Rousseau

    “Por una conciencia Socialista, dejémonos de guardar silencio”

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