“Lo cuentan
las voces de los que se resisten”
Identidad y Tradición
El nacimiento del Roraima
Mitología Pemón
Habían pasado muchas lunas desde que
Makunaima y sus hermanos comían las frutas del árbol maravilloso, cuando a
Ma'nápe se le ocurrió de pronto la idea de derribarlo, y así se lo comunicó a
los otros.
Entonces, Akuli, que era muy inteligente, le
dijo:
- ¿Cómo piensas semejante cosa? El Wazacá nos
da ahora sus frutos y todos podemos comer de ellos. Si lo derribas, en cambio;
no sólo los perderemos, sino que además se producirá una gran inundación.
Todo esto lo escuchó Ma'nápe pensando no
hacer ningún caso, porque era muy terco, así que se fue al rincón donde estaba
su enorme hacha y, cargándosela al hombro, cruzó el valle y la selva en
dirección al árbol del mundo.
Entonces, Akuli se fue detrás de él para ver
si podía evitar la inundación. Y caminando uno tras otro pronto llegaron al
lejano lugar cubierto de sombras y oloroso de perfumes donde el Wazacá elevaba
su mole frondosa por encima y aún más arriba del techo de la selva.
Ma'nápe se acercó decididamente al árbol y
probó su hacha en la impenetrable corteza. Y el hacha rebotó sobre la madera
sin dejar la más pequeña señal de haberla rozado.
Entonces, Ma'nápe volvió de nuevo contra el
Wazacá y dijo con su voz potente, que retumbaba por todo el bosque:
- Mazapa-yeg, élupa-yeg, makupa-yeg.
Invocando con este conjuro a los árboles
mazapa, mamo y cariaca, que tienen la corteza muy blanda, para ver si el Wazacá
se ablandaba también.
No bien hubo dicho las mágicas palabras,
cuando la corteza del Wazacá se ablandó y el hacha de Ma'nápe se hundió en el
tronco y empezó a penetrar más y más hacia adentro.
Akuli, entonces, se asustó muchísimo y rogó
de nuevo a Ma'nápe que no intentara derribar el árbol; pero, viendo que Ma'nápe
no lo escuchaba, se puso a recoger rápidamente cera de abejas y cáscaras de
frutas y a tapar con esto los huecos que se iban abriendo en el árbol, para ver
si de aquel modo detenía la inundación.
Pero Ma'nápe avanzaba aún más rápido en la
destrucción del árbol del mundo, con su invocación a los árboles blandos.
A todos los fue nombrando uno a uno, y cuando
finalmente dijo:
- Palulu-yeg.
El tronco se puso muy blando y el hacha entró
tan adentro, que el Wazacá se desgarró en una enorme brecha que lo dejó unido
solamente por un delgadísimo extremo, pues Ma'nápe había invocado con aquellas
palabras la corteza de la papaya, que es blandísima.
Todos los hermanos habían llegado mientras
tanto al lugar donde Ma'nápe y Akuli luchaban por conseguir sus contrarios
deseos y, en el momento en que Ma'nápe parecía a punto de alcanzar el suyo, se
escuchó un terrible grito que se alzó por encima de todos los ruidos de la
selva:
-
¡Waina-yeg!
Era Anzikilán, que llegaba corriendo para
salvar al árbol del mundo.
Y ante el nuevo conjuro, el Wazacá se volvió
de pronto durísimo, pues Anzikilán había invocado la corteza del árbol Waina,
que crece en las más altas montañas y cuyo tronco es tan duro como las rocas
que forman el salto del Euteurimá.
El hacha se quedó entonces detenida sin
avanzar nada, pero Ma'nápe, cerrado en su obsesión y sin desanimarse por esto,
volvió a gritar con todas sus fuerzas:
- ¡Elupa-yeg, palulu-yeg!
Y el árbol del mundo, que ya tenía su tronco
abierto como la entrada de una enorme y profundísima caverna, se descuajó con
gran estrépito y derrumbó sobre la tierra sus anchas ramas extendidas hacia
todos los vientos; su copa altísima y palpitante, cargada de frutos, y sus
crujientes y poderosas raíces.
Arrastró el Wazacá en su caída piedras y
barro, matas, hierbas y bejucos, empujando también a los árboles Elu-yeg y
Yaluwazáluima-yeg, de los que se formaron las montañas que así se llaman ahora.
Y de su tronco prodigioso, de sus raíces y de sus ramas se elevó la gran
montaña Roraima, como un gigante de la llanura que ve pasar silenciosamente,
tiempo tras tiempo, los soles, las lunas y los hombres.
La copa del Wazacá, con todos sus frutos,
cayó rodando por la ladera norte de la montaña, y por eso en aquel lugar hay
tantos platanales sin que nadie los haya sembrado. De ellos se aprovechan los
malignos espíritus Máuari, que tienen sus casas en el Roraima y en otros cerros
cercanos. Si la copa del árbol hubiera caído hacia el sur, serían los arekunas
los que comerían sus frutos.
No había cesado aún el ruido de la caída del
Wazacá, que como un gran lamento llegó a los más apartados rincones del bosque
y de la llanura, cuando surgió de su tronco un gran chorro de agua que empezó a
inundarlo todo, pasando velozmente ante Makunaima y sus hermanos y
salpicándoles de gotas brillantes y duras como flechas.
Entre su espuma arrastraba el agua miles de
peces y los hermanos los miraban con deseos de alcanzarlos, pero era tanta la
fuerza de la corriente, que los más grandes desaparecían inmediatamente de la
vista y sólo se iban quedando rezagados los más pequeños, por lo que ni Makunairra
ni los otros pudieron coger ninguno de los que más apetecían.
Así fue cómo, cumpliéndose la predicción de
Akuli, en aquellos tiempos lejanos, la tierra y los hombres conocieron la gran
inundación.
Mitología Pemón
“Por una conciencia Socialista,
dejémonos de guardar silencio”
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